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Alvaro Reizabal Abogado

De nuevo la amenaza nuclear

Dicen que rectificar es de sabios, pero hay que diferenciar a los sabios de los chaqueteros, porque también éstos hacen como que cambian de opinión, pero no por convicción, sino por pura conveniencia

Cada vez que se produce una subida del precio del petróleo, los propagandistas de la energía nuclear aprovechan para volver a la carga y cantar las excelencias de su querida panacea y las catástrofes que nos esperan si no se adopta como sistema universal. Es limpia, dicen, cada vez más segura, contamina menos que los combustibles convencionales que, además, van a agotarse a corto o medio plazo y, por si fuera poco, permite una independencia de los países productores de petróleo en cuyas manos se está hoy en día, a merced de los precios que quieren imponer en cada momento. Cuando los críticos les espetan sobre los riesgos que lo nuclear conlleva, incluso para la pervivencia del género humano, afirman que eso, de ser así, pudo ser hace muchos años cuando la tecnología estaba aún poco desarrollada, pero que a día de hoy el asunto es el no va más de la seguridad. Las consecuencias de no acceder a sus pretensiones serán catastróficas para la humanidad; ni las diez plagas de Egipto serían comparables. A los vascos la cantinela nos suena, pues no en vano trataron de llenar nuestra costa de estos engendros, lo que afortunadamente se consiguió evitar, logrando además que en 1983 se estableciera en el Estado español una moratoria por veinticinco años. Pero próximo a expirar este plazo, los esfuerzos para imponernos el invento se redoblan y ya ni siquiera esperan a que suba el petróleo, sino que incluso despliegan sus campañas cuando, como ahora, el precio del crudo está bajando notoriamente.

La moratoria nuclear se acordó siendo presidente del Gobierno español Felipe González, y hete aquí que el ex presidente es ahora un propagandista de las excelencias de lo nuclear. Extraña metamorfosis. Dicen que rectificar es de sabios, pero hay que diferenciar a los sabios de los chaqueteros, porque también éstos hacen como que cambian de opinión, pero no por convicción, sino por pura conveniencia, y para mí que en el caso de González hay más de lo segundo que de lo primero. Y lo digo porque ese señor es el mismo que ganó las elecciones vendiendo la moto «de entrada no», refiriéndose a la OTAN, para después meter de cabeza al Estado en esa alianza militar, convirtiéndose en el adalid de las excelencias de la adhesión. Su facilidad para cambiar de chaqueta es incluso física, en sentido literal. Lo recuerdo perfectamente. Sería antes de 1980, cuando los medios le llamaban «el secretario general del ilegal Partido Socialista», ilegalidad que no le impedía convocar actos públicos y dar mítines y presentarse a las elecciones. Una ilegalidad más permisiva que la que ahora implanta su partido para otros. Había un mitin en la Facultad de Derecho de Donostia. Llegó en un buen coche y con un buen abrigo; se lo cambió por la chaqueta de mitinero, nos dio la chapa repitiendo lo de «nozotro lo sosialihta vagco» y se fue por donde vino y en el mismo coche. Eso sí, después de haberse cambiado de nuevo la chaqueta. Es lo suyo.

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