Corea del Norte realizó ayer un nuevo ensayo nuclear subterráneo, el segundo del país asiático tras una primera prueba en octubre de 2006, seguido del disparo de dos misiles con el objeto de disuadir a aviones espías estadounidenses que trataban de recabar información sobre el experimento. La comunidad internacional condenó los hechos, y el propio presidente de EEUU, Barack Obama, los calificó de «amenaza para la paz y la seguridad internacionales». No cabe duda de que el régimen de Pyongyang ha decidido lanzar un serio desafío. Los primeros análisis apuntan a dos posibles motivos (no excluyentes entre sí) que expliquen el paso dado. El primero lo interpreta como un intento por marcar el terreno al nuevo inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama, y así buscar nuevas condiciones para una hipotética negociación a corto plazo. El segundo adivina tras el ensayo intenciones de consumo interno, dado que Kim Jong-il se encuentra enfermo y trata de realizar una demostración de fuerza para conseguir el apoyo del Ejército y así dejar su sucesión perfectamente sellada.

En todo caso, llama la atención la premura con que la comunidad internacional se ha lanzado a la condena, mientras obvia que otros países de la zona como Israel, Pakistán o India también poseen poder nuclear, más potente incluso, sin que por ello nadie se rasgue las vestiduras.