Cuarenta años desde el último gran viaje de la exploración humana, la llegada a pie al Polo Norte
«Todos tenemos nuestro Sur blanco», escribió Ernest Shackleton, uno de los heróicos exploradores de la Antártida de principios del siglo XX. Pero Wally Herbert, un pertinaz explorador británico, tenía su particular Norte blanco: el Ártico. Fue el primer ser humano en llegar al Polo Norte geográfico a pie hace 40 años.
Joseba VIVANCO
El 6 de abril de 1909, Robert E. Peary, uno de los nombres propios de la heróica exploración del Ártico, escribió: «El Polo, por fin... El premio después de tres siglos, mi sueño y mi ambición cumplidos después de 23 años, ¡por fin mío!». Creyó, errónea o deliberadamente, haber alcanzado el ansiado Polo Norte geográfico y con ello la fama personal y un honor sin precedentes en la exploración polar. Tuvo que ser justo sesenta años después, el 6 de abril, pero de 1969, cuando el británico Wally Herbert pisara ese punto, capitaneando la primera expedición a pie y de cuya llegada se cumplen ahora cuarenta años.
Aquella fue la última de las grandes gestas que han glosado la historia más aventurera de la Humanidad desde que hace 100.000 años nuestros ancestros decidieran abandonar lo que hoy es Etiopía y dirigirse en dirección al norte, hacia Asia y luego Europa.
«El hombre ha atravesado todos los desiertos, ascendido a las más altas cumbres o hecho sus primeras y cautas pruebas en los océanos y en el espacio; lo único que le queda por hacer sobre la faz del planeta es acometer otra hazaña de vanguardia: una expedición a través de la cúspide del mundo», escribió el propio Herbert en su libro ``Expedición al Polo Norte'' (Everest, 1979).
Después de que a principios del siglo XX Robert E. Peary proclamara haber sido el primero en pisar el Polo Norte geográfico, durante los años posteriores algunas expediciones pasaron por debajo del mítico punto -el USS Nautilus lo atravesó por debajo el 3 de agosto de 1958-, lo sobrevolaron o llegaron a él en transporte motorizado.
No fue hasta el 21 de febrero de 1968, cuando un grupo de cuatro expedicionarios británicos partían de Punta Barrow, en Alaska, para dirigirse al Polo Norte. Aquellos cuatro hombres se disponían a llegar a pie, en trineos, haciendo además el primer cruce del Océano Ártico por su eje mayor: 6.115 kilómetros de hielo y mar. Ésta es la aventura de Wally Herbert y sus tres compañeros, Allan Gill, Ken Hedges y Roy Fritz Koerner.
Nacido en York el 24 de octubre de 1934, a los 14 años Herbert ya soñaba con ser explorador. Pero fue una coincidencia la que desencadenó su pasión aventurera. «Estaba sentado en el autobús (...) Tomó una curva y cayó en mi regazo un periódico desde el estante para equipajes. Estaba abierto en la página de anuncios y dos cosas que advertí en el acto fueron una petición de un topógrafo para Kenya y otro que solicitaba miembros para una expedición a la Antártida», recuerda el alpinista, aventurero y escritor Chris Bonington en ``Las grandes aventuras contemporáneas'' (Martínez Roca, 1984).
Tras varias expediciones, regresó a su casa y volvió su mirada al Ártico. Pensaba que debía ser la próxima gran exploración y que, por un profundo sentido patriótico que albergaba, debían ser los británicos los primeos en llegar. No pensaba entonces en ser él el elegido, pero la idea ya no abandonó su pensamiento.
Le costó lo suyo convencer a la Royal Geographical Society, pero el 21 de febrero de 1968, los cuatro expediciones salieron con sus trineos y cuarenta perros, y un suministro de 32.000 kilogramos, que les llegaría por vía aérea, incluidos 27 de tabaco de pipa y 6.200 cigarrillos.
Durante los próximos meses viajarían a través de hielos en constante movimiento, que rara vez tendrían un grosor superior a los dos metros y que podían agrietarse bajo sus pies. «Hasta allí donde llegaba la vista reinaba el caos; no parecía posible ningún camino», confesaba el propio Herbert.
Por delante, toda una odisea, plagada de dificultades, en un hielo en continuo movimiento, extensiones de agua al llegar el deshielo veraniego, las tensiones del grupo... Cinco meses y siete días permanecieron a oscuras, a temperaturas de hasta -30º y los cuatro hombres metidos en un barracón prefabricado de 4,6 metros cuadrados.
Tras intensos esfuerzos, el 5 de abril calcularon haber arribado al Polo Norte geográfico, aquel al que Peary dijo haber llegado sesenta años antes. No había nada que lo distinguiera del resto de miles de kilómetros recorridos, pero estaban allí, en la cumbre del mundo. Herbert envió de inmediato un mensaje a la Reina Isabel II, pero su compañero Allan Gill le advirtió de que sus cuentas no cuadraban, que estaban aún a once kilómetros de distancia.
Necesitaron otras veinte horas subidos a sus trineos para dar con seguridad con la ansiada meta. «Ha sido un punto difícil de encontrar y fijar, el Polo Norte, donde todos los meridianos se encuentran y desde donde siempre se avanza hacia el sur. Tratar de poner el pie en él ha sido como tratar de ponerlo sobre la sombra de un pájaro que revolotea sobre nuestras cabezas, porque la propia superficie sobre la que nos desplazamos era una superficie móvil, en un planeta que gira continuamente sobre su eje bajo nuestros pies», escribió el propio Herbert.
Después, prosiguieron su camino. El 29 de mayo, 16 meses después de su partida, Ken ponía sobre la mano de Herbert un trozo de granito. Habían completado la travesía. Aquella épica travesía fue aclamada como «el último gran viaje en la Tierra». Pero con lo que no contaba Herbert es que «un gran paso para la Humanidad» se interpondría en su gloria. Por aquellos días el mundo estaba pendiente de la carrera espacial más que de la polar. Pocas semanas después, Neil Amstrong dejaba su huella sobre el polvo lunar. La epopeya de Wally Herbert era ya efímera historia. Pero siempre será recordado como el último superviviente de la `edad heróica' de la exploración polar.