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«La literatura se ha convertido en un producto de consumo, de usar y tirar»

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Esther Zorrozua

Escritora

Los avatares de Nora Bengoa, una escritora que quiere publicar su obra, es el punto de partida de «A contraluz», la última novela de Esther Zorrozua editada recientemente por Hiru. La historia recrea el mito de Fausto de Goethe, al tiempo que reflexiona sobre el papel de los medios y los fines a la hora de conseguir metas, así como sobre el poder de la ambición, las religiones, la ignorancia o el dinero.

Txema GARCÍA | BILBO

«A contraluz» es el título de la segunda novela que la escritora getxoztarra Esther Zorrozua acaba de publicar con la editorial Hiru, tras «La casa de la Galea». Se trata de una historia en la que se reinterpreta, desde nuestros días, el mito que Fausto que Goethe recreó en el siglo XVII.

¿Por qué una reactualización de la leyenda de Fausto con el fondo de una historia en la que su protagonista busca alcanzar el éxito literario?

El objetivo que se desee alcanzar es hasta cierto punto irrelevante. En las versiones canónicas (Marlowe, Goethe...) se buscaba la inmortalidad o el conocimiento último del mundo. Hoy en día, todos los antiguos valores se han vuelto efímeros; quizá el más inconsistente de todos sea el éxito personal, ya sea en el mundo de las finanzas, en la prensa del corazón o en el terreno literario. No hay más que fijarse en los escaparates y los expositores de las librerías y calcular la proporción de best-sellers que los ocupan. La literatura se ha convertido en un producto más de consumo, de usar y tirar. Por eso, para este fin me servía como objetivo la búsqueda del éxito literario por parte del personaje. También podía haber utilizado a una modelo de pasarela, pero conozco mejor el mundo de la literatura...

¿Qué valor adjudica a esta leyenda?

La leyenda, como tal, es tan vieja que se halla ya presente en las primeras páginas del Génesis. La tentación de la serpiente, el árbol de la ciencia, la caída, la expulsión del paraíso, no son más que una escenificación del pacto. Pero existen versiones más antiguas entre las religiones animistas africanas, o en el poema sumerio de Gilgamesh (3.500 a.C.), o en el Prometeo de la mitología griega; pero también en el terreno de la música y, sobre todo, en el cine, donde hay quien quiere ver reminiscencias del Fausto incluso en la ya también clásica «Blade Runner», de Ridley Scott. Cuando un mismo motivo cruza la geografía y el tiempo con esa facilidad y esa insistencia es porque ha alcanzado la categoría de mito, que va cambiando según la época y se va adaptando a las distintas circunstancias, pero con la capacidad de conservar valores inmutables y universales, vigentes para cualquier tiempo y sociedad porque subyace en el imaginario colectivo. En ese sentido, la Eva del paraíso o el Fausto de Goethe resultan tan arquetípicos como mi Nora Bengoa. El mito es un instrumento para interpretar el mundo, tan válido antes como ahora.

La utilización de medios y fines planea sobre el fondo filosófico de la novela. ¿No es una cuestión algo olvidada por la narrativa actual, plagada de historias banales?

Es verdad que se produce mucha literatura de consumo y que, a juzgar por los índices de ventas, es la que más se lee. Da la sensación de que la máxima de la poética aristotélica de «enseñar deleitando» se ha sustituido por la de «entretener a cualquier precio». Pero sigue habiendo muy buena narrativa, a veces ligada a la tradición oral, como en el caso del libanés Rabih Alameddine o el senegalés Abasse Ndione, y otras, más abiertas a la modernidad y con estilos tan dispares como el de José Luis Sampedro, de corte humanista, y el de Haruki Murakami, más minimalista. Se escribe tanto que los resultados son muy diversos. A veces no es fácil separar el grano de la paja, pero si se busca, se encuentran buenas historias.

¿Cuánto hay de Esther Zorrozua en Nora Bengoa?

