Más allá de referencias históricas -la relativa a la Inquisición y a la tolerancia en Al Andalus ha levantado ampollas en la España eterna-, el discurso de Barack Hussein Obama desde la Universidad de El Cairo reviste más valor por lo que tiene de majestuosa escenificación que por lo realmente novedoso de su contenido.

Dirigirse por televisión a la umma (1.500 millones de personas que conforman la comunidad musulmana mundial) desde el país árabe más poblado del Planeta es un nuevo hito en esa política de gestos en la que el presidente se ha revelado un consumado maestro.

Por lo demás, su discurso fue un compendio de sus ya esbozadas líneas maestras sobre Oriente Medio, Irak, Irán... propuestas que cobran renovado valor por contraposición a las defendidas por las últimas administraciones en EEUU.

Obama ha vuelto a regalar los oídos de todos aquellos -y son muchos- que lo fían todo a las inmensas expectativas generadas por su histórica llegada a la Casa Blanca.

Pero la política es algo más que gestos y discursos y se acerca, inexorable, la hora de la verdad.

Y quizás -ojalá- los obamaniácos acaben henchidos de razón si, como parece, Obama se ha convertido en la voz de unos EEUU conscientes de que están librando una guerra -en batallas directas o delegadas, como en el caso de Israel- que no pueden ganar. Porque la política es, ante todo, el arte de hacer de la necesidad virtud.