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Bielorrusia, en el corazón de Europa y uno de los más desconocidos en Occidente

Aunque está en el corazón de Europa, Bielorrusia es uno de los países más desconocidos por Occidente. Sobre él pesan numerosos tópicos malintencionados, desgranados en este reportaje. Su autor se sumerge en la historia, presente y futuro de este país, que supo resurgir de sus cenizas tras la Segunda Guerra Mundial.

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Txente REKONDO

La República de Bielorrusia está ubicada en el centro de Europa, manteniendo fronteras con Polonia, Lituania, Letonia, Rusia y Ucrania. Con una extensión territorial cinco veces superior a Holanda o Suiza, este estado europeo es uno de los más desconocidos por Occidente, al tiempo que ha estado sujeto a un sinfín de tópicos y manipulaciones mediáticas y políticas desde los centros de poder de Estados Unidos y sus aliados de la llamada Europa Occidental.

El mes de mayo ha sido para Bielorrusia una sucesión de importantes acontecimientos. La celebración del uno de mayo de este año ha recuperado un lugar tradicional, celebrándose la concentración de la capital, Minsk, junto a la Biblioteca Nacional, uno de los símbolos más importantes del auge que ha venido experimentando el país en los últimos años, y motivo de orgullo de la mayoría de sus ciudadanos. Además, este año se ha cumplido el 105 aniversario de la Federación de Sindicatos de Bielorrusia (FTB), uno de los actores claves en las esferas económicas y sociales de la República y motor de buena parte de los logros más recientes.

Ocupación nazi

Finalmente, el pasado 9 de mayo se celebraba la victoria sobre las tropas nazis que durante la Segunda Guerra Mundial asolaron y masacraron al pueblo bielorruso. Sin duda alguna, los recuerdos de la Gran Guerra Patria todavía siguen presentes en la memoria colectiva de la población y en la de todos aquellos combatientes antifascistas que lucharon en aquellos años.

La ocupación nazi de Bielorrusia se prolongó desde 1941 hasta 1944. Durante esos tres años, cerca de dos millones de personas murieron (uno de cada cuatro habitantes de Bielorrusia), y decenas de pueblos y aldeas fueron borrados literalmente del mapa, con todos sus habitantes masacrados, por las tropas fascistas alemanas. Además, el 85% de la industria y más de un millón de edificios fueron destruidos -la capital Minsk fue literalmente arrasada-. Alexander, un viejo combatiente de aquellos años, y asistente a la manifestación del uno de mayo muestra orgulloso en su solapa las condecoraciones recibidas, pero al mismo tiempo no puede ocultar una mirada triste cuando señala los sufrimientos que tuvieron que padecer. «Los alemanes atacaron Rusia, y para ello ocuparon nuestro país; cuando el Ejército rojo frenó sus ataques y comenzó la ofensiva final, las huestes de Hitler se retiraron y destruyeron todo lo que no habían destruido para entonces en mi país». No obstante, los resistentes bielorrusos, como Alexander, fueron clave para debilitar a las tropas alemanas, a las que estuvieron hostigando en una guerra de guerrillas durante la ocupación, para sumarse posteriormente a la ofensiva del Ejército Rojo que acabó con la pesadilla fascista.

Así, mientras que toda una serie de tópicos malintencionados se vierten sobre Bielorrusia, su heroica historia es ocultada en Occidente. La mayoría de mensajes nos han hablado de una realidad donde la población malvive en medio de una inmensa pobreza, sin dinero y sin prestaciones, y donde los deseos del presidente Lukashenko se asemejan a los de cualquier dictador. De hecho políticos y periodistas occidentales han llegado a calificar como «el último dictador en Europa», mostrando su estrategia de que todo vale «para desacreditar y criticar la actual situación en Bielorrusia».

