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La «Ruta de la Muerte» sigue abierta en la república norcaucásica de Chechenia

Han pasado 65 años desde que Stalin ordenara la deportación del pueblo checheno en la llamada «Ruta de la Muerte». En 2009, este indómito pueblo del norte del Cáucaso sigue sufriendo persecución y trata de luchar contra el olvido internacional.

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Ricard ALTÈS

Colaborador de GAIN

Resulta paradójico que mientras la mayoría de la población de la Federación Rusa celebra el Día del Defensor de la Patria (fiesta instituida en 1918 para conmemorar el día en que se creó el Ejército Rojo y que con la caída del imperio soviético se ha transformado en una exaltación del macho ruso), para la marginada y denostada nación chechena, el 23 de febrero es un día negro en su memoria colectiva.

Ese mismo día, en 1944, las autoridades soviéticas ordenaron la deportación a Siberia, Kazajstán y Kirguistán, en vagones para ganado, de casi medio millón de chechenos e ingushes, acusados de colaborar con el Ejército nazi (acusación de la que también fueron víctimas muchos otros pueblos, como los turcos mesjetas, balkarios, karachayos, tártaros de Crimea, calmucos...). Los que sobrevivieron a las penurias de la deportación no pudieron deshacer el camino hasta 13 años más tarde, en tiempos de Jrushov, cuando a muchos se les dio la posibilidad de volver a sus hogares, aunque otros tantos, todavía hoy, viven exiliados, sin posibilidad de regresar.

No fue hasta sesenta años más tarde, en 2004, cuando el Parlamento Europeo reconoció la deportación como un genocidio. Para conmemorar estos hechos, en Barcelona, la Lliga dels Drets dels Pobles en su campaña Txetxenia, trenquem el silenci (Chechenia, rompamos el silencio) invitaron a dos especialistas en el conflicto de Chechenia a exponer su visión sobre el conflicto: el historiador checheno Mairbek Vachagaiev y el periodista ruso Andrei Babitski.

Vachagaiev trabajó como secretario de prensa del presidente Masjadov, al que mataron, y como representante de Chechenia en Rusia hasta el inicio de la segunda ofensiva contra Chechenia. En octubre de 1999 fue detenido en Moscú por las Fuerzas de Seguridad rusas, que colocaron armas en su vehículo y lo acusaron de «tenencia ilícita de armas». Ingresó durante 8 meses en la cárcel de Butirka hasta que, gracias a una amnistía, lo liberaron y le dieron 3 días para abandonar Rusia. Desde finales del año 2000 vive refugiado en el Estado francés.

Como historiador, Vachagaiev repasó los hechos que han marcado la vida de Chechenia desde la invasión rusa del Cáucaso Norte a finales del siglo XVIII, pasando por la deportación del año 1944, hasta la actualidad. Así, la imposición de la fuerza por la Rusia actual no es un hecho nuevo. En su momento, «los ejércitos zaristas llegaron a perder hasta un tercio de sus efectivos en la lucha por la conquista de Chechenia», una lucha conocida como las guerras múridas, encabezada desde 1834 hasta 1859 por el mítico imán Shamil, y que no culminó hasta 1864. Aún así, «los levantamientos contra el poder ruso, y luego soviético, continuaron».

El punto de inflexión fue el genocidio contra los pueblos del Cáucaso Norte. «Los que no fueron masacrados en sus propios pueblos, dejaron su vida por el camino. Se calcula que un tercio murió víctima del frío y del hambre en un viaje que tenía que durar 2 días y que finalmente se prolongó 14 días. El recorrido que hicieron los convoyes de deportados se conoce en la memoria del pueblo checheno como la «Ruta de la Muerte», ya que a medida que iban avanzando se echaban fuera de los vagones los cadáveres de niños y niñas, mujeres y gente mayor».

