Arco, mercado de arte contemporáneo
A capear el temporal
Haizea BARCENILLA | Crítico de arte
Antes de un gran evento parece que sea obligatorio un poco de escándalo o, por lo menos, agitación. Sirve para que nos hagamos a la idea de que ya llega el momento, de que el evento es motivo de atención y de múltiples discusiones. Arco sigue las reglas del juego, y llega otra vez con murmullos y comentarios; este año la referencia a la crisis parecía inevitable.
El año pasado el debate surgió por la decisión de la organización de mejorar la calidad de las galerías presentes llevando a cabo una mayor selección entre las estatales y aumentando el número de representantes inter- nacionales. Algunas galerías consideradas clásicos del evento quedaron fuera, y las quejas no fueron ni pocas ni discretas. Se puso muy en cuestión el objetivo de la feria, si debía ser principalmente representante del mercado del arte del Estado español o abrirse a mercados más amplios. A pesar de todo, la valoración de Arco fue en general positiva, y la organización se reafirmó en su apuesta por la calidad frente a la cantidad.
Este año el protagonismo es para la crisis. Si los mercados se tambalean, el arte no puede salir ileso del temporal. No obstante, el arte es tradicionalmente un «valor seguro» sobre el que se pensaba que las fluctuaciones de las bolsas no iban a afectar de tal manera. Y es cierto que algunos valores artísticos no pierden peso, sino que lo ganan; pero esto se aplica más bien a obras de impresionistas y modernos, que de hecho, a principios de este mes, entre gran expectativa general, mantuvieron las previsiones e incluso, en algunos casos, salieron al alza en las subastas de Christie's y Sotheby's.
Pero claro, el arte contemporáneo es otro cantar. Un Degas no perderá valor, pero ¿qué ocurre con la obra de artistas vivos, jóvenes incluso? ¿Quién asegura que dentro de diez años aportarán beneficios? Y el del arte, como todos los mercados, busca el beneficio, lejos de cualquier otra pretensión estética o social. Claro que Bacon, homenajeado en el Museo del Prado, venderá obras por precios superiores a los esperados; pero la mayoría de las galerías que acuden a Arco van más bien con el miedo en el cuerpo y sin grandes expectativas.
Lo cierto es que acudir a una feria implica riesgo para una galería de arte. El stand en Arco cuesta alrededor de 45.000 euros, y a esto se le suman los gastos de transporte y de seguro, así como de alojamiento y dietas para las personas que se trasladen a Madrid. Y Arco no es, ni mucho menos, la más cara de las ferias de arte. El riesgo es, por lo tanto, menor para grandes galerías internacionales que tienen cierta seguridad de venta, pero importante para galerías menores que no tienen ninguna certeza de ir a cubrir gastos, y menos aún de conseguir beneficios, en estos días en los que los coleccionistas prefieren apostar a caballo ganador.
Es así como varias galerías han debido darse de baja por no poder arriesgar el precio del stand, dejando la lista de participantes un poquito huérfana. Grandes como la inglesa Lisson, con artistas como Jonathan Monk o Santiago Sierra, la portuguesa Lisboa20 Arte Contemporánea o Oliva Arauna no estarán este año en los apretados pasillos de Ifema. Ante esta situación, la organización de Arco se ha visto de nuevo en una situación parecida a la del año pasado: ¿apostar por la calidad de los seleccionados o incluir galerías que no habían pasado la criba inicial? Una vez más, la apuesta ha sido por la selección de calidad, lo cual deben agradecer los visitantes, porque nadie era capaz de abarcar toda la feria en una sola visita; el menor tamaño es positivo para el visitante curioso. Por otra parte, parece que muchas galerías ofrecerán apuestas más arriesgadas, puesto que, sabiendo que no se va a vender, se debe aprovechar la posibilidad de exponer grandes piezas, más espectaculares o atrevidas, que el año pasado habría sido imposible ver. Tal vez los que no vayan con intención de compra, es decir, la mayor parte de los visitantes, salgan ganando de la situación a nivel de visita.
Es necesario plantearse, no obstante, a quién afecta de manera más directa la crisis. Acabamos de ser testigos del derroche de fondos públicos en la realización y promoción de la obra de Miquel Barceló, que además, según todas las malas lenguas, representará al Estado español en la Bienal de Venecia. Al mismo tiempo, míseras becas de 6.000 euros de producción para artistas jóvenes desaparecen por doquier. Con las galerías ocurre igual: Soledad Lorenzo seguramente pasará la crisis un poco mermada pero sin mayores dolores, mientras que las pequeñas galerías locales tendrán que apretarse el cinturón y desplegar las velas, y a pesar de todo algunas no podrán evitar el naufragio. La ley del más rico. También habrá ferias que tendrán que plantearse su continuidad, puesto que en la situación presente nadie puede permitirse hacer un número desorbitado de eventos por año. Esto tal vez ayude a racionalizar el ritmo frenético de los últimos años que han presenciado el nacimiento de ferias, bienales y trienales sin ton ni son a lo largo del planeta. Eso sí, Basel y Frieze seguro que seguirán ahí.
Ya han caído algunos barcos y el resto prepara las reservas. La ficción económica sobre la que se mantiene el mercado tenía que explotar y, al ocurrir, los que se regían por sus leyes no lo tienen fácil. Veremos cómo se capea el temporal desde el sector del mercado del arte.