No es mi alter ego. Las circunstancias son completamente diferentes. Sólo coincidimos en que ambas escribimos, pero supongo que, de forma involuntaria, en todos los personajes se filtra algo del autor: gestos, actitudes ante la vida... A mí me gustaría mucho cruzarme con Julián Soraluze. A medida que iba escribiendo y construyendo al personaje, creo que me iba seduciendo a la par que seducía a Nora. Hasta el punto que llegué a ponerle rostro y voz, y estoy segura de que, si lo viese en la calle, lo reconocería al instante. Hasta la fecha, es el personaje más interesante y más versátil que he tenido entre manos. Si se diese la oportunidad, no sé si actuaría como Nora o si, sabiendo lo que sé, sacaría ventaja y trataría de explorar esos mundos paralelos que él dice que existen y que deben de resultar fascinantes.

¿Todos somos Fausto? ¿Todos somos Nora Bengoa?

En cierta medida y en distinto grado, sí. Todos tenemos deseos, confesables o no, y todos en nuestro fuero interno estamos dispuestos a pagar un precio. No creo a quien diga lo contrario. Por eso el mito sigue teniendo vigencia.

¿Qué alquimia ha utilizado para esribir esta novela?

Lecturas muy polivalentes y probar a combinar los elementos de una y mil formas. Y trabajo, muchas horas de trabajo, de manera que se produce una inmersión en la historia y ésta termina por ir con una, vaya donde vaya. No sé si eso es alquimia.

¿Hay, entonces, una piedra filosofal para construir una buena novela?

Imagino que lo mismo que hay una piedra filosofal para construir puentes o para dar la vuelta al mundo en solitario metido en un velero de doce metros de eslora: creer en el proyecto que tienes entre manos y entregarte a él sin regatear esfuerzos.

«A contraluz» reflexiona sobre el estatus del escritor. ¿A quién cree que venden hoy día su alma los escritores?

Algunos escritores venden su alma al poder establecido. En ocasiones, manteniéndose fieles siempre al color de la misma bandera; otras veces, sin reparar en ello, convirtiéndose en mercenarios del poder de turno. Es algo que siempre ha ocurrido. No hay más que echar un vistazo a la historia: todos los regímenes han tenido sus cronistas de cabecera. Otros escritores consiguen no venderse y a menudo son ninguneados o ignorados por ello. No se trata de exigir heroicidad por su parte, pues depende de si viven de la escritura en exclusiva o cuentan con ingresos complementarios; pero, en cualquier caso, creo que siempre hay que mantener un mínimo de dignidad.

¿Dónde están los Mefistófeles en el mundo literario?

Personalmente, no lo sé. No se han cruzado en mi camino hasta ahora. El mundo de la publicación está muy difícil si no eres un superventas. Imagino que cuando se hace cumbre y se desata todo el aparato de la mercadotecnia, el Mefistófeles tradicional sale de las sombras y se pone a organizar promociones mundiales de forma desaforada. Esto halaga la vanidad del escritor, que se entrega a ese festín en cuerpo y alma, y deja de escribir, sencillamente, porque no le queda tiempo. Mefisto tiene el don de la ubicuidad, pero el escritor no. Hay que elegir. Pero un Mefistófeles más ajustado al perfil de Julián Soraluze puede personificarse en un padrino (o madrina, Mefisto también podría ser una mujer) que vaya un paso por delante del escritor mostrándole alternativas de las que quizá él no se ha percatado. A lo mejor hemos llegado a un momento en que toca invertir los mitos de siempre y leerlos del revés. En tiempos de crisis del pensamiento, cuando todos los viejos recursos parecen estar agotados, puede que haya que reinventar otros, aunque sea sobre los patrones ya conocidos.

¿Pactar con los editores es como pactar con el diablo?

