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Pablo Nabarro Lekanda militante abertzale

21-M: huelga e imaginación

El poder de la imaginación. El histórico y convulso mayo del 68 francés fue, entre otras muchas cosas, prolífico en cuanto a consignas, reivindicaciones y nuevos paradigmas que se suscitaban ante el estancamiento de una democracia parlamentaria y una clase política ambas en decadencia. Una de las consignas más coreadas y conocidas es la que reivindicaba «la imaginación al poder» y que curiosamente en el discurrir de los tiempos me ha parecido cada vez más desacertada. Imaginación y poder se me antojan conceptos contradictorios, antagónicos e irreconciliables.

El poder es por naturaleza estático, endogámico, alienante, depredador y además corrompe y desgasta. Por el contrario, la imaginación es ilimitada, libre y liberadora, creadora y transformadora. Precisamente son la imaginación tanto individual como colectiva (el imaginario vasco) junto a la memoria individual y colectiva (memoria histórica) -ambas en permanente tensión dialéctica- las que están en el origen de nuestra utopía posible: Euskal Herria.

La imaginación dialéctica. Nos dice Alfonso Sastre que el ejercicio (revolucionario) de la «imaginación dialéctica» nos acercará aún más a la utopía posible. Un concepto éste que, reconozco, me seduce e incluso me obsesiona desde que me lo hizo conocer Nekane Jurado en una charla de Herria Abian en Gasteiz y que espero más pronto que tarde sea el propio Alfonso Sastre quien nos dé más luces sobre él y, sobre todo, cómo ejercitarlo aquí y ahora.

Creo que, aún pecando de presuntuoso, descubrí su significado varios días más tarde, cuando, en vísperas del Aberri Eguna, volví a ver la proyección de «Ama Lur» en un acto organizado por el Foro Nacional de Debate en Gasteiz. Fue el propio Nestor Basterretxea el que hizo su presentación, que por cierto, nos hizo pasar un rato inolvidable a las decenas de personas que acudimos.

Es curioso observar cómo esa película, que se estrenó en Donostia, precisamente en el 68, en plena dictadura franquista, a día de hoy es capaz de emocionar a muchos abertzales, sonrojar a otros e irritar a aquellos que hoy hipócritamente se autodenominan tan vascos o más que los demás. Sí, sin duda, aquél fue todo un ejercicio de imaginación dialéctica y su necesaria revisión hoy día es un saludable ejercicio de la recuperación de nuestra memoria histórica más reciente. Pero no es necesario remontarse a aquel 68 para reivindicar el permanente ejercicio de imaginación de que los vascos y vascas hemos hecho gala desde entonces para que en las condiciones más adversas caminemos hacia esa utopía posible.

La imaginación contra el poder. El poder, decía, corrompe y desgasta, y además se pierde precisamente por la falta de imaginación. Así le ha sucedido al jelkidismo moderno que, como el pez pequeño comido por el grande, ha sido devorado por un poder más corrupto si cabe. Con trampas, es cierto, pero con el que ha confraternizado y ha jugado en el mismo campo durante 30 años, aceptando con una actitud pusilánime unas reglas de juego que irremediablemente le han conducido al desastre. Saquemos todos, pues, conclusiones y asumamos cada uno el grado de responsabilidad que nos corresponde.

Son tiempos de zozobra e incertidumbre para Euskal Herria, sumidos como estamos en una convulsa situación política y en una importante crisis económica. Y, si bien es cierto que históricamente la izquierda abertzale ha hecho de la imaginación un arma eficaz para sobreponerse a esas situaciones, echo de menos a día de hoy una capacidad de respuesta a la altura de las circunstancias, sobre todo en lo que a la crisis económica se refiere.

Sirva está reflexión como autocrítica, máxime cuando tenemos a la vista convocada una huelga general por la mayoría sindical de Euskal Herria, entre otras cosas contra la gestión que los poderes tanto públicos como privados están haciendo de esta crisis estructural económico-financiera. Una huelga que, por su formato, más que una unidad de acción sindical clásica y encorsetada parece una coincidencia de acción que puede favorecer un mayor margen de maniobra para que otros sectores sociales y populares también afectados por la crisis -mujeres, jóvenes, pensionistas, estudiantes...- se impliquen activamente en la misma.

Es, en definitiva, una oportunidad para hacer de ella un ejercicio de imaginación dialéctica, liberándonos de viejos sofismas, enterrando viejos paradigmas e innovando las consignas, dándoles calor y color. No la desaprovechemos gritando «obrero despedido patrón colgado», pues de verdad sería un fracaso colectivo, y a los hechos me remito, ya que cada día que amanece el número de despidos crece y, sin embargo, el número de empresarios permanece. ¿Qué te parece?

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