José María Pérez Bustero
Segis
Hace unos años tuve ocasión de reforzar el trato con un vecino de mi barrio de Gros. Y cuando me contó ciertos tramos de su vida, empecé a zurcir lo que luego sería un novela, «Los nuevos vascones», en la que él era uno de los personajes más entrañables, que luego editó Txalaparta. En este tiempo en que la propuesta de ceder en el empeño de ser vascos hecha por Madrid se ha convertido para ciertos dirigentes políticos en tentación, personas como Segismundo Díez-Caneja resultan fascinantes. No lo habían parido vasco. Había nacido en Gordoncillo, en la provincia de León. Pero vino a trabajar a Donostia y decidió serlo. También decidió vivir orgulloso de ser de la clase obrera, como lo estaba antes de pertenecer a los peones de su tierra. Asimismo se le veía defender los derechos de aquellos centenares de vascos que, al revés que él, siendo nacidos aquí, vivían fuera, presos.
Segis, como le llamábamos, falleció hacia las 10 de la noche del día 11 de este mes de marzo. Y a mí me gustaría que su partida fuera noticia en un periódico, aunque en la mayoría sólo se mueren los personajes, nunca las personas. A mí Segis me enseñaba. Era una mecanismo mental tan aferrado a la honradez, que incitaba a ella. Me hizo asimismo pensar que ser vasco de sangre y de antepasados era un signo de identidad. Pero que ser vasco por haber enraizado en la clase trabajadora era un honor.