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La judicatura española enseña «la patita», pero en Europa cada vez ven más claro que es el lobo

El fiscal del Tribunal Supremo, Juan Ignacio Campos, se permitió ayer un vulgarismo para explicar metafóricamente por qué sostiene que los encausados en el 18/98 merecen tan astronómicas condenas, o quizá un poco menores, pero en todo caso incomprensibles desde un punto de vista jurídico. Explicó que, a diferencia de lo defendido por la jueza Ángela Murillo, KAS, Ekin y Xaki no son las «entrañas y el corazón de ETA», sino las «patitas» que toda organización social necesita. Todo para justificar ante Europa que, además de un Estado de Derecho, son una potencia literaria.

Todo esto resultaría entre grotesco y gracioso si no dependiera de ello el futuro y la vida de tantas personas y de sus familias. Por no mencionar el Derecho y la jurisprudencia que establece. Así las cosas, el Tribunal Supremo todavía no ha aclarado cómo se puede ser parte de una banda armada sin armas y sin ser consciente de ello, pero está cada vez más cerca de demostrar cómo se puede hacer carrera en la judicatura española sin más mérito que la pasión por la demagogia y el gusto por un lenguaje inflado e hiperbólico. Algo que literariamente no vale apenas nada, pero menos aún en Derecho.

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