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Iñaki Lekuona periodista

Arde Guadalupe

 

En las escuelas caribeñas de Guadalupe los estudiantes aprenden cuáles son los ríos que atraviesan Francia, aprenden que los galos se defendieron tenazmente de los romanos, que luego, los francos de Carlomagno alumbraron la Edad Media que iluminaría siglos más tarde, tras el Rey Sol, la Patria de los Derechos Humanos, el paraíso de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad.

En 1802, Napoleón les otorgó la igualdad de la guerra, como si fueran europeos. Sólo que lo que buscaba el corso en aquellas islas antillesas no era más que el retorno de la esclavitud, abolida tras la Revolución, en 1794. La esclavitud volvió a ser abolida en 1848, pero sólo sobre el papel. Las duras condiciones de vida les hicieron revolverse en 1952, recibiendo una tremenda respuesta desde la metrópoli. Como los palos no llenan los estómagos, la revuelta regresó en mayo del 67, y con ella la represión del ejército francés.

Hoy, 215 años después de que dejaran por primera vez de ser esclavos, los ciudadanos de Guadalupe siguen revolviéndose exigiendo libertad, igualdad y fraternidad. Porque el 1% de la población posee el 90% de las industrias locales. Porque ese mismo 1% posee la mitad de las explotaciones agrícolas. Porque ese 1% es béké, blanco, heredero de aquellos que se enriquecieron esclavizando a los negros.

Hace seis semanas que arde Guadalupe. Nicolas Sarkozy, amigo de ese 1%, dice querer apagar el incendio y promete une inyección de liquidez. Pero el negro ya no se fía del blanco, no porque sea blanco, sino porque él sigue siendo negro y sabe de qué no se habla cuando se proclama solemnemente libertad, igualdad y fraternidad.

 

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