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CRíTICA | Teatro

Dos viejetes simpáticos

Carlos GIL

Dos hombres mayores, dos viejos, con espíritu fuerte y reserva de energías deciden fugarse del hospital donde les acaban de comunicar que tienen un cáncer terminal. ¿Una huida o una búsqueda de la luz? En cualquier caso, una buena ocurrencia de partida para que estos dos personajes nos vayan contando parte de su pasado, parte de sus anhelos, de las ilusiones perdidas, de las circunstancias en las que han debido vivir, ahora, precisamente, en que se encaminan hacia ese túnel blanco, lo irremediable, el último viaje.

Si la ocurrencia tiene posibilidades, el arranque de la obra promete, especialmente, por tener a dos grandes actores sustentando los personajes. Su desarrollo se va diluyendo en escenas mal resueltas, en desvíos hacia unas poéticas no claramente expresadas, a recovecos, melancolías, nostalgias que acaban creando demasiados meandros narrativos como para que fluya con soltura el torrente de posibilidades planteadas. Cuando el juego dramático se deslinda de lo biográfico, cuando se hace más abstracto y conceptual, gana, pero cuando se dedican a pagar facturas de su pasado, el asunto se pierde. Y nos queda una rara sensación sobre los personajes, demasiado alejados de su circunstancia, es decir desprovistos de conciencia de camino hacia la luz, y esos viejetes, por muy simpáticos que sean, están ganando días a la muerte, y no lo parece. Espacio escénico simple, iluminación retórica y previsible y un elenco eficaz, con Alterio y Sacristán muy a gusto en sus papeles.

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