He conocido casos en que sí. A veces los editores ofrecen condiciones inaceptables, tanto económica como éticamente. Entre otros requisitos, imagino que deben de resultar opresivos los contratos en los que obligan a cumplir plazos de entrega. No se puede crear algo de calidad bajo esa espada de Damocles. Por suerte, a mí no me ha pasado nada de eso: he encontrado una editorial que me deja bastante libertad y, además, no dependo de la literatura para comer cada día.

¿Cuál es el precio a pagar hoy por el éxito literario?

No he tenido el gusto de experimentarlo. Y no he estado lo suficientemente cerca de ninguno de los grandes como para saberlo de primera mano.

¿Qué supone para un escritor ir a contracorriente?

Que no le publiquen su obra, que no se le nombre en los medios, que no se le conceda ninguna subvención, que no se cuente con él en las listas para «hacer bolos» que circulan por ahí, no se sabe muy bien con qué criterio...

¿Es fácil para un escritor sucumbir a los cantos de sirena de la crítica, o de amigos y conocidos, incluso de lectores?

Es relativamente fácil porque siempre se escribe para ser leído y la vanidad es un material muy sensible, muy frágil. ¿Quién va a rechazar un halago? Pero es recomendable y hasta terapéutico tomar distancia, obligarse a contemplar el propio trabajo como si fuese de otro, incluso como si fuese del enemigo, y evaluarlo con severidad.

«La historia ofrece episodios sobrados para acreditar que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor»

¿Cómo se redime un escritor honesto hoy día?

Procurando ser coherente (¡qué fácil es decirlo!) y aprendiendo a sobrellevar las mezquindades y miserias de los de su propio entorno, que surgirán inevitablemente, por encima de él.

«Sin el diablo, sin el mal, no podría construirse el mundo», se dice en la novela. ¿Sin malas obras, no habría buena literatura?

No sé si de semejantes premisas se puede extraer esa conclusión. A estas alturas está claro, al menos para mí, que el bien y el mal son ingredientes básicos de todo lo vivo. La relación entre ambos funciona según el efecto espejo. En la novela se recoge una leyenda finesa que aúna gran belleza y fuerza expresiva, según la cual Dios se encontraba asomado a uno de los quince mil lagos de Finlandia cavilando cómo construir el mundo, cuando su reflejo le devolvió la imagen del Diablo y, tras un breve intercambio de opiniones, decidieron crearlo entre ambos. Y así lo hicieron. Por eso, en el germen de todo lo existente están los dos principios. ¿Sin malas obras no habría buena literatura? Tal vez sea así, por comparación o por contraste.

En «A contraluz» hay, también, hay un ajuste de cuentas no sólo con el mundo literario, sino con las religiones, el dinero, el poder, la ambición, la ignorancia...

Sí, una vez de empezar, casi se impuso por sí misma una especie de operación de limpieza general. A veces es necesario y saludable para poner en orden el propio mundo. Hay que deshacerse de los viejos prejuicios para dejar sitio a las nuevas ideas.

«El ser humano no es bueno por naturaleza, como nos han hecho creer la religión y la filosofía. El ser humano es bueno y malo por naturaleza», se dice en el libro. ¿Lo cree así Esther Zorrozua?

Sin duda. La Historia nos ofrece episodios sobrados para acreditar que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. Por otra parte, la propia experiencia nos muestra que incluso en los seres más despreciables asoma siempre una pizca de sensibilidad, de la misma forma que en los individuos más angelicales descubrimos pequeñas miserias. Dice Harold Bloom que «la rebelión de Satán contra Dios no es más que el símbolo de la guerra civil de nuestra propia psique. Lo difícil es llegar a que se den las condiciones para poder firmar la paz, porque quizá estemos destinados a vivir en guerra permanente, pero tendiendo siempre a ese equilibrio, aunque sea inestable y precario».

 
 
AMBICIONES

«Todos tenemos deseos, confesables o no, y todos en nuestro fuero interno estamos dispuestos a pagar un precio»

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