Javier Sádaba Filósofo
A favor de Iniciativa Internacionalista
Javier Sádaba confiesa en este artículo que no suele acudir a votar a las diferentes citas electorales por el nulo interés que despiertan en él los partidos políticos y la Constitución en la que se amparan. Sin embargo, también anuncia que el próximo domingo sí votará, y se extiende en las razones por las que lo hará a Iniciativa Internacionalista.
Yo no suelo votar. Mi interés por las distintas familias políticas y por la Constitución en la que se amparan es, prácticamente, nulo. En esta ocasión, sin embargo, votaré y animaré a todo el mundo a que lo haga en la dirección que aparece en el título del artículo y por los motivos a los que enseguida me voy a referir. No es cuestión de que repase aquí las razones para que me quede en casa el día de las votaciones. Las acabo de apuntar y las he repetido en distintos momentos. Sumemos, por cierto, ahora a esas razones la vaciedad en la que consiste elegir un parlamento casi paralizado, puesto que los que verdaderamente ejercen el poder están en el Consejo. Y el Consejo decide desde la cúpula de los diversos gobiernos y por encima de todos los ciudadanos. Unos y otros, para rematar su dependencia, están supeditados a los dictados del Banco Europeo, verdadero amo y señor de las haciendas de todo lo que se mueve. Y por si fuera poco, el conjunto de las voces que componen ese deslavazado parlamento es un cementerio de dinosaurios, dominado por las ideologías más reaccionarias. Eso no obsta, lo añado inmediatamente, para que importe que alguna voz disienta y exprese lo que, en caso contrario, se convierte en ruido orquestado. Una de tales voces puede ser Iniciativa Internacionalista. Y es la lista a votar, al menos por mí y espero que por todos aquellos que, dejando de lado reticencias concretas que podrían tener, ya que la imperfección pertenece a todo lo humano, se fijen en quienes intentan aportar algo nuevo; algo nuevo que recuerda los viejos ideales emancipatorios y promueve un futuro alternativo.
La lista en cuestión ha sido perseguida por la Fiscalía y por la Abogacía del Estado. Finalmente, el Tribunal Constitucional le ha dado luz verde. La reacción mayoritaria a dicha decisión, entre políticos y periodistas en nómina, ha sido de crítica pseudorresignada y de aceptación a regañadientes. Otros, más cautos o más cínicos, han dado por bueno lo que el Tribunal ha concedido, aunque les ha servido para, con la otra mano, reforzar, aún más si cabe, la angélica bondad de la Ley de Partidos. Es curioso que el peso de la prueba tenga que ponerse en justificar la existencia y posibilidad de representar a los ciudadanos de la candidatura de Iniciativa. Más bien debería ser al revés. Porque hay que dejar vírgenes las neuronas para votar a cualquiera de esos políticos que, sin ideas, con una ineptitud de gestión que clama al cielo y encerrados en su recinto, la mayor parte de las veces sectario, piden el voto; y su pensamiento está clavado siempre en ganar las próximas elecciones. Habría que exigir, por tanto, a ellos que nos expliquen por qué tendríamos que confiar en sus siglas en vez de vernos obligados día y noche a demostrar que Iniciativa Internacionalista no es un misil contra nadie ni una tapadera de nadie.
Sencillamente hay personas que todavía creen que la política se puede hacer de otra manera; y que tienen razones para que se confíe, no religiosamente pero sí políticamente, en lo que proponen. Éstas son algunas de tales razones.
Ampliar el espacio democrático no consiste sólo en que se aumente cuantitativamente el número de personas que concurran a unas elecciones. El asunto es de calidad democrática. No se es bueno porque el otro sea malo que, traducido al mundo de la política, quiere decir que la vida democrática no es buena porque no hay alternativa o porque, en caso contrario, amenaza el caos. La vida democrática es tal cuando los individuos se representan a sí mismos, cuando no caen bajo el dominio del dinero, de las tribus o de los múltiples poderes que minimizan nuestra libertad. Si se quiere ser, en suma, demócrata real y no de ficción, se debe aceptar que nos planteemos cómo vivir abrazando a todo el mundo, pero queriendo nuestra parcela, aquella en la que el azar nos ha depositado; y, desde allí, construyendo un planeta de iguales. Es lo que desea Iniciativa Internacionalista. En unión a lo anterior, se trata de combinar la capacidad de determinar el curso político de una comunidad con una visión que abarque todas las esquinas de este mundo.
Se trata, en consecuencia, de conjugar autodeterminación de los pueblos con internacionalismo; un internacionalismo que comienza por tener en cuenta, antes de nada, a los que, marginados o excluidos, sufren más. A propósito de la autodeterminación, es una mezcla de perversión y necedad considerarla una forma, sutil o descarada, de violencia. Recuerda la famosa teoría del contagio. Como ocurre en el caso de la magia por continuidad, si uno defiende la autodeterminación, parecería que está, al mismo tiempo, sacando los tanques a la calle. Piensa el que roba, recurramos al refrán, que todos son de su condición.
Añadamos a lo anterior que este tipo de candidaturas molestan al pensamiento inerte, a los que no hacen sino sumar tópico tras tópico, a los que estrechan tanto su corrección que se asustan ante lo nuevo, lo inaudito o ante lo que, siendo viejo, ha sido olvidado porque cuestiona la manera cómoda de estar instalados en la sociedad. No es cuestión de molestar por molestar. Es cuestión, más bien, de actuar como aguijón, ayudar a despertar, no renunciar a lo que creemos que es sustancial para lograr, con una dosis de utopía que jamás hay que olvidar, que este mundo puede ser mejor, que las alternativas no son laberintos, que la imaginación ha de ser creativa. Y, en relación con lo expuesto, debemos recuperar la marca de la izquierda, el sello de una política que busque la justicia sin dimitir de la libertad. Chomsky ha hablado una y otra vez de socialismo libertario. Al margen de etiquetas, supone un buen consejo para intentar transformar el mundo haciéndonos, al mismo tiempo, más libres. Que no se haya logrado nunca o sólo pocas veces en la historia no es una objeción definitiva. Es, por el contrario, la incitación a que si algún día logramos el objetivo será porque, antes, nos hemos puesto en marcha en esa dirección.
Estamos hartos de aquellos que se autotitulan de izquierdas simplemente porque votan cada cierto tiempo a partidos que llaman de izquierdas. La praxis izquierdista, sin embargo, no aparece, ni en unos ni en otros, por ningún sitio. Reivindicar, por tanto, un pensamiento y una práctica que realmente sean de izquierdas es una necesidad de nuestro tiempo si queremos salir de la sopa de letras que todo lo confunde y que da certificados de izquierdismo por puro decreto. Finalmente, y volviendo a lo sugerido al principio, no está de sobra que se oiga, más allá de las fronteras españolas, una música y una letra que no sean las de siempre; y que informe de todo aquello que se silencia con una impunidad insoportable.
Se podrían ofrecer, sin duda, otras razones. La imaginación del lector suplirá lo que falta. Voy a acabar señalando que lo expuesto surge de una actitud llena de escepticismo si miro a los resultados inmediatos que podemos lograr a la hora de cambiar este mundo. Sólo que el escepticismo, como escribía un comprometido filósofo, si no quiere ser inútil, ha de ser apasionado. Una pasión que en modo alguno tiene que nublar la vista. De ahí que, por firme que sea el paso, jamás hay que caer en el dogmatismo y siempre hemos de estar atentos a la autocrítica. En esto, como en otras muchas cosas, sabremos diferenciarnos.