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Carlos Aznárez periodista y director de "Resumen Latinoamericano"

Llegó el comandante... y otra vez mandó a parar

El autor analiza en clave histórica los cambios dados en el Gobierno cubano. Frente a quienes desde Europa cuestionan el proceder de los hermanos Castro Ruz, Aznárez defiende la coherencia de los dirigentes revolucionarios. Señala que a nadie que reconozca esa coherencia le pueden sorprender unos cambios que venían antecedidos de unas palabras de Fidel en las que calificaba los hechos como consecuencia de la «ambición» y la «indignidad».

Otra vez Cuba está en boca de todos los analistas internacionales. Y ahora, no para contar como suele hacer la prensa occidental, que se «violan los derechos humanos en la Isla» o «que se impide actuar a la prensa libre» cuando quiere informar «libremente» sobre Cuba libre. Mucho menos, para hablar de que en el pequeño «lagarto verde» la mortalidad infantil descendió (a diciembre del 2008) a un 4,7%, ubicando al país en la posición más alta contra este flagelo. O que, a pesar de los pesares, el bloqueo más largo de la historia que pueda haber sufrido país alguno sigue siendo derrotado en base a la heroicidad del pueblo cubano y de las inteligentes iniciativas de su Gobierno revolucionario.

El cimbronazo periodístico de ahora tiene que ver, por un lado, con algo que es perfectamente lógico y normal: se han dado los cambios que la Cuba del 2009 precisa para hacer más ejecutiva la tarea revolucionaria, para desburocratizar cualquier estructura que se haya anquilosado y sobre todo para revitalizar la idea del avance en el camino que impone la crisis mundial actual.

Si hay algo que los cubanos y cubanas siempre dieron ejemplo, es en rectificar cuando algo no funcionó o en enfrentar las grandes tormentas internacionales con sobriedad pero con firmeza.

Este tema de los reemplazos, obviamente, no es el que desespera a la «gran prensa internacional» ya que cambio más, cambio menos, los enemigos de la Revolución cubana han constatado con disgusto que los engranajes que han movido esa excelente maquinaria desde el 1º de enero de 1959 siempre han dado como resultado la permanencia en el poder de las ideas más favorables para la inmensa gran mayoría del pueblo de Cuba y, por extensión, de todo el Tercer Mundo. Porque si hay algo que Cuba sigue facilitando a los desposeídos del planeta es la referencia de su ética y dignidad para afrontar los malos y buenos tiempos que le tocaron vivir en este medio siglo de existencia.

Lo que sí les ha hecho roncha a los detractores y, extrañamente, también a algunos que se confiesan amigos de Cuba, es la reflexión del compañero Fidel en la que estigmatiza sin nombrarlos a dos ex ministros y figuras relevantes del Gobierno revolucionario, en obvia referencia a Felipe Pérez Roque y Carlos Lage. Fidel no ahorra tinta y aborda en su tan comentado escrito el hecho de que «no se ha cometido injusticia alguna con determinados cuadros», y señala que los reemplazados ilustres no carecían de valor personal, sino que «la miel del poder» actuó de tal manera que «despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno». Más claro, agua. Y si el agua no alcanzara, agrega, como para marcar a fuego a quienes se desviaron de su senda: «El enemigo externo se llenó de ilusiones con ellos».

Es evidente que estos dichos del compañero Fidel coinciden totalmente con los pronunciados por el comandante Fidel hace pocos años en la Universidad de La Habana, cuando advertía que «esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí y sería culpa nuestra». Más aún, se complementan totalmente con las palabras pronunciadas por Raúl el pasado 1 de enero, cuando, refiriéndose a los dirigentes del mañana les exige que «no olviden nunca que esta es la Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes», agregando algo que encaja a la perfección con estos dos sonados reemplazos de ahora: «que no se reblandezcan con los cantos de sirena del enemigo y tengan conciencia de que por su esencia, nunca dejará de ser agresivo, dominante y traicionero; que no se aparten jamás de nuestros obreros, campesinos y el resto del pueblo; que la militancia impida que destruyan al Partido».

Si hay algo que siempre ha sido saludable en la Revolución cubana es su falta de sensacionalismo para acometer contra quienes, desde adentro de sus propias filas -en verdad, muy pocos en 50 años de vida- han querido cruzar el charco. En cualquier otro país, ante un hecho de esta envergadura, los estigmatizados hubieran sido enviados a una oscura -o no tan oscura- embajada. En Cuba no. Se corta la mala hierba de raíz.

Eso no significa que no se informe, como insinúa cierta prensa, sino que se informa de la manera en que el pueblo está acostumbrado -por lealtad y confianza- a recibir las malas y buenas nuevas.

Con toda seguridad que debe haber impactado en la población esta defección de dirigentes tan encumbrados, pero más allá del impacto, el pueblo cubano está firmemente convencido de que si un timonel como Fidel, vencedor de mil batallas, y sobreviviente de cientos de intentos de asesinato por parte del Imperio, pronuncia la palabra «ambición» e «indignidad», no necesitan más detalles para saber que lo que ha sucedido es grave para el buen andar de la Revolución.

Por otra parte, para quienes están hurgando permanentemente en el panel para ver si una abeja pica a la otra, y ven intromisiones o desinteligencias en el camino que recorre uno u otro hermano Castro Ruz, los cambios recién producidos vuelven a demostrar que la Revolución tiene una conducción sólida y convincente. No hay fisuras, sólo estilos de mando, que al final de cuentas son absolutamente coincidentes entre hombres que se ganaron los galones de comandante en Sierra Maestra, en Girón, en Cuito Canevale y en tantas otra batallas antiimperialistas.

Lo que ocurre es que algunos buenos amigos europeos -seguramente me dirán que no sólo europeos- de la Revolución parecen estar muy ansiosos para dilucidar por qué Fidel sigue actuando como si estuviera gobernando, que eso confunde y resta fuerza a la defensa del proceso. O por qué no se unifica la información sobre lo sucedido ya que eso puede oscurecer la llama revolucionaria. Fidel es y será siempre Fidel, a él le gusta presentarse ahora como el «compañero» -vaya que lo es, y con mayúsculas- que por estar convaleciente de su enfermedad resignó su cargo al frente del Gobierno. Pero para nosotros, los que hemos defendido y defenderemos esta Revolución siempre -nos llamemos amigos, hermanos, compañeros o camaradas-, Fidel es el comandante y, al decir de Evo Morales, el «abuelo sabio» al que escuchamos, respetamos y creemos por su eterna coherencia.

Precisamente por eso, es que nos parece atinado y saludable que sea Raúl quien anuncia y ejecuta los cambios, y sea su hermano de tantas batallas -al que el mismo Raúl confiesa consultar a diario- quien ponga los puntos sobre las íes, y como dice la trova de Carlos Puebla, vuelva desde el fondo de la historia a «mandar a parar».

Si somos amigos solidarios de la Revolución, sigamos ayudando a difundir sus avances, respetemos las decisiones producidas por su liderazgo y condenemos con toda contundencia a quienes intentan entorpecer o destruirla desde el exterior o en su propio territorio. Lo demás, las habladurías, los rumores, las conjeturas de mala leche, son para quienes desde Miami o los barrios escuálidos de Caracas alientan, como hace 50 años, la caída del proceso revolucionario más creativo, humanístico y audaz que hayan vivido Latinoamérica y el Tercer Mundo.

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