Maite SOROA | msoroa@gara.net
Otro que se suma al cacareo
Después de la última vuelta de tuerca del Tribunal de Orden Público (ahora apodado «Audiencia Nacional»), que ha impactado de forma especial en la opinión pública vasca, en la prensa de Madrid todavía hay quien insiste en las bondades de encarcelar a buenas personas que, además, padecen enfermedad. Es el caso de un tal Antonio Martín Beaumont, en «La Razón»
Se despachaba a gusto el personaje en su columna de ayer. En su opinión, «el nacionalismo vasco más radical» entiende «la postura de las instituciones del Estado» como «una de cal y otra de arena», porque «mientras el Gobierno de Zapatero parece convencido de combatir a ETA con todos los medios de la Ley, el Tribunal Supremo rebaja el listón para algunos de los 47 condenados por la Audiencia Nacional por el `caso Ekin'. Un caso que traerá cola». Ya lo verá el tío cuando desde Estrasburgo evalúen semejante despropósito.
Tras insistir en la tesis que ideó Mayor Oreja («KAS, Ekin y Xaki forman el entramado organizativo, directivo, ideológico y financiero del terrorismo»), el personaje se cura en salud: «Tras una larga investigación, no exenta de vaivenes, en 2007 la Audiencia Nacional condenó a 47 de los 56 acusados de pertenecer a ETA a través de esas siglas», y lamenta que el Tribunal Supremo absolviera luego a nueve personas. Así llega al meollo de la cuestión: «La tentación de casi todos los Gobiernos ha sido favorecer en ETA escisiones aplicando medidas de gracia o posibilitando desde la fiscalía condenas leves o absoluciones. Cada vez que se ha hecho, el resultado ha sido el contrario del previsto: ETA siempre interpreta la benevolencia como debilidad, como resultado de su propia fuerza». Y concluye mencionando al vecino, tan popular en la prensa del corazón: «Sarkozy, el cacareado amigo francés de Zapatero, lo ha dicho: no hay tolerancia posible con el terrorismo. La impresión que puede dar esta sentencia es la de un Gobierno predispuesto a viejos errores. Pero no es el momento para la debilidad». La historia demuestra que las grandes soflamas del nacionalismo hispano se quedan, al final, en cacareos.