Sin embargo, el primer contacto con el país echa por tierra todos esos manidos clichés reaccionarios e interesados. Ante nuestra vista se suceden las amplias alamedas y calles, donde la limpieza es una de sus características y donde la circulación transcurre con normalidad, sin atascos y sin el ensordecedor ruido de otras grandes urbes del mundo. Tampoco eres objeto de la contaminación acústica y visual, la ausencia de paneles o luces sobrecargadas te permite respirar una cierta tranquilidad y sosiego al tiempo que paseas por sus calles.

Si la mayor parte del centro de la capital, Minsk, ha tenido que ser construido tras la Gran Guerra Patria, la conservación de sus edificios hace que éstos parezcan más nuevos. El dinamismo de la ciudad es evidente, y la construcción de nuevas viviendas te muestra la expansión y el crecimiento de Minsk. Junto a ello, la capital, al igual que la mayor parte de las ciudades, puede presumir de un envidiable servicio público de transporte. En el caso de Minsk el tranvía, los autobuses y el metro logran que sus líneas den cobertura a toda la ciudad, al tiempo que siguen ampliando sus líneas y servicios a los nuevos barrios que están surgiendo.

En línea con el impulso de los servicios sociales, una de las claves de la actual Bielorrusia, los equipamientos públicos van acompañando a las nuevas edificaciones, y la construcción hace unos años de la nueva Biblioteca Nacional es una de las joyas de esta política. Su moderno equipamiento y su capacidad para dotar de unos servicios acordes con los tiempos actuales es el orgullo de muchos ciudadanos bielorrusos.

Frente a la imagen oscura y decadente que se pretende propagar sobre Bielorrusia, los datos económicos y la realidad social desmontan esos intentos. Antes del desmembramiento de la Unión Soviética, Bielorrusia era uno de sus miembros más ricos y desarrollados industrialmente. La desaparición de ese espacio trajo en la década de los noventa un receso importante ante el descontrol de la nueva situación. Si en un principio algunos intentaron que Bielorrusia siguiera los pasos de sus vecinos, aplicando políticas liberalizadoras y una salvaje privatización (cientos de empresas fueron a manos privadas en 1993, y un año después aparecieron las granjas privadas en el campo), pronto descubrieron que ese no era el camino y supieron corregir el rumbo. Así, ya en 1996 el PIB volvió a emerger, coincidiendo con la firme decisión del gobierno de utilizar éste en el llamado «sistema desarrollado de protección social de la población».

Bielorrusia puso en marcha la economía planificada, que con planes quinquenales a sabido recuperar su situación económica y dotar a la mayor parte de la población de las asistencias que ésta demanda. Las cooperativas agrícolas siguen capitalizando la mayor parte de los productos de los mercados en los pueblos y ciudades, y ya a finales de 2005 el 80% de los activos, en la industria y en el campo, correspondían a la propiedad estatal y cooperativa, y como apuntaba uno de los responsables de la FTB, el funcionamiento de los koljoses y sovjoses «ante la nueva realidad mundial, y la competencia que la misma genera, han aumentado su capacidad y rendimiento, superando cifras del pasado».

La clave la expresó hace unos años el propio presidente bielorruso, «crear un estado para el pueblo. Nosotros no tomamos el camino de la destrucción de lo anterior. Construimos un modelo que tiene en cuanta al ser humano». Desde entonces, la llamada industria transformadora (fabricación de tractores, camiones, televisiones, coches...), junto a la agricultura (cereales, frutas...) han sido los pilares de esa recuperación. Además, el desarrollo dinámico de la economía ha implicado a otros sectores, como la construcción, el transporte de mercancías y un desarrollo planificado del complejo agroindustrial y de las ramas de éste, también han contribuido a la situación actual.

En el ámbito político el acoso a Bielorrusia se ha incrementado desde la decisión de los dirigentes del país por mantener el rumbo señalado. La campaña mediática de algunos gobiernos occidentales, al igual que en el caso de Irak, se basa en mentiras, como la que se difundió sobre la desaparición de algunas figuras opositoras que posteriormente se demostró que estaban viviendo en Londres.

