ASTEA MUNDUAN
Consecuencias políticas de una crisis cuyo final no se ve
Dabid LAZKANOITURBURU
Periodista
Dicen que toda crisis lleva aparejada una oportunidad. Si fuera por tamaño, la que tenemos por delante se antoja gigantesca.
Encogidos los hombros, nuestros gobernantes llevan meses escrutando el menor gesto al otro lado del Atlántico en busca de aire fresco. Y, mientras tanto, los europeos seguimos ahogándonos en nuestro lago interior, cada vez más turbio.
Porque, como todas, la crisis actual no es simplemente económica. Es una crisis global, total, y sus consecuencias políticas no empiezan ni acaban con el bautizado como «fenómeno Obama».
El verdadero centro geográfico de Europa -Europa Oriental, según los mapas de la Guerra Fría- aparece ya totalmente anegado y sus gobiernos comienzan a caer uno tras otro en la bancarrota, no ya sólo económica, sino moral. Es cuestión de tiempo que la ola llegue al corazón de la «Europa rica»: la que impuso a esos mismos países unas condiciones draconianas a cambio de un paraíso que siempre resulta estar «un poco más allá».
De lo que no hay duda es de que, cuando escampe, nada será ya lo mismo en Occidente. No lo era ya desde hace algunos años. La crisis no ha hecho sino acelerar procesos de recomposición de fuerzas y de irrupción de nuevos actores.
En este escenario, deberemos de dejar de mirarnos al ombligo y de intentar imponer nuestra visión al resto del mundo como si fuera la única. Y ser conscientes de que la historia no comenzó en el Tratado de Westfalia, que inauguró el orden euromundial que ahora agoniza.
Quizás ahí resida la oportunidad de esta crisis. Quizás no haya otra.