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José Luis Orella catedrático senior de Universidad

¿Qué es un frentismo institucional vasquista?

Una reciente visita al País Valenciano con motivo de la celebración de las Fallas sirve al autor de referencia para establecer un paralelismo entre la realidad de ese territorio mediterráneo y la de Euskal Herria. Y esa comparación le lleva a analizar el término «vasquista» («término o despectivo o desinhibidor de lo vasco») y su aplicación al pacto que han alcanzado PSOE y PP para desbancar al PNV de Ajuria Enea.

Estoy oxigenado. Vengo de estar diez días en las fallas de Valencia. Fiestas populares y acogedoras. Fiestas participativas y de barrio. Fiestas que se costean los mismos valencianos que aportan cuotas aproximadamente de unos 500 euros anuales para subvencionar las sociedades, el alquiler de las carpas callejeras, la iluminación, la música y las comidas con sus paellas, sus morcillas, sus guisos y sus buñuelos. Igualmente se autofinancian esos vestidos de falleras con sus ricas telas, sus faldas, corpiños y mantillas, con sus peinados y collares.

En la ofrenda a la Virgen en la antevíspera y víspera de San José, están presentes no sólo las falleras con sus bandas de música, sino niños de teta y niños transportados en silletas, jóvenes de todas las edades y hombres acompañantes de las falleras con sus trajes y tocados típicos de cada una de las regiones del País Valenciá como dicen los socialistas, del reino de Valencia como dicen los del PP, o simplemente Valencia como todo el mundo entiende. Se trata de una ofrenda ininterrumpida de flores a la patrona de Valencia durante casi 48 horas seguidas, un desfile durante día y noche. Y a este acto central acompañan sobre todo y ante todo las mascletás y finalmente la quema de las fallas.

Dos cosas llaman poderosamente la atención del asistente a las fiestas: las mascletás y las fallas. La mascletá, es decir, ese cuarto de hora de ruido y quema en el que pausadamente al principio y luego con un estremecedor retumbar del suelo, trasporta a ese millón de personas que se agolpa en la plaza del Ayuntamiento y aledaños a un ámbito apocalíptico y desinhinbidor de penas. Y las fallas, esos monumentos artísticos y satíricos que reflejan abiertamente el sentir social del pueblo.

Y en la noche de San José con las fallas se queman todas las angustias y demonios de la vida cotidiana, con la esperanza de que con la preparación de las nuevas fallas se inaugure una nueva primavera y un nuevo año, sin los agobios de una crisis que azota a todos, a los valencianos y a los turistas, ya que para todos se inaugura una cordial relación humana y una nueva convivencia vaporosa, eufórica y trascendente.

En el trato con los distintos pueblos de Valencia, sobre todo de Castellón y del «hinterland» de la ciudad de Valencia, he podido comprobar la cordialidad mediterránea y la acogida abierta y participativa del carácter valenciano. Y he oído hablar exclusivamente su lengua a los muchos conocidos, parientes y amigos.

Y les he preguntado y me han respondido, bajando amablemente al castellano, que ellos se sienten primeramente valencianos y fundamentalmente mediterráneos, que tienen unas tradiciones y una música ancestrales, en las que no ha faltado una fuerte inyección cultural árabe, que todo su subsuelo rezuma restos y monumentos fenicios, romanos y sobre todo árabes, que quieren cuidar y conservar, que tienen una forma de organizar la vida social comunitaria, participativa y abierta a la calle, a los mercados y a las lonjas, que no quieren perder y que no soportan ingerencias centralistas ni mesetarias.

Esta participación asamblearia les empuja a organizarse en barrios, en cofradías y en partidos políticos. Y al pedirles consejo sobre su experiencia valenciana afirman que para ellos lo primero es su lengua que la hablan mayoritariamente todos; en segundo lugar, su historia muy antigua que no comienza con Jaime I el conquistador al que magnifican; en tercer lugar su forma de organizar socialmente la vida en la que entra la articulación en barrios y cofradías y la autofinanciación de sus propias fiestas, orquestas y fallas; y en cuarto lugar su idiosincrasia, su carácter mediterráneo abierto al mar, a los intercambios humanos y a las relaciones comerciales.

Esta organización comunitaria en la que intervienen valencianos de diferentes confesiones religiosas, obediencias políticas y aun étnicas no implica una nivelación de ideologías. Para ellos un pacto de partidos opositores, en concreto PP y PSOE, sería inviable porque cada uno de los partidos políticos tiene sus programas y preferencias sociales, sus valores y sus ideales que son entre sí incompatibles.

A los recién llegados nos consideran vascos, como ellos son valencianos. Y al preguntarles cómo definirían el ser vasquistas, como ahora se definen los partidos PSE y PP en Euskadi, me traspasaron su organigrama. Aquel que no habla el vasco ni siente ilusión de que sus hijos lo aprendan no es vasco, lo más puede ser vasquista. No se puede admitir un político que no sepa la lengua de la población que gobierna. Si no puede o no quiere aprender la lengua vasca que no se meta en política ni a ejercer el poder y el gobierno para todos los ciudadanos. En segundo lugar, deben estar enraizados en su historia, en sus tradiciones y asociaciones, en su folklore y en su música. En tercer lugar, deben promocionar las formas sociales y jurídicas de vida de los vascos, ese hábitat abierto a un mar Atlántico, bravo y salvaje, esa historia ancestral de independencia y colaboración con los pueblos conquistadores o vecinos, esa autosuficiencia general que les da su propio derecho público y privado y el sentirse un pueblo.

Ahora, en el País Vasco los partidos españoles mayoritarios implantan una alianza estratégica vasquista (término o despectivo o desinhibidor de lo vasco como españolista lo es de lo español). Desde ámbitos vascos no se les achaca su libre y legítima asociación política. No se les recrimina su frentismo institucional por ser un pacto político excepcional de los dos partidos mayoritarios y antagónicos que no se da en ninguna de las otras autonomías españolas y que tiene como único objetivo el desbancar lo vasco. Lo que no se les echa en cara es el ser vasquistas y no atreverse a denominarse y hacer una política vasca.

Este frentismo institucional ha venido preparado con tiempo a través de la promulgación de leyes ad hoc (a partir de la Ley de Partidos Políticos) y mediante la utilización partidista de los tribunales de justicia que han forzado unas sentencias desvertebradoras y antisociales. Son leyes y sentencias legales como también lo fueron las leyes del franquismo. Pero que no han mirado al sentir social siendo así que el Derecho pirenaico en el que están incardinados los derechos vizcaínos, alaveses, guipuzcoanos y navarros afirma que el sentir social, a través del uso y de la costumbre, puede y de hecho deroga leyes y sentencias que vayan contra los intereses mayoritarios, es decir, contra los Fueros que tan ficticiamente aprobó la Constitución de 1978 y que tan descaradamente han incumplido todos los gobiernos centristas, socialistas y populares desde la transición. Pero lo que es imperdonable hoy y lo será para la historia es que no se atrevan a ser vascos y se conformen con optar por una idiosincrasia vasquista.

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