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Belén Martínez analista social

Violencias de persecución

 

Conflictivos no, defiende tu pueblo» dice una de las pancartas exhibidas en las concentraciones de La Arboleda para protestar contra el realojo de una familia procedente del barrio de Simondrogas de Sestao. No sólo se manifiestan. Bloquean la puerta de la vivienda con silicona, la tapian con hormigón y cemento. Amenazan con sacar a sus hijos e hijas de la escuela, si en la misma son escolarizados los pequeños de la familia. El ayuntamiento de Trapagaran se niega a empadronar a la familia. Una Técnica de Trabajo Social es agredida por un manifestante.

Para justificar sus acciones, la comunidad vecinal aduce que la familia es conflictiva y que tienen «doscientas» causas pendientes con la Justicia. La turba gruñe indignada y reclama antecedentes penales e informes policiales relativos a esa familia (¿nostálgicos franquistas?).

En La Arboleda se lleva a cabo una peculiar guerra preventiva anticipadora de lo que sería «conflictivo» o «problemático». Han pasado a la acción, sobrepasando públicamente el derecho a la libertad de expresión. Pretenden encubrir y desdibujar sus conductas y comportamientos racistas, y tratan de legitimar su racismo apelando a una identidad vecinal defensiva contra las «diferencias culturales molestas». Esa pretendida distancia cultural supondría una amenaza para la paz pública y un obstáculo para la convivencia.

Me avergüenza que el ayuntamiento actúe prácticamente como un poder «insurreccional» (racista), convirtiendo a esa familia en personas desplazadas y desterritorializadas. Admitámoslo, todo esto es una muestra del rechazo «del otro» estigmatizado racial y culturalmente.

 
 
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