Antonio Álvarez-Solís periodista
Ocasión para una política republicana
A raíz de los sucesos de La Naval de Sestao del viernes, y aprovechando la llegada a Ajuria Enea de Patxi López, Alvarez-Solís le hace una propuesta para que estrene su política de industria y empleo emulando una de las leyes que se promulgaron bajo la República: la Ley de Términos Municipales. El autor es consciente de que poco más cabe esperar que el silencio administrativo.
Tomando el rábano por el rábano, en la revuelta de los trabajadores navales de Sestao tiene una gran motivación el Sr. Patxi López para practicar una política socialista y republicana. Llega al poder en un espléndido momento en que la imaginación de un gobernante izquierdista puede certificarse como tal. Sobre todo tras la afirmación del Sr. Zapatero de que el nuevo gobierno vasco dará «serenidad y estabilidad» a la región, tal como la designa el presidente del Ejecutivo español. La región vasca, añade el Sr. Zapatero, es «determinante» para España. Si el Sr. Zapatero acierta por fin en algo, Euskadi está en el momento de navegar con redoblada energía, al menos en la calle.
Volvamos a Sestao. Casi al mismo tiempo en que la vicepresidenta Elena Salgado anunciaba la sorpresa de su Gabinete al superarse en varios miles la cifra de cuatro millones de parados, en Sestao alguien tuvo la magnífica idea de importar trabajadores de otras latitudes para abaratar la construcción naval. Dejemos al margen cuestiones de calidad laboral, de especialización secular, de tradición en el sector. Hablemos sólo de un panorama económico y laboral. Hablemos del factor humano. ¿Tiene importancia el factor humano? Pues yo creo qué sí. Y el Sr. López ha de creerlo también al ser socialista y acceder al poder para relanzar a Euskadi en todos los sentidos. ¿Se puede hacer algo, pues, en este asunto desde la perspectiva vasca y socialista? Yo también creo que sí. Y lo afirmo no desde la imaginación vaporosa sino acercando antecedentes socialistas y republicanos para orientar positivamente en lo que debe ser un natural empeño izquierdista de proteger el derecho de los trabajadores a una vida algo más vivible, ya que no sólida.
Una de las primeras leyes de la II República española, ya que andamos de memoria histórica, fue la Ley de Términos Municipales, que dictó y puso en marcha, al menos hasta que regresó la derecha al poder, un ministro republicano y socialista: don Francisco Largo Caballero. Esta Ley permitió subir los salarios agrarios en un 50% al prohibir que se recurriese a trabajadores de otros municipios cuando existía paro en el propio. Creían los socialistas republicanos de entonces que atentaba a los derechos humanos extender el hambre para conseguir beneficios empresariales más crecidos, que es lo que, al parecer, se pretendía en Sestao mediante la importación de maquinaria humana a precio más reducido.
Ya sé que una cosa es el asunto de los segadores y otro el que trata de la construcción naval, pero aunque los oficios sean distintos el trabajo, como expresión humana, siempre tiene idéntica calidad. Se trata de enmarcar el trabajo entre un mínimo y un máximo: el mínimo es el derecho fundamental a comer y, el máximo, es el derecho inalienable a la dignidad. Visto así el problema ¿por qué no se va a prohibir siempre la importación de trabajadores a precio de saldo mientras haya trabajadores en el propio contorno? Me refiero al contorno de Sestao. Mejor aún, a Sestao, ya que la última estadística indica que donde crece más el paro es en los municipios socialistas, dado que acumulan una mayor población industrial.
Sin reticencia alguna, sin tentar a Dios como hizo el Diablo cuando puso a Cristo sobre una montaña para mostrarle lo que tenía a los pies, me complace recordarle al Sr. López la Ley de Términos Municipales, ya que él es socialista, posiblemente republicano dentro del ámbito de la Corona, y se estrena con todo el ímpetu que suscita en la hondura humana el verse con coche nuevo, oficina poderosa y euforia entre sus seguidores. La memoria histórica, que hasta ahora es un puro recuento de huesos en paridad de motivos, se vería inyectada por una savia histórica auténticamente valiosa y popular si se rescataran instrumentos legales que al menos por dos años cambiaron la perspectiva humana e histórica de las tierras tenidas por españolas. Ahí sí que podría decir el Sr. López que estaba ganando unas elecciones, ya que el socialismo ha de ser revolucionario por propia esencia de las cosas y, en el caso español, republicano por exigencias de la tradición histórica. No contribuye nada al engrandecimiento socialista ni el curvo final político del Sr. Carrillo ni el paso de tango de la Sra. Rosa Aguilar en Andalucía, ni la aritmética de feria en Euskadi. Hay posturas políticas -el socialismo, el republicanismo- que exigen la limpia y transparente determinación revolucionaria para seguir siendo ciertas y honradas. Me refiero, sobre todo, entre nosotros, aunque el problema quizá estribe, al llegar aquí, en saber quienes somos nosotros.
Al acabar la trama de la argumentación que antecede quizá sea necesario hacer alguna aclaración sobre la igualdad entre todos los trabajadores, ya que se trata de evitar alguna malicia de tipo xenófobo ante los párrafos que quedan escritos ut supra. Decir que no ha de recurrirse a trabajadores venidos de otras tierras cuando se pueden lograr en el propio suelo no es renunciar a la igualdad de posibilidades entre todos los trabajadores. Por el contrario, equivale a defender la calidad de vida desde niveles más altos, calidad que no mejora nada si el metro lo tendemos de tal forma que señala la medida hacia abajo. El pecado final del capitalismo, degenerado en neocapitalismo, consiste precisamente en pregonar libertades que conducen a la destrucción de todos. Esas libertades son libertades para la violación humana. La lucha laboral ha de perseguir el ensanchamiento del glacis progresista -por ejemplo mediante las huelgas poderosas y otras manifestaciones del poder popular-, así como proteger intercambios basados en la igualdad de condiciones. Un intercambio en condiciones desiguales debe llamarse explotación para ser exactos respecto al fin que se persigue y no beneficia a la justicia social. Dar trabajo a cambio de un salario miserable no puede presentarse jamás como una forma de disminuir el paro sino como una vía para normalizar la miseria. Como tampoco es justa una organización laboral que conseguidas de alguna forma o en cierta medida sus expectativas de empleo y salario abandone la lucha por liberar al resto de la comunidad laborante. La ruina sindical empezó a patentizarse claramente cuando los sindicatos abandonaron su objetivo político de transformar totalmente la sociedad.
Pero andábamos hoy al trato de las posibilidades que se le presentan al nuevo lehendakari, que no deben conducir a lo que estrictamente pretende el Sr. Zapatero: «Un gobierno dispuesto a cooperar con el conjunto de España, respetuoso con el marco constitucional y activo para acabar con el grupo terrorista ETA». Es decir, el Sr. Zapatero no habla de un Gobierno vasco sino de una prefectura romana situada en el borde mismo del imperio. El Sr. Zapatero debiera distinguir con mucho cuidado entre lo que debe ser un Gobierno vasco y lo que es la Delegación del Gobierno de Madrid en Euskadi. ¡Non bis in idem!
La multiplicación de los casos de xenofobia se produce muchas veces por el enfrentamiento que el poder suscita entre los trabajadores. Esta obscena política es propia de una sociedad a la que dicen combatir los socialistas. Pero cuando se empiece a limpiar de cascotes el mundo neoliberal no resultaría sorprendente que se diera con los restos del socialismo. Con todo, la historia de los trabajadores es siempre la historia de la hora en que los trabajadores viven. Así es que ahí tiene su ocasión de oro, Sr. López.