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Mikel Arizaleta traductor

Dios en 2009

Arizaleta no ahorra rotundidad a la hora de calificar el papel de la Iglesia (o de una buena parte de ella, especialmente sus máximos dirigentes) en algunos capítulos de la historia reciente. Y mantiene que «una Iglesia, que calla ante el terrorismo estatal, cometido en este caso en la persona de Luis Espinal -luchador social y mártir por la democracia en su pueblo- y ensalza, ennoblece, beatifica e inciensa a los hombres y mujeres de las santas cruzadas de la historia y, en particular, de la española del 36, verdaderos pogromos de la humanidad, es una Iglesia de muerte, de `statu quo' y sumisión».

Es José Ramón Jáuregui Atondo un socialista español de larga trayectoria: fue durante años secretario general del PSE-PSOE y repetidamente diputado en Cortes; hoy es también secretario general del grupo parlamentario socialista. Ingeniero técnico en Construcción de Maquinaria y licenciado en Derecho. Fue presidente de la Comisión Gestora del Ayuntamiento de Donosti entre 1977 y 1979, año este último en el que se celebraron las primeras elecciones municipales «democráticas» en España tras la dictadura franquista. En 1980 fue elegido secretario general de la UGT de Euskadi. Fue delegado del Gobierno en el País Vasco entre 1982 y 1987 (cuando se creó y asesinó el GAL, compuesto de guardias civiles, neofascistas mercenarios y miembros del PSOE). Y fue repetidamente vicelehendakari con José Antonio Ardanza. Por su trayectoria diríamos un prohombre del socialismo. Pues bien, el socialismo de este hombre, de larga carrera en el aparato, se podría resumir diciendo: ...y mandó a sus hijos a un colegio privado y religioso.

Sebastian Haffner afirma en su excelente libro «La revolución alemana de 1918-1919» que el partido socialista alemán «proviene de un partido obrero al que el capitalismo ha domesticado para sus propios fines». Si eso dice del alemán, que alguna vez fue algo, ¿qué no diría del Partido Socialista Español, que nunca fue nada?

Es lo que le viene pasando a Dios.

Lo cuenta Miguel Sánchez-Ostiz en su libro «Cuaderno boliviano». «Uno de los nombres que sale en la conversación es el jesuita Luis Espinal Camps. Pertenece a esa otra cara de la Iglesia católica tan silenciada y desacreditada en España. Esos mártires no son del gusto de Roma, tampoco los asesinados en Guatemala, Chile, Argentina (donde otros sacerdotes, no desautorizados por Roma, asistieron a torturas de prisioneros), Nicaragua. Representan algo que Roma no quiere admitir... De Espinal te habla hasta el taxista que quiere llevarte al lugar donde fue encontrado su cadáver... Luis Espinal nació en Manresa. Se hizo jesuita muy pronto y una vez en Bolivia se nacionalizó boliviano. Fue un hombre de prensa, de cine, de radio, un luchador social que participó en movilizaciones obreras, en huelgas de hambre, alguien que logró quitarse la careta de blanco y con sus conductas allanar las diferencias».

Luis Espinal fue secuestrado la noche del 21 de marzo de 1980, a la salida de un cine donde había estado viendo la película «Los desalmados». Los secuestradores, azuzados personalmente por Arce Gómez, llevaron a Espinal al matadero del barrio de Achicala, donde fue torturado de manera salvaje durante horas, hasta que fue rematado con ensañamiento a tiros. Al día siguiente, un campesino encontró su cuerpo tirado en un vertedero de basura cerca del barrio de Chacaltaya... Uno de sus amigos y valedores, el poeta y cineasta Alfonso Gumucio, dice que `Los asesinos siguen libres y sus nombres son conocidos, pero no se ha hecho justicia hasta ahora'. Ni hasta ahora ni probablemente nunca. Por mucho que haya habido procesos, hay zonas de la dictadura de García Meza que no han sido investigadas. García Meza y Arce Gómez, el Arcesino, dos nombres para la historia de la infamia boliviana».

«La vida es para eso, para gastarla... por los demás», decía Espinal. Y en su tumba del horripilante Cementerio General, este epitafio: «Mártir por la democracia». Un lenguaje que arranca carcajadas, de otro mundo, de otro tiempo, donde la frase del hombre de mundo es «Yo no me la juego por nadie... ¿Qué saben de todo esto los que pontifican desde la festiva comodidad europea sobre `la realidad' boliviana? Nada. Y no se sabe porque no se quiere, porque a estas alturas hay medios más que suficientes para asomarse al pasado histórico o más cercano de la república de Bolivia. No es verdad que suscite verdadera curiosidad. Las de Bolivia son noticias que queman, salvo que sirvan para propaganda neoliberal».

Es verdad que se repite reiteradamente que la ciencia es una forma de conocimiento, que no es la única, que el conocimiento también se deriva de otras fuentes, como el sentido común, la experiencia artística y religiosa, y la reflexión filosófica. En «El mito de Sísifo», el gran escritor francés Albert Camus afirmaba que aprendemos más sobre nosotros mismos y el mundo a partir de la percepción del cielo estrellado y el aroma de la hierba en una tarde tranquila que de las formas reductoras de la ciencia, pero hay que decir que desde hace tiempo a Dios le han dejado sin sitio y sin plaza la ciencia y la razón, que la ciencia ha arrojado a Dios, la invención animista, la doctrina del alma y el mito de los espíritus a la papelera. Porque, al final, para el hombre y la mujer sólo lo razonable permanece razonable, y a la luz de los conocimientos actuales, de la exégesis bíblica, de la antropología y de la ciencia en general, Dios se muestra como un cuchillo sin mango, un cuchillo todo corte al que no hay por donde cogerlo. «La pretensión de la fe cristiana es tan inverosímil para un hombre civilizado, y de tal magnitud en su osadía, que desafía los esquemas de las explicaciones rutinarias» (Puente Ojea).

Y la vivencia y el comportamiento actual y pasado de la Iglesia oficial -que es la verdadera, y no «estos otros revolucionarios de mierda»- ratifican sin ambages la conclusión de la ciencia: La negación de Dios, el arrojo de Dios del mundo. Para la mujer y el hombre sensato la Iglesia y Dios se muestran como irracionales y antihumanos. Albarda sobre albarda; al igual que la instrucción de los hijos de Ramón Jaúregui en un colegio privado y religioso sería una clara exposición de su negación del socialismo.

Una Iglesia, que calla ante el terrorismo estatal, cometido en este caso en la persona de Luis Espinal -luchador social y mártir por la democracia en su pueblo- y ensalza, ennoblece, beatifica e inciensa a los hombres y mujeres de las santas cruzadas de la historia y, en particular, de la española del 36, verdaderos pogromos de la humanidad, es una Iglesia de muerte, de statu quo y sumisión. Un canto a la tiranía del poder y a la esclavitud. Como lo ha sido el Dios bíblico y su Iglesia a lo largo de la historia del hombre: humillación. El robo de bienes inmuebles, llevado a cabo por la Iglesia en Nafarroa, no deja de ser otro modo de infamia y negación del ciudadano o ciudadana. Sólo cabe decir: ¡Idos y dejadnos en paz!

«La Iglesia de Franco» de Julián Casanova, «Si los curas y frailes supieran...» de Javier Figuero, «Vivir en la realidad» de Gonzalo Puente Ojea o «La historia criminal del cristianismo» de Karlheinz Deschner son, entre otros, libros que pueden ayudar al lector o lectora a la reflexión e información sobre este tema y a liberarse de viejos conceptos y creencias que como piel prieta y alienante nos acompañan a menudo desde la infancia.

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