Txisko Fernández Periodista
Otro parlamento para el vasallaje
Es posible que en estos momentos en los sótanos de Sabin Etxea estén resonando los latigazos con los que se debe castigar en el templo jeltzale a quien predica una herejía tan endiablada como ésa que cuestiona la legitimidad democrática de una institución por el mero hecho de que los alguaciles del Reino de España han excluido de ella a una parte de la sociedad vasca por la fuerza.
Ahí radica el problema que las urnas del 1-M han vuelto a sacar a flote: el Parlamento de Gasteiz, el de Iruñea, las juntas generales, el Consejo General de Pau y cientos de ayuntamientos vascos están constituidos con tan escasa legitimidad que hasta quienes descansaban tan cómodos en sus poltronas han empezado a sentirse molestos cuando se han percatado de que, tras los algualciles, han llegado los auténticos representantes de la Corte madrileña reclamando para sí esos escaños.
También es posible que, si mañana volvieran a repetirse los comicios, el candidato jeltzale obtuviera aún más votos «útiles» de los que logró el 1-M, porque es evidente que a estas alturas sí ha calado el mensaje de que «los españoles se van a quedar con Ajuria Enea... y con ETB, las ikastolas, la Ertzaintza...». Y es posible que eso ocurra si el PSOE decide llevar hasta sus últimas consecuencias el apartheid político con el que, como se venía advirtiendo, pretende aniquilar no sólo al independentismo vasco, sino también a cualquier otro movimiento que intente avanzar por la vía del soberanismo.
Todo eso es posible, no porque desde Madrid hayan hecho muy bien las cuentas de la ilegalización -al candidato jeltzale le han faltado cerca de 100.000 votos para que PSOE-PP-UPD no alcanzaran los 38 escaños-, sino porque desde Sabin Etxea siempre se bajan los puentes cuando oyen los cascos de las huestes españolas, y siempre se levantan con la intención de que quienes aspiran a desembarazarse de los alguaciles acaben en el foso de los votos útiles. Y luego ellos, de nuevo, viajarían cómodamente a La Moncloa para negociar el vasallaje y prestos a besar la mano de su auténtico señor.