El Athletic se reserva para la gran cita del año. En eso habrá que confiar porque, en la línea de las últimas semanas, ayer firmó otro fiasco.

Con consecuencias, porque la mala racha de las últimas semanas le está condenando a la zona insípida de la clasificación y también por aquello del espaldarazo moral de cara al segundo envite frente al Sevilla. Pero no tantas como las que tendría en otras circunstancias. En Bilbo sólo se piensa en la Copa y, al menos si se supera el último escollo previo a la final, los disgustos de estas últimas jornadas quedarán en el olvido.

La derrota, además, entra dentro de la lógica, viendo los equipos que se enfrentaron ayer. Aunque, por fin, Joaquín Caparrós ya había ofrecido alguna pista sobre sus planes tras el entrenamiento matinal de Lezama, dejando fuera de la convocatoria a muchos de los habituales, hubo que esperar hasta pocos minutos antes del encuentro para comprobar la verdadera dimensión de su revolución. Valga como ejemplo que, de los titulares de ayer, sólo dos, como mucho, repetirán el miércoles. O que Armando y Muñoz disputaron los primeros minutos de la temporada.

Con menos novedades, el Sevilla se sintió mucho más cómodo. Consigo mismo y con un rival que, en los primeros minutos del choque, tuvo bastante con reconocerse. Empezaba a parecer que aquello podía acabar con un repaso del Sevilla, cuando el Athletic se revolucionó. Y no hizo falta demasiado. Un par de decisiones del árbitro y un centro sin la más mínima consecuencia para Palop encorajinaron al público y el equipo se creció. Entre Gurpegi, Susaeta y Balenziaga fabricaron un par de ocasiones y, con San Mamés muy metido en su papel, el gol acabó llegando. En un corner, con un par de despejes y con el remate definitivo de Gabilondo.

El arreón duró algunos minutos más, pero el equipo acabó perdiendo fuelle. Y sobre todo contundencia. Un pecado capital, como pudo comprobar el Athletic a seis minutos del final, cuando Mosquera centraba con total comodidad para que Kanouté controlase y rematase a gol de forma espectacular.

A partir de ese momento, el Sevilla vivió con placidez. Y más aún en el segundo tiempo, que dominó por completo. Aceleró un poco de primeras, en busca de la remontada definitiva, que no tardó en llegar. Lo firmaba de nuevo Kanouté, con otra exhibición, superando en este caso a los dos centrales rojiblancos antes de batir a Armando. Y después se limitó a evitar que el partido se le fuese de las manos -no le costó demasiado, ante un rival muy desdibujado-, sin renunciar a la puntilla que, finalmente, no llegó.

Sí estuvo a punto de hacerlo, en el último suspiro y contra todo pronóstico, visto lo visto, el gol del empate. Pero primero Toquero, solo ante Palop, remató directamente al muñeco; y después Etxeita, al remate de una falta, cabeceó fuera.