La caravana británica a Gaza celebró su fiesta a puerta cerrada
La caravana británica de solidaridad encabezada por el parlamentario George Galloway ya está en Gaza. Las autoridades egipcias les dieron ayer el permiso para cruzar al territorio palestino tras una tensa espera. Peor suerte tuvieron las familias palestinas que esperan desde hace semanas frente al hormigón de Rafah. Para ellos no hubo permiso egipcio para volver a casa. Tendrán que seguir esperando.Alberto PRADILLA-Aritz INTXUSTA |
«Hemos roto el bloqueo». Éste fue el anuncio triunfalista lanzado por la caravana Viva Palestina, la iniciativa británica que, tras casi un mes de viaje, logró entrar en Gaza a través de la frontera con la que Egipto da continuidad al bloqueo impuesto por Israel a la Franja.
Pero la fiesta solidaria fue a puerta cerrada y con invitación previa. El convoy europeo entró, dejando tras el hormigón a todas las familias palestinas que esperan desde hace semanas que el Gobierno de Hosni Mubarak les permita regresar a sus casas. A pesar de que los 200 camiones lograron su objetivo, Rafah sigue siendo el mismo infranqueable muro de siempre para los gazatíes.
Un día después de que un cariacontecido y repentinamente mudo George Galloway tuviese que darse la vuelta sin poner un pie en Gaza, el parlamentario británico se convirtió en un diplomático Moisés para abrir el paso a su caravana. Tras ella, el cemento egipcio cayó otra vez sobre los palestinos que aguardaban su entrada en Gaza, silenciados en el estruendo de las celebraciones.
Nacer en tierra de nadie
Como Leila, que quizás pudo escuchar la alegría británica desde la vivienda de Mohammed, un vecino de Rafah que le ha acogido junto a sus tres hijos después de una semana clavada frente al candado. Embarazada de nueve meses, explica en un perfecto inglés que no puede esperar más, que tiene que cruzar para que su hijo nazca en Palestina. «Si lo tengo en Egipto nunca le darán la documentación y me dirán que no es mío», explica.
Mientras Galloway proclamaba triunfal que el mundo «nunca olvidará a Gaza», Leila digería el quinto «no» de la semana arrinconada en su silla, apenas iluminada por el reflejo de los focos militares, pensando en el momento en el que, hace seis meses, decidió viajar a Libia para visitar a sus padres por primera vez en catorce años. Desde entonces sólo ha visto Gaza por televisión. De Trípoli a El Cairo, deportación a Libia, regreso a Egipto.
«¿Es musulmán no ayudar a otros?». Faisa pierde la paciencia. Grita a los policías, a los conductores, se agarra a la verja. Los integrantes del convoy, solidarios, desfilan por la puerta, algunos entre ostentosas celebraciones, como si esta mujer, que salió de Gaza hace mes y medio para recibir tratamiento médico, no fuese con ellos.
La llegada de la caravana había alimentado las esperanzas de los gazatíes, encerrados en el laberinto aleatorio de la burocracia egipcia. Mousa Arafat intenta volver a casa después de cuatro años trabajando en Dubai. Tras un mes bloqueado en El-Arish, se resigna a que algún extranjero consiga llevar una bolsa a su familia.
«Somos todos árabes, hablamos la misma lengua, pero nada de esto sirve». Si el objetivo de la caravana británica era romper el bloqueo, la pregunta es a cuál se referían. Porque al mismo tiempo que los camiones británicos convertían las carreteras en un desfile del Partido Nacional Democrático, otros vehículos, también cargados con ayuda humanitaria, se hacían invisibles en la dirección opuesta.
El pacto entre caballeros en el que se convirtió una iniciativa destinada a romper el bloqueo comenzó el domingo con la actuación de un Galloway aclamado por las multitudes mientras agradecía el apoyo egipcio en una tribuna escoltada por dos gigantescos retratos del omnipresente Mubarak.
Galloway negocia
Ese día no avanzó 50 metros. ¿Qué negoció durante las siguientes 24 horas para que el convoy pudiese pasar la verja? Quizás tenga que ver la omisión total de alusiones a la responsabilidad de El Cairo en el bloqueo. Ni siquiera cuando, durante la noche del sábado, cientos de antidisturbios cercaron los camiones.
«Todo ha sido muy confuso, y lo que sorprende es que una comitiva de una ONG participe en un acto de propaganda gubernamental», aseguró Julio Rodríguez, de la organización del Estado español Paz Ahora.
«Esperamos que los compañeros que quedan en Rafah puedan entrar mañana», escribían desde Gaza los miembros del convoy.
La fiesta, con aforo limitado, no tenía entradas para Imana ni para Leila. Tampoco para otros cooperantes, pero ellos podrán montarse en su vuelo y dejar atrás el duro hormigón que les separa de Gaza.
Leila no tendrá esa oportunidad. Seguirá todos los días a las puertas del guetto, apoyada sobre su muleta, para que sus hijos no tengan que despedirse de su nuevo hermano egipcio.
Las formaciones palestinas, que comenzaron ayer un diálogo intensivo en El Cairo, permanecerán en Egipto hasta alcanzar un acuerdo de reconciliación y un gobierno de unidad nacional, según señaló en Gaza el diputado de Hamas Mushier al-Masri.