Cuando en 1957 se permitió el regreso de los deportados a sus hogares, «las casas estaban ocupadas por familias que habían colonizado esos territorios, incluso muchos tuvieron que comprar de nuevo sus propias casas. Aún hoy muchos chechenos no han podido regresar a su país, entre otros motivos, porque se prohibió repoblar los auls, los pueblos de las montañas».

Por otro lado, Vachagaiev afirmó que «a pesar de la mala o buena convivencia de ambos pueblos durante siglos, Rusia siempre ha estado interesada en vender una imagen lo más negativa posible de los chechenos, como un pueblo de bandidos e indomables». Recordó que, en su juventud, en Grozni, no era bien aceptado hablar en checheno en lugares públicos, incluso una vez «fui increpado en el autobús por hablar con mis compañeros de escuela en checheno. Para desquitarnos, al bajar del autobús, lanzamos unos insultos en checheno y salimos corriendo. Nos sentíamos orgullosos de ello, como unos pequeños héroes. Era la única resistencia que podíamos ofrecer». Era una época, los años 1970 y 1980, en que «las autoridades soviéticas querían dar una imagen de normalidad, y concedían unos escasos 10 minutos al día para emitir un noticiario en lengua chechena...», así como, «en señal de buena voluntad, había cargos chechenos en la Administración, pero los puestos clave los ocupaban los rusos», o sea, la marginación del elemento checheno de las instituciones públicas soviéticas. Otra etiqueta «de la que no nos hemos salvado, es la de terroristas. Otra mentira con la que hemos tenido que cargar los últimos años».

Vachagaiev recordó las palabras del escritor y disidente ruso Alexander Solzhenitsin en su obra «El archipiélago Gulag» a propósito de los chechenos, cuyo deseo por sobrevivir perduró: «Hubo una nación que no se entregó, que no asimiló los esquemas mentales de sumisión a un hombre, y no fueron sólo unos pocos rebeldes de entre ellos, sino una nación entera. Fueron los chechenos».

Régimen de terror

El periodista Andrei Babitski, corresponsal de guerra para Radio Free Europa/Radio Liberty, se centró en los hechos sucedidos en Chechenia desde 2000, donde se ha destacado como corresponsal en la segunda guerra chechena. Fruto de sus buenas relaciones con las tropas rebeldes, Babitski conoció de primera mano la rudeza de las cárceles rusas en Chechenia, donde estuvo retenido.

Según Babitski, «la Administración de Kadirov no tiene ningún apoyo, únicamente la fuerza de las armas rusas. La mayor parte de la población vive sometida a un régimen de miedo y bajo amenazas constantes, sin ninguna garantía de preservar sus derechos básicos». Incluso, Kadirov no tiene ningún tipo de apoyo entre sus correligionarios: «¿Qué tipo de respeto se merece un presidente que humilla cada semana en directo por la televisión a sus subordinados?». El periodista ruso afirmó que «son muchos los que quieren vengarse, no sólo por las humillaciones constantes, sino también porque es el responsable de miles de muertes».

Babitski terminó con una descripción del régimen encabezado por Kadirov: «No se sabe muy bien a qué responde. Es un régimen con tintes de régimen soviético totalitario, monarquía islámica y despotismo oriental. Está totalmente alejado de la mentalidad y tradiciones chechenas, que se basan en principios de igualdad, sin ningún tipo de sumisión. El poder de Kadirov se sustenta en el aire y tiene sus raíces en la violencia».

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Casi medio millón de chechenos e ingushes fueron deportados en 1944 a Siberia, Kazajstán y Kirguistán. Los que sobrevivieron no pudieron regresar hasta 1957. Sesenta años más tarde, en 2004, la Eurocámara reconoció la deportación como un genocidio

TOTALITARIO

El periodista Andrei Babitski afirma que el actual régimen de Kadirov tiene «tintes de régimen soviético totalitario, monarquía islámica y despotismo oriental, alejado de la mentalidad y tradición chechenas, basadas en principios de igualdad».

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