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Alvaro Reizabal Abogado

De espías y estatuillas

Cuando los ahora apestados se presentaron a aquellas elecciones, sus actuaciones eran plenamente lícitas. Ahora, años después, se ilegalizan candidaturas con efecto retroactivo, por seguir pensando y diciendo lo mismo

Era muy temprano cuando esta mañana me he despertado sin necesidad del odioso artilugio que a diario se ocupa de ello hasta que te toca la quiniela, la Loto o cualquiera de las otras mil formas de tirar el dinero que el sistema ha creado para hacernos creer que se puede salir de la porca miseria por un golpe de suerte y que aquí cualquiera puede llegar al cenit, como si esto fuera los USA y cada cual un Obama cualquiera. Por cierto, ya empiezan a verse niños con el nombre de Barack, tan tradicional por estos pagos.

Bien, pues aunque no te toque ninguna rifa, ya no hace falta despertador. El viento se ha convertido en un sistema estereofónico que te pone en pie, batiendo contra ventanas, persianas, tejados y en todo lo que pilla. Hemos vuelto a recordar aquello de la Galerna del Cantábrico, famosa en el mundo entero gracias a Gento. Tras el sobresalto, llego al baño, miro al espejo y creo reconocer, sin género de dudas, al espía. Sí, que no sólo son los peperos los que se espían unos a otros para saber las vergüenzas del vecino de escaño. A nosotros nos vigila día y noche el Gran Hermano, para poder conocer al detalle todos y cada uno de los pormenores de nuestra existencia y determinar, llegado el caso, nuestro carácter de elementos contaminados y contaminantes.

Así se elaboran esos concienzudos dosieres que, incorporados a un informe policial, se convierten en prueba pericial por arte de birlibirloque y acaban su metamorfosis en sentencias que los transcriben para justificar lo injustificable: que muchos miles de ciudadanos se vean privados de su derecho a elegir a los representantes en quienes confían y éstos de su derecho a comparecer a los comicios y ser elegidos, con argumentos tan absurdos como que fueron candidatos en elecciones anteriores o electos o apoderados.

Cuando los ahora apestados se presentaron a aquellas elecciones, sus actuaciones eran plenamente lícitas. Ahora, años después, se ilegalizan candidaturas con efecto retroactivo, por haber sido elegidos entonces y seguir pensando y diciendo lo mismo. Increíble, pero cierto. Se ha creado una categoría de ciudadanos de segunda excluidos de la gran fiesta de la democracia que dicen son las elecciones. Tenemos ya hasta nuestro himno: «Contamíname, mézclate conmigo, que bajo mi rama tendrás amigo...».

Excluidos los abertzales de la contienda, los participantes en el reparto afinan sus cálculos para saber cómo queda lo suyo tras el apartheid y quién se lleva la estatuilla que el PNV, siempre tan filoyanki, ha colocado en el logo de su campaña, sustituyendo a la I inicial de Ibarretxe. Como si de los Oscar se tratara, la noche de autos se oirá el «and the winer is...» y sabremos el nombre del ganador de la estatuilla de lehendakari. Hasta puede ocurrir que en la gala de clausura el encargado de entregarla al vencedor sea Ibarretxe e, incluso, que tenga que dársela a otro.

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