Análisis | El triste sino africano
Incertidumbre en Guinea-Bissau
Una vez más la situación se repite en otro país del continente africano, asolado por problemas que son sin duda herencia de la colonización, de la política de «dividir y gobernar».
Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional
El hecho de que el presidente y el comandante de las Fuerzas Armadas de un país, por pequeño que sea, mueran violentamente en 24 horas debería hacer saltar todas las alarmas. Pero hablamos de África y de la mala conciencia de Europa y su pasado y presente colonial.
Guinea-Bissau presenta uno de los indicadores de desarrollo humano más bajos del mundo (175 sobre una lista de 177 países). La pobreza es un mal endémico. Más del 10% de los niños mueren al nacer, la expectativa de vida ronda los 40 años y el analfabetismo afecta a más del 60% de la población. Y eso que posee ricos y extensos caladeros de pesca e importantes reservas naturales sin explotar (bauxita, fosfato, petróleo). Pero la ausencia de una estructura institucional y estatal ha impedido que el rumbo del país cambie, y tanto en la época colonial portuguesa como tras la independencia de 1974, ha impedido el desarrollo integral de Guinea-Bissau.
Otro elemento a tener en cuenta en este país de millón y medio de personas y menos de 40.000 metros cuadrados es la diversidad étnica. En él conviven unos 22 grupos étnicos, con sistemas sociales y políticos muy diferentes. En el interior, encontramos grupos con unas líneas patriarcales muy centralizadas (fula y mandinga), junto a otros que conforman sociedades acéfalas, sobre todo, en la costa (balanta, manjako, pepel).
La colonización portuguesa comenzó en 1440, pero el dominio colonial se aceleró a partir de los siglos XIX y XX. Los intereses comerciales de Portugal fueron el eje de esta colonización, centrada sobre todo en las zonas costeras para aprovechar el incipiente tráfico de esclavos de aquella época. Posteriormente, el interés giró en torno a la explotación agrícola, pero, en todo momento, los portugueses dejaron claro que no tenían ninguna intención de crear una administración estructurada, potenciando además la división entre la población local. El desarrollo de monocultivos agrícolas no benefició las producciones locales, mientras que la mayoría de la población no recibió ningún tipo de educación.
Más de trescientos años de presencia colonial portuguesa dejaron tras de sí un sombrío legado: sólo catorce graduados universitarios, la tasa de analfabetismo en torno al 97% y algo más de 400 kilómetros de carreteras. Tan sólo existía una fábrica en Guinea-Bissau en 1974, que producía cerveza para las tropas portuguesas, y como último gesto antes de abandonar el país, los portugueses destruyeron los archivos nacionales.
La lucha por la independencia fue dirigida por el Partido Africano por la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC), cuyo máximo dirigente era Amilcar Cabral, y supo conjugar una lucha anticolonial en diferentes frentes (diplomático, político y militar) que propugnaba una estrategia de liberación conjunta para Guinea y Cabo Verde. Su meticuloso trabajo con la población local, sobre todo entre los campesinos, posibilitó en 1963 el inicio de la lucha armada por la independencia, que se materializó en 1974. Durante esos años, la labor de construcción del PAIGC en las zonas liberadas posibilitó importantes mejoras en educación, sanidad y, sobre todo, en la participación directa de la población en importantes asuntos.
Las posteriores luchas internas dentro del partido y la desaparición de su máximo líder hicieron que la infraestructura creada durante la guerra por la independencia fuese desapareciendo en los años posteriores.
Al lastre creado por la dominación colonial hay que sumar el programa impulsado por el FMI y el Banco Mundial en los ochenta, que bajo el pomposo nombre de «ajuste estructural», aseguró que la distribución de sus fondos estuviese en manos de las élites políticas que, aliadas con sectores económicos del país, marginaron a las capas más pobres y provocaron un claro fraccionamiento político, que desembocó en una privatización del Estado.
Las luchas por el poder de estas facciones condicionaron el futuro de Guinea-Bissau, desembocando en la guerra civil de 1989-98. Las Fuerzas Armadas participaron del faccionalismo, aunque predominó el papel de los balanta, el mayor grupo étnico de Guinea-Bissau (un tercio de la población), históricamente explotados y perseguidos por los portugueses en su momento, y por el recientemente fallecido presidente Joao Viera, durante los años de su primer mandato presidencial. Casi siempre han estado apartados de los entresijos del poder, excepto los años del mandato de Kumba Yala (2000-03).
La ausencia de estructuras estatales, la lucha por el poder y la aparición del narcotráfico son los tres ejes que condicionan el rumbo actual de Guinea-Bissau. La competencia política y militar de las facciones del país se ha sucedido y los rumores de golpes militares han salpicado la vida de Guinea-Bissau en las últimas décadas. Los intentos por materializar una importante reforma «del sector de la seguridad» podrían haber desembocado en las muertes de las dos principales figuras del país, su presidente, Joao Viera, y el jefe de estado del Ejército, el general Batista Tagme Na Wai.
La participación de elementos ligados al narcotráfico sudamericano no es descartable del todo. La reforma propuesta no es bien vista por estos actores que llevan desde hace algún tiempo operando en Guinea-Bissau. La necesidad de abrir nuevas vías al tráfico de drogas desde Latinoamérica hacia Europa ha convertido a este país africano en centro de atención de las redes de narcotraficantes, que han transformado la economía del país (la aparición de clubs de alterne, restaurantes de alto standing, de guardias privados y de nuevas mansiones en las afueras de la capital) y han incrementado la corrupción.
La clasificación de Guinea-Bissau como «estado fallido» se presenta cada día con más evidencia. La ausencia de un aparato estatal crea el vacío necesario para que esos señores de la droga campen a sus anchas. Además, los dirigentes del país son incapaces de proporcionar a la población los servicios sanitarios y educativos necesarios.
El descontrol de las fronteras puede tener incidencia directa en la estabilidad de la región, tanto en Liberia, Sierra Leona, Casamance -hoy dentro de Senegal-, como en Guinea.
Una vez más, la historia se repite en otro país de África, asolado por problemas que, sin duda, son herencia de la colonización, de su política de «dividir y gobernar» y de las estructuras creadas con ese fin. La influencia post colonial no ha cesado, y a través de pactos con las élites locales o con el uso de las fuerzas militares del país, ha sabido mantener sus intereses.
Los enfrentamientos internos provocados por los colonialistas han perdurado hasta hoy y, en ocasiones, se han asentado imposibilitando una unidad, necesaria para solventar las crisis que asolan a Guinea-Bissau y a otros estados africanos.