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«El etiquetado de los alimentos oculta justo lo que tenemos que saber»

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Yolanda Quintana
Responsable de comunicación de CEACCU

Periodista y responsable de comunicación de la Confederación española de organizaciones de amas de casa (CEACCU), es autora de un estudio presentado el año pasado sobre el etiquetado de los alimentos que consumimos. Sobre la ambigüedad y lo engañoso de estas etiquetas habló en la capital bilbaina, invitada a una jornada por la fundación vasca de seguridad alimentaria Elika.

Joseba VIVANCO |

¿Leemos las etiquetas de los alimentos que compramos? Exceso de información, letra pequeña... Y, encima, ese etiquetado no cuenta todo lo que debe y lo que suele resaltar es lo que menos nos debería interesar. «Las etiquetas de los alimentos, tal y como se presentan hoy, no sirven», anticipa esta experta.

Antes de nada, ¿nos fijamos los consumidores en el etiquetado o nos puede más la publicidad?

Nuestros estudios muestran que el consumidor compra a ciegas y persuadido por la publicidad. El 60% reconoce no leer las etiquetas o hacerlo sólo parcialmente, sobre todo, por tres razones: se quejan de que tienen que emplear demasiado tiempo hasta llegar a la información esencial; las consideran saturadas de mensajes y, finalmente, porque no las entienden. Mientras, la imagen que tenemos de los productos es la que fija la publicidad, y ésta es frecuentemente errónea.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, una reciente encuesta de CEACCU mostraba cómo una mayoría de consumidores pensaba que «un lácteo enriquecido con vitaminas y minerales siempre es mejor que otro que no lo esté», sin reparar en el hecho de que hay postres de este tipo que, por su cantidad de azúcar, grasas o calorías no son tan saludables, e incluso al contrario, están sólo indicados para un consumo ocasional. Pero no podemos olvidar que, en cuanto a inversión publicitaria, el sector alimentario es el principal anunciante en televisión. Fíjese, en una mañana de sábado un niño puede ver hasta 94 anuncios de alimentos calóricos como hamburguesas, snacks, galletas, sin cambiar de canal.

¿Qué es, entonces, lo que no nos suelen contar los etiquetados?

Pues justo lo que más necesitamos para evaluar la idoneidad de un alimento y, por tanto, para elegir con criterio. Por ejemplo, el tipo de grasas «vegetales» que se han usado en su fabricación, porque bajo esa expresión genérica se esconden los nada convenientes aceites de coco o palma; o la cantidad de sal que contiene, o de azúcar. Tampoco nos suelen advertir si tendremos un aporte excesivo de estos nutrientes, como son las grasas saturadas, sal o azúcar, respecto a las cantidades diarias recomendadas. Otra omisión que provoca confusiones es la que se refiere al origen del alimento o de las materias empleadas, algo que, de momento, igual que lo anterior, no es obligatorio indicar.

¿Es excesivo hablar de etiquetados engañosos?

No es excesivo. En el terreno de las declaraciones nutricionales o de salud, del tipo «bajo en sal», «sin azúcar», «activa tus defensas»... hemos detectado el uso de mensajes engañosos, como ocurre con la prohibida expresión «sin sal añadida», o de mensajes de salud cuya veracidad aún no ha sido acreditada por la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria y, por tanto, no se deberían estar empleando. El escándalo se produce cuando, a pesar de estas realidades, desde el punto de vista jurídico es discutible que se puede emplear el calificativo de «engañoso», porque, en gran medida, nuestras normas actuales permiten tales confusiones.

Entonces, ¿se ocultan datos o no se dice toda la verdad?

Lamentablemente, todo es parte del mismo problema: se ocultan datos, no se dice toda la verdad, y se destacan los aspectos más irrelevantes frente a los esenciales. Por decir algunos ejemplos: Unas galletas, un postre lácteo o unos cereales se nos «venden» como productos saludables por estar enriquecidos con vitaminas y minerales. Sin embargo, no se dice, o se camufla, la cantidad de grasas, azúcar o calorías que aportan. Lo mismo podríamos decir de aquellas bebidas que se presentan como «enriquecidas», cuando más bien son refrescos. Tampoco se dice toda la verdad en aquellos alimentos, como los que reducen el colesterol, con riesgos asociados que no se explicitan.

Y de productos milagro, ni hablamos...

En una película de «Indiana Jones», a propósito de los supuestos poderes atribuibles al Santo Grial, se viene a decir que «tener aseguradas la salud y la eterna juventud es el sueño de todos los hombres»... Supongo que a todos nos cuesta admitir que es sólo un mito.

En definitiva, que como consejo al consumidor, que mire, más que nunca, la letra pequeña.

Por desgracia, así es. Los datos básicos de un alimento suelen aparecer en letra pequeña, a veces en colores invisibles y en la parte más oculta. De momento, hasta que el nuevo Reglamento europeo solucione a partir de 2010 estas deficiencias, como esperamos que ocurra, al consumidor no le queda otra posibilidad que ir al «súper» con lupa, con calculadora, con tiempo... y con manual de instrucciones.

«Lo `light' sólo esconde un aumento de precio»

Bajo en sal, sin azúcar, rico en fibra, vida sana... ¿Qué se esconde detrás de estos reclamos?

Un notable incremento de precio. Hasta un 130% más, es decir, más del doble que los alimentos que no lo tienen. A nuestro juicio, es esto lo que, en realidad, tienen detrás los «light» y similares. Son productos claramente prescindibles. Desde el punto de vista de la veracidad, lo que deberían tener detrás es el respaldo científico e imparcial de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), quien, hasta el momento, ha rechazado la mayoría de los reclamos que la industria ha presentado para su validación.

Otro recurso publicitario suele ser aludir a estudios de universidades o fundaciones. ¿Qué valor tienen?

Sólo el que, en su momento, les conceda la Agencia Europea, que es a quien le corresponde la evaluación de los reclamos de salud y de los «avales» que los sustentan. Hasta entonces, para el consumidor no tienen ningún valor. Además, merece la pena recordar que el actual Reglamento europeo preveía, en su fase de proyecto, limitar el uso de estos «ganchos» en el etiquetado, por considerarlos fuente de posibles engaños. Finalmente, se autorizaron, dejando en mano de los Estados su regulación. Pero sólo son un elemento añadido de confusión para el consumidor. Nuestra recomendación es que desconfíe de estas apelaciones. J. V.

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