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Gorka ANDRAKA | Periodista

El incalculable valor de la peseta

 

La infancia, siempre caprichosa, regresa cuando y donde menos se la espera. Un amigo del alma, las canicas perdidas, el olor de las galletas María, el escurridizo mercurio del termómetro... las antiguas pesetas. En aquel tiempo, hace un mundo, los domingos, después de misa, un insignificante duro, la mágica paga, abría las puertas del paraíso. La felicidad nunca estuvo tan cerca.

La peseta se revaloriza con la infancia. Según los datos del Banco de España, en enero aun conservábamos en nuestras manos una fortuna de pesetas: 1.761 millones de pesetas (943 millones en billetes de pesetas y 818 millones en monedas). Un botín muy bien guardado. En 2008, apenas hemos entregado un 1,5% de las pesetas escondidas. No hay cambio que valga. Ni por dinero. Los tesoros enterrados no tienen precio.

Hasta el 30 de junio, en una insólita iniciativa, la Asociación Profesional y Comercial de Portugalete admite el pago con pesetas en sus tiendas. De este modo, los comerciantes ofrecen a sus clientes «un incentivo más para contrarrestar los efectos de la crisis» y, de paso, pretenden «dar un golpe de efecto y fomentar las compras en los establecimientos asociados». Las pesetas, mucho nos tememos, tampoco se dejarán ver, vender, esta vez.

En la última novela de Manuel Rivas, el viejo Mariñán cuenta una asombrosa leyenda sobre los tesoros. Los días de sol había que estar atento porque los enanos que guardaban las alhajas y los metales preciosos bajo tierra algún día tendrían que ponerlos a secar para que no se oxiden. Habrá que fijarse bien este verano. Con el calor, seguro que florecen las preciadas pesetas. El tesoro de la infancia.

 
 
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