El caserio Larraldea, en el barrio senperetarra de Amotze, nos sirve de refugio para un viaje al pasado que, sin embargo, está cargado de futuro. Dominique Idiart y Ladix Arrosagarai, a la sazón actual presidente de Integrazio Batzordea y su precedesor en el cargo y miembro fundador del grupo, nos ayudan a repasar la historia de la integración de alumnos en situación de discapacidad en las ikastolas de Zuberoa, Nafaroa Beherea y Lapurdi.

Los primeros pasos comenzaron, relata Ladix Arrosagarai, en 1994-1995, «cuando llega el caso de mi hijo Santi, a la ikastola de Donibane. Aunque no estaban entonces en las aulas, en años anteriores habíamos tenidos tres situaciones similares, también de síndrome Down, concretamente en Senpere, Amikuze y Hendaia».

De esos primeros contactos surgiría el impulso de crear una comisión, en el seno de la confederación de las ikastolas, pero con la vista puesta más allá de las paredes del aula. Se trataba de abrir las puertas a la escolarización de «niños diferentes, que no incapacitados», matiza Arrosagarai, para permitir que pudieran compartir juegos y aprendizaje en euskara. Sin embargo, a ese primer objetivo se le sumó «de forma natural», el de ahondar en la sensibilización para conseguir «cambiar la mirada de la sociedad sobre nuestros hijos e hijas».

Los alumnos pioneros

La comisión de integración o Integrazio Batzordea se gesta como tal en agosto de 1999, y su estreno llega de inmediato: dos chavales, uno en Hazparne y otro en Aloze (zona de Atharratze) se convierten en los pioneros de una experiencia de integración que hoy es reconocida como ejemplar por los estamentos educativos, aunque el respaldo económico de la Educación Nacional francesa no sostenga en la medida necesaria una labor pedagógica que ha hecho posible que en una década la escuela haya sido un lugar de encuentro para 32 niños y niñas con distintos grados de discapacidad.

«En aquel entonces no había nada hecho. El sistema francés contemplaba la escolarización en la maternal pero a partir de ahí la única alternativa eran los centros educativos franceses. Sin menospreciar la labor de las escuelas ordinarias, nosotros aspirábamos a que nuestros hijos e hijas pudieran ser escolarizados sin perder su lengua y su cultura», prosigue el que fuera fundador de Integrazio Batzordea. Una veintena de niños diferentes están matriculados este curso en las aulas de Seaska. A la espera de nuevas incorporaciones avanzado el curso, hay alumnos integrados en un total de 14 centros educativos de Seaska. Exactamente en los de Aloze, Sohüta, Amikuze, Lartzabale (colegio Erdozaintzi), Baiona, Hazparne, Uztaritze, Hiriburu, Biarritz, Donibane-Lohizune, Donibane-Garazi, Sara, Senpere y Hendaia.

Todos los chavales con discapacidades disponen, en función de sus necesidades, tanto de personal de apoyo (AVS, auxiliaire de vie scolaire), cuyos puestos sufraga mayoritariamente el ministerio de Educación fracés, como de docentes especializados de Seaska, sufragados en exclusiva por la confederación de ikastolas.

Al inicio de este curso estaba garantizada la financiación de una docena de AVS por parte del Ministerio de Educación francés, sin embargo las matriculaciones que se producen ya arrancadas las clases obligan a Seaska a asumir unos puestos pendientes de financiación. Del mismo modo, la red de ikastolas sufraga las horas de asistencia necesarias pero no asumidas por el Estado, y por descontado todos los educadores.

A esas carencias hay que sumar hoy, como puso de manifiesto con su presencia la AVS Fanny Lascube junto a los miembros de Integrazio Batzordea, el riesgo de precarización que se cierne sobre los ayudantes que trabajan con estos niños en dificultades.

Por ello, desde sus inicios, la comisión de integración de Seaska ha debido buscar una financiación estable que garantice la integración. Su prioridad ha sido, de una parte, «no plantear una carga añadida», habida cuenta de las dificultades económicas a las que históricamente se enfrenta Seaska. Y por otra, «hacer partícipe al conjunto de la confederación del reto de escolarizar e integrar, porque es evidente que una ikastola no puede asumir todo el esfuerzo, sino que debe forjarse una red de complicidad, de forma que el conjunto de Seaska se implique en esta tarea», añade Arrosagarai.

«Siempre hemos tenido claro que no tenemos que ponerles barreras añadidas a nuestros hijos e hijas, sino que debemos dejar que sean ellos los que nos marquen el límite que pueden alcanzar en su formación», afirman al unísono Arrosagarai e Idiart.

Al tiempo, reconocen que con la legislación que hoy rige en el Estado francés se ha complicado, y mucho, el camino para las familias. Los trámites administrativos son extremadamente complejos, lo que ha llevado, entre otras cuestiones, a ampliar este curso el tiempo de trabajo de la persona de Integrazio Batzordea que asume la tarea de acompañamiento a las familias.

«Si nuestra queja hace unos años era que el Estado trataba de controlar todo lo referente a estas personas limitando el extremo la capacidad de decisión a los padres y madres, en el presente se puede decir que todo el peso recae en las familias y que, en consecuencia, el derecho a la educación, universalmente reconocido, no está ni con mucho garantizado para nosotros, por lo que, aunque sea triste decirlo tenemos que seguir peleando para asegurar el derecho a la formación de nuestros hijos», explican.

Diez años después de la creación de Integrazio Batzordea, los padres de las ilastolas de Ipar Euskal Herria deben seguir velando por que no se frustre el camino recorrido.

Ello es posible gracias al esfuerzo sostenido de centenares de personas y entidades de todo tipo que aportan un apoyo indispensable para que, como escriben los padres de Integrazio Batzordea en uno de sus boletines informativos «podamos seguir dibujando el futuro con los colores del arco iris».