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Jesus Valencia Educador Social y promotor de D3M

¡Erre que erre!

Concluye una da las campañas más esperpénticas: bocachas contra papeletas; silencios cómplices frente a denuncias arriesgadas; destrozos intolerables y otros entendibles; demócratas prostituyendo una institución y presuntos antisistema intentando dignificarla...

Los gobernantes españoles abrazaron sin reservas el pensamiento y las recomendaciones del Gran Maestro de la Sabiduría: «Si hay que hacer frente a una oposición indigerible, no queda más remedio que destruirla. Hay una fórmula sencilla para conseguirlo: primero se la ilegaliza y luego se la incluye en el listado de organizaciones terroristas. A partir de ahí, el grupo levantisco desaparecerá». Según el Gran Guía del PSOE -el nunca suficientemente elogiado George Bush-, el remedio es infalible.

Dicho y hecho. Los sedicentes socialistas aplicaron a la izquierda abertzale la receta del Gran Gurú y dieron por hecho que la referida formación estaba para el derribo. Sobra decir que sus cálculos fallaron. Desde el mismo momento en que hizo su aparición, D3M desató las furias y colerines de la España fatxiprogre. El nutrido y destemplado coro de voceros constitucionalistas entonó el Dies irae. Alegaron que la maldita plataforma intentaba hacer fraude de ley, que daba continuidad a otras organizaciones ilegalizadas, que estaba contaminada de cuajo, que era una provocación al Estado de Derecho (¿pero todavía existe?)... La verdadera razón era otra: la cruda evidencia de que los porfiados abertzales seguían vivos y con suficientes arrestos como para medirse con las urnas.

Es comprensible la desazón que provocó la noticia en las filas de la variopinta carcundia. En diez años de dictadura territorial ha conseguido muchas cosas: exhibir sus vergüenzas inquisitoriales, quedar en evidencia ante numerosos organismos internacionales, dejar con el culo al aire a los vascos sometidos que refrendan las loas a la Guardia Civil cada vez que Rubalcaba se lo exige... Pero, indecencias aparte, no han alcanzado ninguno de los objetivos estratégicos que se marcaron: los presos no se rinden a la criminal política penitenciaria, sus familiares no los abandonan, ETA continúa con su práctica armada y, para colmo, 50.000 pertinaces reclaman mediante firma notarial sus derechos electorales. ¿De qué ha servido el estado de excepción que están aplicando en esta «Gaza peninsular»?

Concluye una da las campañas electorales más esperpénticas que imaginarse pueda: bocachas contra papeletas; silencios cómplices frente a denuncias arriesgadas; destrozos intolerables y otros entendibles; listas legales que nos anclan en el pasado y listas legítimas que están construyendo futuro; demócratas prostituyendo una institución más y presuntos antisistema intentando dignificarla... Ni resoluciones judiciales, ni servidumbres políticas, ni represión policial han conseguido desmovilizar a la única izquierda pujante y audaz. Escribo estas líneas sin saber el dictado de las urnas, pero estoy convencido de que habrán recogido el eco de miles de voces inquebrantables; votos a los que se les usurpan espacios institucionales pero que avivarán dinámicas movilizadoras.

En este día de suma y sigue recuerdo la anécdota que escuché a Amparo Lasheras. Cuando se discutía el nombre que llevaría la plataforma popular, alguien -con ironía y realismo- sugirió que podría ser ¡Erre que erre! Los miles de votos anulados y creativos confirman que estamos en ello.

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