CRíTICA teatro
Atrapado
Carlos GIL
Un trabajo de difícil clasificación, que muestra la gran capacidad de Pierre Rigal para mover su cuerpo, para hacer las gestualidades y los movimientos más inverosímiles y la facilidad con la que se mueve entre lo angustioso y lo cómico, provocando en el espectador una suerte de vértigo por no saber dónde se encuentra el asidero, la clave de fin.
Y las claves son una magnífica concepción espacial, un uso preciosista del movimiento sincopado, del sonido y de un espacio escénico convertido en algo vivo. Una rareza teatral, en donde la luz es una sugerencia, el sonido un traje, el intérprete un ángel caído, un payaso sublime, un exuberante acróbata, un danzante del silencio. Y algunas cosas más que subyacen en toda la propuesta y que nos la sirve en crudo, sin aditamentos.