Jon Maia Bertsolari y escritor
Somos
En días como éste uno se reafirma en lo que es, y en lo que nunca debiera ser. Hoy es un día para reafirmarnos, con orgullo, en lo que somos. Y hoy, me reafirmo ante ustedes, todos aquellos que han hecho posible que hoy sea el día más antidemocrático que yo haya conocido. Nosotros también somos ciudadanos, como ustedes. No somos residuos tóxicos, no somos parásitos. La izquierda abertzale no es un ente delictivo con artículo penal propio. Somos seres humanos, claro que sí. Y por lo tanto, tenemos sentimientos, señores de la guerra. Nosotros también tenemos ilusiones, también soñamos, reímos, cantamos, lloramos, amamos... maduramos, envejecemos, vemos crecer a nuestros hijos, nos preocupamos por ellos, sufrimos con ellos, jugamos con ellos, disfrutamos de su felicidad... Sí, nosotros también, como ustedes. Fíjese, que somos capaces de llorar con una canción, por un amor perdido, o hasta por la felicidad ajena. No sólo lloramos de dolor y rabia.
Somos profesores, soldadores, panaderos, estudiantes, parados, empleados de banca, electricistas, hasta algún zapatero habrá... yo por ejemplo, al cual se me despoja de mis derechos como ciudadano y en unas elecciones valgo lo mismo que cualquier animal, me dedico a improvisar versos, a cantar y a escribir. Nosotros también somos madres, padres, hijos e hijas, tenemos primos en Zamora, París o en Lizartza. Tenemos tíos en Madrid, Australia o Baiona y les podemos tener cariño, y nos juntamos de vez en cuando toda la familia. ¡Qué simple suena todo esto!, ¿verdad? Sin embargo, ahora que ustedes nos despojan de derechos básicos del ser humano, a estas alturas de la historia y de la vida, siento la necesidad de decírselo.
Debo de decirles que nosotros también leemos, hemos visto cientos de películas, acudimos a conciertos, y algunos de nosotros incluso creamos canciones, con la mera intención de que aquel que la escuche sienta algún tipo de placer. Nosotros también vamos al teatro, subimos montes, atravesamos océanos, también buscamos la belleza de la vida, como muchos otros seres humanos. Fíjese que a muchos de nosotros nos da por dar vueltas por el mundo en bicicleta, pasar media vida colgados de cuerdas en rocas macizas, en subir cimas imposibles, pescar chipirones o coger setas...
A muchos nos gusta disfrutar de la comida, de una buena noche entre amigos, nos gusta bailar... Sí, así es, para los que no nos ven como personas, les deberá sonar hasta raro todo lo que les estoy diciendo.
Pero es así, vivimos en este mundo, el mismo en el que ustedes viven. Hacemos colas para sacar entradas de fútbol, donamos órganos, compramos ordenadores, hacemos la declaración de la renta... No somos nada perfectos, pero somos personas, como ustedes. E incluso vamos mas allá. Con todas nuestras imperfecciones y carencias, cometemos el gran delito de complicarnos la vida e intentar que el trozo de tierra en el que nos ha tocado vivir sea más justo de lo que ahora es. Sí, fíjense si seremos tontos: ¡no pensamos sólo en nosotros mismos!
Somos gente que aun viviendo, conviviendo con el resto de ciudadanos, compartiendo obligaciones y deberes, mesa y mantel, alegrías y penas, nos han ustedes inferiorizado en masa, nos han mutilado en nuestra condición de ciudadanos de a pie, hasta límites inferiores a lo que puede tolerar una sociedad mínimamente civilizada y democratizada. Y eso da mucha rabia. Como toda la pasividad cómplice de intelectuales, escritores, pensadores... gentes que se ocupan de expresar, formular, analizar, juzgar y reinventar la condición humana, paisanos y compatriotas, conciudadanos nuestros, todo ese silencio de los corderos, esa pasividad ante este atropello histórico, debo decirlo, da rabia. ¿Qué puedo sentir yo, cuando me llega una papeleta del partido que sea hablándome de participación ciudadana? ¡Qué quieren que sienta yo, sino rabia!
Y somos también más cosas que ustedes saben, y que nos diferencian del resto.
Somos miles los que hemos convivido desde nuestro nacimiento, por ejemplo, con la cárcel. Sí, la cárcel. Somos cientos de niños y niñas los que hemos crecido y convivido con la cárcel o la amenaza de su fantasma, desde que tomábamos de la teta de nuestra madre. Les aseguro que es duro tener a la cárcel en la vida diaria. Miles y miles los hijos e hijas, hermanos y hermanas, padres y madres, que hemos tenido que ir a la cárcel, mínimamente, a visitar a un ser querido, a llevarle ropa, comida y 50 minutos de amor. Y eso marca mucho, señores de la guerra. Miles de niños y niñas que llevamos toda la vida viviendo y muriendo con la ausencia de seres próximos y queridos. Miles de niños y niñas que hemos visto con nuestros propios ojos, en estado de shock absoluto, cómo hombres armados y encapuchados se llevaban a nuestro padre, nuestra madre, hermano, hermana, abuelo o abuela, parejas... no les exagero ni un ápice, somos muchos los que pasamos por esa situación. Demasiados para borrarnos del mapa.
