La salvación «in extremis» de Osasuna no ha supuesto el bálsamo que cabía esperar tras dos años a la deriva, sino la llave de la caja de todos los truenos. En sólo cuatro días, los aficionados han descubierto una crisis de alcance insospechado en todos los estamentos del club, con discrepancias internas en la directiva, un presidente que mantiene a viento y marea a un entrenador muy cuestionado, un míster «desaparecido» incluso en los festejos, una plantilla que maniobra para pedir que no se le renueve, un director técnico abocado al ostracismo, unos medios enfrentados por intereses propios... Un panorama, en suma, que ha sido habitual en clubes como el Atlético de Madrid de Gil o el Betis de Lopera, de los que Osasuna aparecía como la antítesis.

Visto lo visto desde el domingo, se intuye que Osasuna podía haber entrado en una espiral autodestructiva en caso de descenso. Afortunadamente no fue así, y en Primera siempre hay solución. Si ya había consenso general en la necesidad de recuperar la centralidad de Tajonar en lo deportivo, ahora queda claro que otro tanto pasa en lo institucional. La apuesta de Patxi Izco por insertar en Osasuna a elementos tan extraños como José Antonio Camacho -con un sueldo y un compromiso muy alejados de la filosofía rojilla- ha sido el caldo de cultivo ideal para provocar esta descomposición.