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Helen Groome Geógrafa

Clemencia para las mamas

Si tenemos suficiente capacidad tecnológica para prioridades tan evidentes conseguir matar a miles personas con un solo artefacto explosivo, ¿cómo es que no se ha avanzado en el desarrollo de una técnica indolorosa para comprobar el estado de las mamas de las mujeres?

El otro día tuve una cita con mi ginecóloga y, entre otras cosas, me recordó que, teniendo ya los 50 años cumplidos, periódicamente me llegaría una citación desde Osakidetza para ir a Portugalete y hacer una mamografía. Me eché a temblar y, al ver la mueca en mi cara, la ginecóloga me preguntó por qué había reaccionado así.

¿Por qué? Yo agradezco mucho que se intente prevenir o pillar en sus primeras etapas enfermedades como los cánceres, y máxime cuando el beneficio del esfuerzo es el colectivo de mujeres que tantas veces hemos quedado marginadas y olvidadas. Pero es que, a la vez, mi experiencia con las mamografías es extremadamente dolorosa y hasta la fecha todas las mujeres con quienes tengo la suficiente confianza para preguntarles me dicen lo mismo. No ha habido ninguna que me dijera que la mamografía les fue indolora.

Para que la población masculina entienda de qué tipo de dolor estoy hablando, vamos a suponer que les aplicamos la misma técnica a sus partes sensibles. Imagínense que tienen que colocar sus testículos sobre una plancha horizontal y que ve bajar lentamente otra plancha horizontal encima que va aplastando sus testículos hasta un punto en el que, por mucho que no quiera, se le salgan las lágrimas, aunque procura aguantar y no gritar. Tras estar unos segundos en dicha postura, ve cómo se retira la plancha y con un suspiro inicia la retirada de sus testículos... pero el o la médico de turno le indica que todavía no ha terminado y comienzan a avanzar dos planchas verticales que ahora aplastan sus testículos desde ambos lados. Esta vez no evita un quejido.

Evidentemente, las mujeres tenemos dos mamas, por lo que ahora nuestra población masculina coloca su pene sobre la plancha y aguanta como puede un aplastamiento vertical y luego uno horizontal. El o la médico le mira y dice: «ya está... y no es para tanto», en una lacónica referencia a los esfuerzos por mantener el tipo. Una le sonríe educadamente y se retira lo más rápidamente posible del escenario de dolor.

Yo me pregunto que, si tenemos suficiente capacidad tecnológica para prioridades tan evidentes como construir artilugios para enviar a alguien (un hombre) a la luna, fabricar coches que corren a 200 kilómetros por hora o conseguir matar a miles personas con un solo artefacto explosivo, ¿cómo es que no se ha avanzado en el desarrollo de una técnica indolora para comprobar el estado de las mamas de las mujeres? Y también me pregunto si tanto aplastamiento no tendrá sus propios efectos negativos para el bienestar de las mamas. ¿Y por qué es que sospecho que si fuesen los hombres los que tuvieran que someterse periódicamente a una técnica parecida ya tendrían una alternativa disponible?

Por favor, no crean que soy desagradecida, tengan en cuenta que simplemente creo que hay momentos en que el estoicismo hay que sustituirlo por la reivindicación, en este caso a favor de las mamas.

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