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Europa: La dignidad de la sumisión

No insistiré en lo verdadera que es la verdad que enunció el lunes el presidente de Irán en la Conferencia sobre Racismo. Lo preocupante es que esa verdad haya que escucharla de sus labios. ¿Se hubiesen mostrado tan orgullosamente moralizantes ante los familiares de las víctimas de los bombardeos israelíes? Me hubiera gustado verles despreciar cara a cara todo ese dolor del que son en parte responsables.

Santiago ALBA RICO «Rebelión»

Finalmente las potencias europeas hicieron el lunes el gesto enérgico, digno y civilizado que todos esperábamos. Como izquierdistas justicieros, sin temor a las consecuencias, poniendo su honor y su con- ciencia por encima de los protocolos, afirmando públicamente su apoyo insobornable a los altos valores encarnados en nuestra histo- ria, los representantes de la UE no dudaron en boicotear una reunión internacional en la que la infamia pretendía alzar la voz. Se levantaron de sus asientos y desfilaron uno por uno, la cabeza erguida, la estatura desafiante, hacia la salida. Europa había aguantado ya demasiado (...). Pero todo tiene un límite y si alguien dice la verdad, y sin matar a nadie, ¡he ahí por fin la ocasión de protestar!

(...) Si no se mata y no se miente, los europeos nos indignamos. Es natural. La verdad es más «incendiaria» que los incendios; más «extremista» que el fósforo blanco; más «violenta» y «provocativa» que la mutilación de un niño. Ahmadineyad, presidente de Irán, subió a la tribuna y dijo serenamente: «Israel es racista». Los representantes europeos se le echaron encima (...). La estrategia legitimadora de Israel, sencilla y brutal, se inscribe en la más acendrada tradición europea: matar, despellejar, masacrar con elegancia y sin aspavientos y escandalizarse ante la denuncia, que pone fin a toda posi- bilidad de diálogo. Decir que las críticas de Ahmadineyad no son constructivas es como decir que las bombas de Israel no son destructivas. Entre dos constructivos bombardeos, las destructivas denuncias de Ahmedineyad lo destruyen todo. Y Europa, muy justamente, se indigna no por el racismo de Israel, que acaba de producir 1400 muertos en Gaza, sino por las denuncias de Ahmedineyad, ese racista que acusa de racismo a los asesinos de racistas palestinos. Israel no es racista: sólo mata racistas que, de otro modo, podrían cometer el crimen de denunciar sus crímenes o, por lo menos, de odiar a los israelíes. (...) Nada puede convenir más a Israel que dejar la verdad en esas manos; ningún otro portavoz legitima mejor la «dignidad» europea ante una opinión pública manipulada e ignorante (...).

En todo caso, que la denuncia proceda de un lugar incómodo no es algo que haya que reprocharle a Ahmedineyad, que dice la verdad, sino a los gobernantes europeos, tan parecidos en todo lo demás a su homólogo iraní, pero que podrían, si dijeran la verdad y obrasen en consecuencia, acabar con la agonía del pueblo palestino y con la ignominia del Estado de Israel. Porque lo peor, lo más obsceno y vergonzoso, es que el gesto (...) de nuestros gobernantes no responde ni a profundas convicciones ideológicas ni a bajos intereses económicos; tampoco al saludable sadismo de nuestra tradición colonial; ni al honrado racismo bien instalado en nuestros instintos; responde sólo a la más pura, cobarde y humillante sumisión. Nunca nadie ha levantado tanto la cabeza para lamer unas botas.

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