Tampoco ha dudado Occidente en aplicar su tradicional doble rasero, pues como señalaba Tania, una profesora de inglés, el abrumador apoyo electoral a Lukashenko se presenta como «manipulación» mientras «que si el presidente georgiano Saakashvili obtenía el 97% era un saludable resultado democrático».

Los intentos de comparar Bielorrusia y sus datos económicos y políticos son otra manida trampa. No se busca comparaciones con las realidades de los estados vecinos, sino que se pretende buscar las diferencias con estados como Alemania.

Hace algunos años, un profesor de Oxford señaló algunas de las claves para comprender esas maniobras contra el gobierno bielorruso. «El mercado ahí está orientado hacia el servicio y las necesidades de la población, no hacia un reducido grupo de nuevos ricos y sus asesores y apoyos occidentales.

A diferencia de Georgia o Ucrania (modelos de las llamadas revoluciones de colores, que fracasó estrepitosamente en Bielorrusia), los dirigentes bielorrusos no se están enriqueciendo ni están empobreciendo todavía más a su población. La ausencia de una corrupción endémica es otra de las claves de esta situación».

Esa determinación bielorruso encuentra en Occidente no sólo rechazo, sino que se pretende lanzar un cambio de régimen para avalar en el futuro las estrategias de esos gobiernos. Los asesores de esos estados hacen de la transformación económica una prioridad, lo que trae consigo más miseria y pobreza. «La terapia de choque aplicada en el antiguo espacio soviético es un claro ejemplo de lo que Bielorrusia quiere evitar. El enriquecimiento de una docena de oligarcas y sus asesores extranjeros, junto a unas tasas enormes de desempleo y el colapso de la asistencia pública a la sociedad».

Como señalan algunos responsables sindicales, «en los últimos años, el salario medio ha aumentado considerablemente, y estamos en una sociedad que mayoritariamente demanda continuar con la actual estabilidad económica, que quiere seguir recibiendo sus pensiones sin demoras, mantener el actual acceso a la vivienda y que no desea ver a su país inmerso en conflictos e inestabilidades sociales como los países vecinos».

Cómo se presenta el futuro

El futuro de Bielorrusia parece seguir de momento en la misma línea. La política exterior estará dominada por sus relaciones con Moscú, y desde el Kremlin se presiona para que no se integre ni en la OTAN ni en la UE, además se pretende que se permita en paso del gas y petróleo ruso a buen precio (a cambio de venta del mismo a un precio «de amigo») y que finalmente, Bielorrusia asegure a Rusia el acceso a Kaliningrado.

Por su parte, los dirigentes bielorrusos son conscientes de la importancia de esa alianza, pero al mismo tiempo apuestan por seguir manteniendo buenas relaciones con la UE y con otros estados del mundo.

A nivel doméstico, la popularidad y apoyo al presidente Lukashenko sigue siendo muy elevada, lo que le convierte en el candidato con más proyección para las elecciones del 2010. Como reconocen sus propios enemigos políticos, «ha demostrado mayor responsabilidad e integridad que la elite política surgida en Ucrania tras la «revolución naranja». Y al mismo tiempo, la oposición local se encuentra dividida por encontronazos personalistas y por la ausencia de un programa o una alternativa, más allá del mero cambio de gobierno.

Si comparamos a Bielorrusia con algunos de sus vecinos (Ucrania) u otros estados del antiguo espacio soviético, encontramos un país relativamente bien dirigido. El sistema educativo sigue siendo mantenido e impulsado por el estado, y la mayoría de las prestaciones sociales son el eje de la política gubernamental. Con una crisis mundial a las puertas de todos los pueblos y países, en Bielorrusia pueden jactarse de mantener una tasa de desempleo que ronda el 1 o 2,5%.

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