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Fede de los Ríos

Il Cavaliere, un figlio di puta

 

El pasado lunes la zona central de Italia, que comprende las regiones de Abruzzo y de Lazio sufrió el movimiento de la placa tectónica sobre la que se asienta. El resultado, por el momento, es de casi trescientos muertos, miles de edificios destruidos y treinta mil damnificados. Sobre el sufrimiento de los afectados por el seísmo vino a orinarse el nuevo Duce.

Silvio Berlusconi, el mismo lunes, al ver a los desposeídos de viviendas arrasadas por el terremoto en tiendas de campaña, haciendo uso de su sarcasmo, les invitó a tomarse la experiencia «como si estuvieran de `camping'». El martes, el imitador de Nerón, dijo a los refugiados en uno de los campamentos: «Id hacia la costa, es Pascua, tomaos unos días, que pagamos nosotros».

Y es que, a Il Cavaliere, el que no hace mucho afirmó que «Mussolini no mató a nadie, mandaba a los opositores de vacaciones al exilio», diecisiete millones de italianos le votaron después de afirmar que «la crisis no existe, es una invención de los comunistas» y «quien pierda su trabajo, que busque otra cosa que hacer».

Lo curioso es que todos conocían la corrupción que acompaña su biografía, su machismo («para solucionar las violaciones tendríamos que tener tantos soldados como tantas son las bellas mujeres italianas, creo que no lo lograríamos nunca»), su homofobia («mejor ocuparse de los transportes que de los homosexuales»), su racismo y su egolatría. Este viejo enano calvo cabrón que hace uso de liftings, tacones, trasplantes capilares y forzada sonrisa para ocultar lo real, promulga leyes que impiden su procesamiento por corrupto y mafioso. Quizás el secreto de su inexplicable éxito sea el poseer la mayoría de los medios de comunicación en una democracia mediática que todo lo oculta. Desde pequeñitos, horas y horas frente al televisor incapacita al individuo en el uso de un lenguaje con significación lógica; acostumbra a la indecencia y convierte al espectador en un idiota moral sin otros referentes que la mentira publicitaria y los imbéciles travestidos de «expertos» que acostumbran a salir en los programas televisivos.

Una vez destrozadas en Italia las organizaciones de izquierda en el final de los 70, gracias a leyes de emergencia dictadas por el Parlamento y aplicadas por magistrados al servicio del Estado; unidos los partidos PSI, Democracia Cristiana, por la corrupción y el arribismo y gracias a la inestimable colaboración del eurocomunismo italiano y las burocracias sindicales; al final el sistema de representación política saltó por los aires. Es hora pues del caudillismo y fascismo de nuevo cuño. Nada de incómodos correajes y del antiestético negro de la camisa, ahora prima más el cinturón Versace y el blanco Armani.

La historia se repite.

Va para dos siglos que Giacomo Leopardi inició su poema «A Italia»: Al cielo digo/ Y al mundo ¿quién la puso/ en tal miseria? Y por mayor afrenta/ duras cadenas cíñenle los brazos. ¿Cómo caíste y cuándo/ de tanta altura a tan profundo abismo?

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