CRíTICA cine
«El curioso caso de Benjamin Button»
Mikel INSAUSTI
Esta vez el espacio del que dispongo para la crítica se me queda pequeño, al igual que reducida resulta mi capacidad para abarcar una película tan grande y compleja como «El curioso caso de Benjamin Button». Hay un punto en que escapa a mi comprensión porque, cuando David Fincher reniega del montaje final, no sé lo que quiere decir, porque lo que yo veo se me antoja el colmo de la perfección. La maquinaria narrativa funciona como un reloj suizo, por más que sus agujas avancen en sentido contrario. Mi lectura particular, sin diferir en lo sustancial de muchas otras encaminadas en la misma dirección, apunta hacia el descubrimiento de la existencia como una cuenta atrás. El hecho de nuestro desarrollo y crecimiento personal nos hace mirar siempre adelante, pero no es menos cierto que el llegar a la vejez supone vivir una segunda infancia, en la que volvemos a ser dependientes y desvalidos, justo como al principio. Morir, por lo tanto, pudiera ser una suerte de renacimiento, de regresión hacia nuestro propio ignoto origen. El cuento de F. Scott Fitzgerald adaptado por el fabulador Eric Roth, que supera y pule el modelo fantástico ensayado con «Forrest Gump», invierte el proceso vital humano para, dándole la vuelta, mostrar aquello de extraordinario que no sabemos ver dentro de lo común.
Insisto en no saber con certeza hasta qué punto Kirk Baxter y Angus Wall, los montadores nominados al Oscar por su trabajo, tienen la culpa de que David Fincher, tal vez a su pesar, se convierta en un maestro consagrado por la Academia. La sospecha de estar ante otro ejemplo de clásico instantáneo, salido de una industria especializada en fabricar magnas obras en equipo, me lleva a poner la autoría de Fincher bajo el manto protector del mismo Hollywood que le había venido negando el reconocimiento que muchos ya reclamaban por su anterior «Zodiac». Pero, detrás del éxito artístico y técnico de «El curioso caso de Benjamin Button», hay muchos más nombres propios, y, puestos a mencionar, habría que ir citando a todos los componentes del departamento de efectos especiales y de maquillaje, como se suele estilar precisamente en las entregas de premios. En ese repaso obligado conviene tener una mención especial para el director de fotografía Claudio Miranda, que deja en ridículo a cuantos profanos se atrevían a poner en duda las posibilidades de la imagen digital en alta definición. Es la primera vez como espectador que no tengo una sensación incómoda al ver atravesar a los personajes por distintas edades, ya que antes no se conseguía una sensación real de envejecimiento, ni con calvas postizas, ni tampoco mediante el intercambio generacional de actores más o menos parecidos.
El cine tiene magia y nunca la perderá mientras uno se siente en la butaca para dejarse sorprender una vez más. No hay palabras para describir el impacto que causa ver a Brad Pitt, un actor cuarentón, como un adolescente de rostro virginal. Incluso el más escéptico de los espectadores tiene que sentirse mitómano ante semejante revelación visual. Pero es que toda su interpretación es de Oscar, con o sin ayuda de la tecnología, gracias a la infinita melancolía que transmite su mirada. Es justo su semblante taciturno, junto con la música de Alexandre Desplat que suena como un eco muy lejano, el que define la atmósfera mortecina que envuelve el relato. Todo lo que el viento se había llevado de las pantallas de cine lo remueve de nuevo el huracán Katrina a su paso por la vieja ciudad de Nueva Orleans.
Título original: `The Curious Case of Benjamin Button'.
Dirección: David Fincher.
Guión: Eric Roth.
Intérpretes: Brad Pitt, Cate Blanchett, Julia Ormond, Tilda Swinton, Taraji P. Henson.
País: EEUU, 2008.
Duración: 166 m.