«Si los abuelos pueden encontrarnos, cómo es que no lo hace el Estado»
Emiliano Hueravilo nació en cautiverio en la Escuela de Mecánica de la Armada de Buenos Aires. Los militares lo abandonaron en una casa cuna con un cartel en el que se indicaba su nombre. Tras muchos avatares, sus abuelos pudieron encontrarlo y criarlo.
Mirta Mónica Alonso tenía 23 años y estaba embarazada de seis meses cuando dos Falcon se la llevaron en medio del velatorio de su abuelo el 19 de mayo de 1977. Agentes vestidos de civil se presentaron como Policía Federal. Le dijeron que su marido, Oscar Lautaro Hueravilo, había sido asaltado, que estaba gravemente herido y que la estaba llamando. El suegro de Mirta intentó impedir que se la llevaran, pero fue imposible. Nunca más la volvieron a ver. Cuando su esposo llegó a casa, en el barrio de Palermo, sólo tuvo tiempo para dejar el bolso en la silla y la cartera con su documentación en la mesa.
Ambos fueron trasladados a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde nació Emiliano. Madre e hijo estuvieron juntos sólo 22 días. Para poder reconocerlo allá donde fuera, le hizo con un alfiler una marca en la oreja izquierda y logró hacerle llegar a su compañero el nombre del niño, el que habían pensado en la calle. «La marca del hijo de Mirta» corrió por entre las celdas de la ESMA. Al tiempo, los medios recogieron una noticia en la que se decía que «una madre había abandonado a su hijo recién nacido a las puertas» de un hospital con una nota en la que aparecían su nombre y apellidos. Después, fue llevado a una casa cuna.
Pasaron cuatro meses y muchos avatares hasta que sus abuelos paternos pudieron recuperar a su nieto. «A partir de los cuatro años, me contaron quiénes eran mi madre, mi padre, que se los llevaron porque querían una Argentina más justa, solidaria y cambiar un sistema. Nosotros, como hijos, reivindicamos la lucha de nuestros viejos, y estamos orgullosos de su militancia», subraya Emiliano Hueravilo.
Los militares lo abandonaron en aquel hospital y gracias a la lucha de sus abuelos pudo recuperar su identidad, que no ocurre en la mayoría de los casos.
Si los abuelos y organismos de derechos humanos tienen la capacidad de seguir encontrando a nuestros hermanos, qué no podría hacer el Estado para hallarlos y juzgar a esos genocidas. Hay más de 400 jóvenes que no conocen su identidad, que viven en una burbuja llena de mentiras.
Jorge Olivera estuvo al cargo de los centros de detención clandestinos de la zona de Capital Federal, donde está la ESMA. ¿Cómo está viviendo el juicio?
Queremos que los juicios a estos genocidas sean públicos y orales, y que sean condenados por todos los casos, no por unos pocos, que acaben en una cárcel común y no se les imponga prisión domiciliaria por una cuestión de edad.
En la ESMA acaban de abrir un centro cultural y han instalado el archivo nacional de la memoria, un uso que ha generado bastante polémica.
Ese centro debería servir para los futuros juicios y para que las nuevas generaciones sepan que en el país hubo muchos centros clandestinos y que éste fue uno de los más grandes en Buenos Aires, por donde pasaron más de 5.000 detenidos desaparecidos y donde nacieron muchos hijos, entre ellos yo.A.L.e