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Campion recupera con «Bright Star» la magia que le llevó hasta la Palma de Oro hace dieciséis años

Jane Campion protagonizó una verdadera resurrección en el Festival de Cannes al recuperar, con la exquisita «Bright Star», la magia que le llevó a conquistar la Palma de Oro hace dieciséis años con «El piano».
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La directora neozelandesa «revive» así un pulso que parecía perdido en «Holy Smoke» (1999) y, sobre todo, en «In the cut» (2003), gracias a la inspiración que le ha impregnado su acercamiento a la lírica del poeta romántico británico John Keats, que falleció en Roma a los 25 años víctima de la tuberculosis. Pero «Bright Star» no es un biopic, según Campion. «Me da rabia que intenten calificarla así. Quiero que la gente se centre en los detalles, porque es una historia de amor inspirada en aquella historia», insistió en la rueda de prensa posterior a la proyección.

Campion, como hiciera Milos Forman en «Amadeus» (1984), prefiere enfocar no la figura principal y conocida -interpretada por Ben Wishaw-, sino a alguien que pudo admirar de cerca su genio y su época. En este caso, desvía la mirada no hacia su antagonista, sino hacia la persona que le enamoró con su sencillez. La que, por su incapacidad inicial para entender su obra, supo profundizar en su persona: la amante de la costura Fanny Browne, interpretada en la película con excelencia por la australiana Abbie Cornish.

La directora, que acudió a Cannes por primera vez con «Un ángel en mi mesa» (1990), divide en esos dos planos su filme que utiliza una retórica exquisita para las formas y despoja al romanticismo del tormento hasta hacerlo accesible y cotidiano.

Vampiros

En cambio, el coreano Park Chan-wook, otro maestro del lenguaje cinematográfico, patinó con «Bak-Jwi (Thirst)», una cinta indudablemente caprichosa que navega por las aguas del cine de género con demasiadas concesiones al delirio. Su propuesta era, a priori, el campo de juego perfecto para dar rienda suelta al genio del autor de «Soy un cyborg» (2007): la historia de un cura católico coreano que, después de una vida consagrada a la virtud, tendrá que lidiar con la sed de sangre y deseo que le dicta su existencia postmortem. «La vinculación de la religión católica y vampirismo era más una anécdota que la idea principal del filme. Respeto mucho la figura del sacerdote y, de hecho, son su humanidad y su bondad las que crean el gran dilema moral una vez convertido en vampiro», explicó el director.

Esa situación ofrece momentos francamente divertidos, como cuando el protagonista confiesa que ha buscado suicidas navegando por internet para que su consumo de sangre sea lo menos perjudicial posible, un planteamiento que contrasta con el de su amada, que opta por alegrarse de que, desde que es vampira, no tenga callos en los pies.

Scorsese exhibe su amor retrospectivo

Martin Scorsese, presentó ayer en la sección de Clásicos, la versión restaurada de su película favorita: «The Red Shoes» (1948), de Powell y Pressburger. Un Scorsese de seis años vio por primera vez «en televisión, con pausas publicitarias y en blanco y negro» esta película. Una cinta del mismo tándem de directores británicos, Powell y Pressburguer, «The Tales of Hoffmann» (1951), es homenajeada por Francis Ford Coppola en su último film «Tetro», proyectado anteayer. «Quizá nos gustaran tanto porque eran como títulos perdidos, muy difíciles de conseguir», reconoció Scorsese.

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