UPN en su baluarte
Ramón SOLA
UPN escogió el Palacio de Congresos Baluarte de Iruñea para celebrar ayer su VIII Congreso. El diccionario define un baluarte como una «obra de fortificación» destinada a atrincherarse contra el enemigo. Hasta el escenario resul- taba representativo en este caso. Quizás sólo lo mejoraría la anexa Ciudadela, desde la que Miguel Sanz y Yolanda Barcina podían haberse asomado por encima de los muros para proclamar a los cuatro vientos que «la entidad de Navarra» -así la llama su ponencia política- resiste ahora y siempre al «invasor». Hubiera sido la imagen perfecta para resumir la mañana.
Su nueva hoja de ruta se asemeja más que nunca a una coraza. El PSN ejercerá como armadura. Desde detrás de su yelmo, UPN proclama con orgullo que es una formación «abierta a España, a Europa y al mundo», pero apunta al mismo tiempo que está cerrada a cal y canto al resto de Euskal Herria.
Se advierte -sería mejor decir que se amenaza- al PSOE con que desde las garitas sus centinelas están siempre alerta: no a los estatutos, no a las dietas y no a los órganos comunes. Y también no, por si acaso, a otras propuestas «directas o indirectas», ni a las que puedan estar formuladas «de modo artero» para dar pasos hacia la unidad territorial. No, no y no, sobre todo, a permitir que sea la ciudadanía navarra la que decida qué quiere ser. Hasta la trasnochada Disposición Transitoria Cuarta sigue quebrando sus sueños, de modo que su supresión de la Constitución española aparece fijada como «objetivo político» de UPN.
En coherencia, UPN impone también el ordeno y mando en sus filas: un congreso de sólo cinco horas, sin debate ideológico, sin pugna entre candidatos, con una sucesora elegida a dedo. Una coraza para el exterior y otra para el interior.
Hasta el entorno del Baluarte retrataba este congreso. Un baluarte es un lugar para atrincherarse. Y más si a un lado queda la Avenida del Ejército. Al otro, la comisaría de la Policía. Detrás, el Gobierno Militar. Algo más allá, la cárcel. Y justo frente a la entrada, un Parlamento que ya ha sido convenientemente blindado frente a la oposición popular.
Será difícil encontrar en el mundo un partido con tanto poder institucional y que, al mismo tiempo, tenga tanto miedo. Miedo a los mapas, a las banderas, a la lengua propia, a los órganos comunes, a la palabra, a los votos... Por algo será.