¡Cuán necesario es tener sentido de empatía en todo esto! Y algún día será. Ojalá sea mañana el día en que veremos que es entre víctimas de uno y otro bando donde mayor empatía se puede dar. Nosotros sabremos enterrar el rencor, y mirar mas allá del dolor. Ojalá ustedes sean capaces.
Eso es lo que nos lleva ocurriendo durante décadas, muchas, demasiadas décadas. Desde Franco hasta ustedes. Son historias de mucho dolor, de sangre, de lucha, de muerte... en todos nuestros pueblos hay torturados, supervivientes del mayor abuso de poder imaginable, del crimen más horrible que se pueda realizar. Porque una violación es una violación en Sevilla, en Gaza y en la Audiencia Nacional.
Bien saben ustedes de la carga de sufrimiento que llevamos en nuestras espaldas. Y aun así, aquí seguimos. Deben ustedes saber que de cada detenido, de cada torturado, de cada encarcelado florece la solidaridad, el amor y el respeto. Que cada una de nuestras víctimas levanta una pequeña primavera a su alrededor. Hemos vivido abrazándonos, recibiéndonos, ayudándonos, besándonos por solidaridad, cariño y admiración. Así nos hemos educado, miles de niños y de niñas durante décadas, y ése es nuestro patrimonio de futuro: todos esos valores decadentes en la sociedad, que gracias a esta lucha hemos conservado en su máxima intensidad. Como decía Eva, recogemos a nuestros muertos y hacemos armas masivas de creación. Cualquier abrazo de uno de nosotros vale más que todos sus homenajes y parafernalias juntas.
Yo, con todos mis temores, mi sufrimiento ante la injusticia, mi dolor ante la muerte, la conculcación de mis derechos básicos, me siento un afortunado por todo lo que me da esta lucha, y me hace ser una mejor persona.
Tengan cuidado, puesto que la mezquindad del ser humano empieza cuando uno se cree más que los demás, como parece ser que les pasa a ustedes, y trata a sus semejantes como seres inferiores. Nadie es dueño de la verdad absoluta, de toda la razón, ni de todo el dolor. Nosotros somos conscientes de ello. Pero, ¿y ustedes?
A nosotros, que queremos que este conflicto se resuelva cuanto antes, no nos interesa que ustedes sean mezquinos ni tiranos.
Somos los que estábamos construyendo un puente. Un puente que pasase por encima de las aguas turbulentas que cruzan la tierra de nuestra historia. Y ustedes lo han bombardeado. Ustedes han querido que cayésemos al río. Pero, como ustedes se habrán dado ya cuenta, y si no se dan por enterados se darán cuenta hoy, nunca lo conseguirán.
Nosotros, desde esta orilla del mundo, del mundo de la solidaridad, de los ideales de justicia, donde los torturados, exiliados, apaleados, los movimientos populares, ilegalizados y proscritos nos juntamos y hablamos, escribimos cartas de amor a presos, viajamos miles de kilómetros para ver a nuestros seres queridos, soñamos, cantamos, reímos y lloramos, nosotros, digo, seguiremos construyendo ese puente hacia la otra orilla. Un puente de libertad, por el que podamos transitar todos los ciudadanos de este país. Estamos intentando construir un puente para entendernos, conocernos y respetarnos, ustedes y nosotros. Un puente tras el cual ni siquiera es necesario que estén ustedes. No les esperamos, ni les pedimos que nos ayuden en este hermoso trabajo, simplemente es nuestro deber moral hacerlo.
Avanzamos hacia nuevos tiempos, nuevos ciclos históricos. Ustedes se irán y nosotros seguiremos aquí. No son más que una referencia casual. Nosotros hemos perdurado y perduraremos durante siglos, bien lo saben. Antes que tarde, este ciclo terminará. Y digan lo que digan y hagan lo que quieran, que nunca nos sentiremos derrotados cuando esta parte de nuestra historia termine. Algún día, ojalá sea mañana, sabremos ser generosos con ustedes. Nosotros nunca les dejaremos fuera de unas elecciones. Y esto es lo mas hermoso: el puente del diálogo, del respeto, de la solución, de la libertad no es tanto por nosotros. No, no lo queremos construir para salvarnos. No, nunca seríamos tan egoístas. Esta nueva Euskal Herria que construimos también es para ustedes, los de la otra orilla. Ustedes también tienen derecho a conocer un mundo mejor.