Difícil es -ya lo creo- escribir algo que sea leído en un día como éste en cualquier resquicio de cualquier periódico. Creo que si les dijera que Benedicto, el Papa alemán, cenó ayer con Madonna y sus hijos en el Vaticano y que después de la cena -«la última»- se le oyó decir a él- hubo una sesión de fotos con la Pantoja y Maite Zaldívar, nadie se enteraría de tamaño delirio. De hecho, dudo que hoy alguien encuentre estas líneas postelectorales tan frívolas. Me refiero a que las encuentre físicamente sin acepción modal. Que llegue hasta ellas después de los titulares, el tipo de letra enorme, los datos, los votos, los resultados casa por casa... yo que sé. Todo lo que usted siempre quiso saber después de haber ejercido su derecha y nunca se lo había preguntado. He escrito derecha en lugar de derecho porque me fijé muy bien ayer y casi nadie introduce su voto en la urna con la izquierda. Incluso algún amigo mío, zurdo de toda la vida, sacó la derecha desde no sé dónde para meterla bien adentro. Fue un día especial. Nuestro crédulo mundo se puso nervioso-un poco- una vez más para sentir el protagonismo de su elección reflejado en la Ley del tal D'Hondt (que no talión).

La verdad es que cualquier jornada electoral se convierte en el momento estelar de los mass media inmediatos. La radio y la televisión antes, e internet ahora, lo dan todo y más. El despliegue suele ser esforzadísimo y, aunque algunas veces escorado, tratan de dar fe notarial de lo más inesperado y sobresaliente. Todos los canales convocan e invocan a sus agoreros y el akelarre de sabios disfruta de unos minutos de gloria sólo equiparables a los previos a la aparición del Gordo de La Navidad. El pueblo, uno a uno, dentro de un bombo gigantesco saca sus papeletas para que, variablemente permutadas y combinadas, nos ofrezcan un resultado sorprendente para algunos y certero para los demás. Perder y ganar nada significa hoy a nuestros políticos, que no han ganado ni han perdido porque van a seguir siendo lo que son: políticos. Y además, lo veían venir.