Crónica | Concierto del rockero canadiense
Neil Young arribó en Donostia añejo en acústico y rugiendo en eléctrico
Tras arrasar el «gafapastil» Primavera Sound de Barcelona, frente a 30.000 almas, el indómito Young actuó el pasado domingo en Donostia.
Marino GOÑI
Dos pares de focos similares a los empleados en los estudios cinematográficos y un enorme ventilador son los elementos que destacan en el austero escenario que cobijó la pasada noche del domingo la actuación de Neil Young y su banda, al que asistieron alrededor de siete mil seguidores. Discreto montaje para una celebración especial ya que cada concierto del canadiense puede ser una caja de sorpresas.
Con veinte minutos de un retraso que caldea al público, la banda aparece en el escenario y ataca “Mansión on the Hill”, a la que seguirá “Hey hey, my my”, arrancando el concierto con una fuerza inusitada, grunge anterior a que se inventara el término. Hay altibajos de sonido y parece que en el escenario no acaban de entrar en ambiente. “Everybody Knows this is Nowhere” abre un set más country, dos temas más donde Ben Keith pone en evidencia su habilidad con la steel guitar.
De nuevo Young coge la Gibson de color negro con la que ha abierto el concierto y a la que volverá una y otra vez, siempre que necesite feed back para expresar su vena Thurston Moore mucho más contenida que, por ejemplo, en el concierto de Jerez de 2001. La canción en contra de Hernán Cortés y los conquistadores españoles, “Cortez the Killer”, lleva un tempo desesperantemente lento, una gota de psicodelia y un volumen que, de pronto, se ha vuelto conservador. La gente jalea un solo denso que, al acabar, arranca a míster Young la primera sonrisa de la noche. Suena “Cinnamon Girl” y la gente se tira a la piscina, tras el largo final que Young improvisa y en el que exprime su guitarra. La satisfacción se manifiesta en el Velódromo. Es el momento para abandonar las guitarras. Neil se coloca a las teclas de su pump organ para cantar “Mother Hearth”, y la sospecha de que los problemas de sonido tenían que ver con la voz del artista se volatilizan.
Acústico
Acústico
Se cumple una hora de concierto cuando toma la acústica y comienza a revisar «La aguja y el daño hecho». Más tarde, hay hasta tres acústicas en el escenario: la suya, la de Ben Keith y la del joven Anthony Crawford. Este es el momento acústico que Young aprovecha para presentar a la banda. Un conjunto que se mueve en círculos concéntricos. El círculo interior lo forman él mismo, Chad Cromwell a la batería y Rick Rosas al bajo; luego habría que colocar, por el peso que soporta tanto con la Telecaster como con la steel, a Ben Keith, mientras que Anthony y Pegi Young rotan alrededor del escenario como en un círculo exterior encargándose de coros, teclados y guitarras. “Heart of Gold” vuelve a hacer que suba la temperatura. El público aplaude el riff de armónica y prepara lo que será uno de los momentos álgidos de la noche; “Old Man”. Young vuelve a dar un nuevo giro al concierto con este tema consiguiendo un ambiente casi de trip hop; Larry Cragg toca por única vez en la noche el banjo. Al fondo del escenario, un artista plástico dibuja sobre una pantalla.
Son las 23.10 y la banda ataca el final del repertorio. Y van a ser casi dos horas de concierto, veinte minutos más que el día anterior en Barcelona. Neil Young parece estar a gusto y hasta se atreve al principio de “Down by the River” con un amago de “Riders in the Sky” versión superfuzz. El único rock and roll de la noche,“Get Behind the Wheel”, precede a “Singing a Song”. Ya lo sabíamos, una simple canción no puede cambiar el mundo.
El concierto toca a su fin. Neil prescinde de la guitarra del veterano Ben Keith y da la alternativa a Anthony Crawford para endurecer el final del mismo. Suena “Rocking in the Free World” y, de pronto, el concierto abandona el espíritu añejo y se vuelve actual. La gente más joven grita el estribillo mientras la guitarra de Neil ruge. A las 23.30 la banda saluda desde el borde del escenario despidiéndose del público entregado. Neil Young comienza una «ola» levantando los brazos antes de despedirse definitivamente.
Los pipas empiezan a desmontar el escenario mientras la gente pide más. Algunos de los elementos del escenario son retirados mientras a la gente le parece imposible que no haya un bis. Pero todo es teatro, un paripé, un golpe magistral del artista. Cuando parece que el concierto ha concluido, una especie de ave baja colgada desde lo alto del escenario; es un teclado –que no se utilizó en Barcelona– con el que Ben Keith atacará “Like a Hurricane”. Un solo extra de guitarra de Neil contrapuntea un estribillo pegajoso coreado por la gente. Las luces se encienden. La segunda visita de Neil Young a Euskal Herria acaba de terminar.