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Raimundo Fitero

El cotarro

Lo de las listas electorales y la histeria del gobierno español empieza a ser una historia interminable de despropósitos y de abusos censores. La estrategia de inventarse supuestas argumentaciones visionarias para anular candidaturas es un ejercicio antidemocrático tan obvio que tengo la intuición de que han llegado tan lejos que ellos mismos deben empezar a sentirse molestos, reflejados en tantas aberraciones antijurídicas y tantas conexiones paranoicas que al final anularán todo aquello que sea susceptible de ser votado por los que no quieren que voten. Ese es su único objetivo, muy poco democrático, pero ellos se acurrucan en la esquina, toman aire, sueltan su soflama y se creen campeones de la democracia, orgánica, naturalmente.

Aunque parezca mentira, los trajes de Camps, en un día de San Isidro, no tienen mucha enjundia, lo que mirando la televisión matinal uno encuentra es que todavía se están haciendo muchas cavilaciones sobre el asunto de los silbidos al himno y a la monarquía borbónica en un acto público deportivo. La politización partidista de corto recorrido que se hace de este hecho censurado por TVE, pero conocido por el mundo entero, demuestra, una vez más, la miopía de los partidos que se creen sus propias mentiras, que aseguran que la monarquía está totalmente asentada, que el himno es sagrado y que los pitidos fueron hechos por cuatro con un sistema de amplificación secreto. Ni una bandera rojigualda. Esa es la realidad.

Que se haya destituido fulminantemente al Jefe de Deportes del ente es un mal síntoma. Es poner una tirita para curar una infección grave. El problema es estructural, es tener una televisión pública al servicio de la casa real, como agente propagandístico constante y perenne y con el objetivo de crear falsas sensaciones, de buscar una popularidad inexistente. Los viajes de las docenas de vividores a cuenta de nuestros impuestos por ser simplemente miembros de esa casa solamente salen en TVE y en alguna revista muy vinculada al mismo negocio. El problema es que es una monarquía anclada en el franquismo y no admite discrepancias, aunque sean tan epidérmicas como las producidas en la final de una competición con el nombre del Rey. Así está el cotarro.

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