La presión militar obliga a la oposición a levantar el cerco al Gobierno tailandés
La estrategia del Ejército de aislar a los opositores en torno a la sede del Gobierno dio sus frutos. Tras un amago de carga y una salva de disparos de advertencia, los «camisas rojas» decidieron desalojar la protesta. El Gobierno ha anunciado redadas contra sus dirigentes.GARA |
Los manifestantes opositores se dispersaron ayer después de bloquear durante casi tres semanas la sede del Gobierno de Tailandia, y enfrentarse durante dos días a un cerco militar que dejó un saldo oficial de dos muertos y 150 heridos.
La desmovilización fue anunciada por sus promotores después de que las tropas rodearan a los cerca de 6.000 «camisas rojas» que permanecían en el último campamento, situado en los aledaños de la sede gubernamental.
Antes, los principales dirigentes opositores se reunieron con el director general de la Policía, Phatcharawat Wongsuwan, para trazar el plan de retirada
Tras la reunión, el jefe de la Policía, indicó a los periodistas que los organizadores de las protestas serán acusados formalmente de incumplimiento de las restricciones impuestas por el estado de excepción, declarado en Bangkok y en otras cinco provincias vecinas a la capital, el pasado domingo.
Totalmente rodeados
Tras verse rodeados por las tropas, que no dudaron en hacer uso de fuego real, los dirigentes del Frente Unido para la Democracia y contra la Dictadura, la plataforma política del ex primer ministro depuesto Thaksin Shinawatra, llamaron a sus correligionarios a dispersarse de forma pacífica
Muchos de los manifestantes abandonaron el campamento en decenas de autocares fletados por el Frente, dado que la mayoría procede de provincias del norte del país, el feudo político de Shinawatra.
A media mañana, los soldados comenzaron a avanzar para cargar. Fuerzas combinadas del Ejército y la Policía traspasaron el perímetro de seguridad situado alrededor de los activistas y efectuaron los primeros disparos al aire. Hasta el último instante, los manifestantes esperaron detrás de las barricadas formadas con troncos de árboles arrancados, automóviles, neumáticos, y se proveyeron de cócteles molotov, piedras y ladrillos para enfrentarse a los carros blindados, según testigos.
Tailandia está inmersa desde hace tres años en una profunda crisis política motivada por la pugna que mantienen los partidarios y detractores de Shinawatra, depuesto por los militares en el golpe de Estado de 2006.
La entrada en acción del Ejército tailandés revela el peso de los generales en la escena política en el sudeste asiático.
El primer ministro tailandés, Absihit Vejjajiva, ha sido salvado in extremis por su intervención. En sus tres últimas comparecencias televisivas ha aparecido flanqueado por la cúpula militar.
En Tailandia, pero también en Filipinas e Indonesia, los dirigentes políticos han aprendido la lección: su cercanía con los militares marca la diferencia entre su superviviencia o su caída y más vale no despertar la animadversión de la casta militar. Rex Robles, experto filipino, señala que la corrupción y el mal gobierno explican en parte esta dependencia hacia «las legiones de César».
«En estos países, que están en estadios precoces de desarrollo económico, la institución más robusta suele ser el Ejército», añade John Harrison, experto universitario en Singapur.
Los analistas coinciden en que será difícil encerrar en los cuarteles a los ejércitos. «Ya han probado el gusto del poder», señala Robles, en referencia a la profusión de antiguos oficiales militares aupados al poder político en pago a sus servicios prestados.
El Gobierno justificó el mantenimiento del estado de excepción en Bangkok por la persistencia de protestas opositoras aisladas en algunos puntos de la capital.