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CRíTICA teatro

Atrapado

Carlos GIL

En un artefacto delimitado tan sólo por tres paredes, el suelo y el techo, un hombre se mueve, respira, se agobia, tiene calambres, se contorsiona, baila, sufre, disfruta. En todas las situaciones su figura, su cuerpo, su dignidad externa se mantiene por encima de todas las circunstancias. Cuando el techo se va juntando con el suelo, él sobrevivirá, sabrá encontrar la manera de moverse por ese espacio más recortado, pero seguirá siendo alguien que mantiene la compostura, como si lo normal fuera eso, vivir atrapado, mantener una relación con los objetos que supere cualquier estado de raciocinio y la divagación del ser ante el abismo se convierta en una pelea entre el individuo y el aire, el espacio sin tiempo.
 
Un trabajo de difícil clasificación, que muestra la gran capacidad de Pierre Rigal para mover su cuerpo, para hacer las gestualidades y los movimientos más inverosímiles y la facilidad con la que se mueve entre lo angustioso y lo cómico, provocando en el espectador una suerte de vértigo por no saber dónde se encuentra el asidero, la clave de fin.
 
Y las claves son una magnífica concepción espacial, un uso preciosista del movimiento sincopado, del sonido y de un espacio escénico convertido en algo vivo. Una rareza teatral, en donde la luz es una sugerencia, el sonido un traje, el intérprete un ángel caído, un payaso sublime, un exuberante acróbata, un danzante del silencio. Y algunas cosas más que subyacen en toda la propuesta y que nos la sirve en crudo, sin aditamentos.
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