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Líbano celebra elecciones bajo la presión occidental ante la posible victoria de Hizbulá

La reciente visita del vicepresidente estadounidense, John Biden, a Líbano, es la síntesis de unas elecciones, las segundas sin presencia siria en décadas, que han estado marcadas por el discurso apocalíptico de las potencias occidentales y las formaciones libanesas que hasta ahora se han mantenido en el Gobierno.

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Alberto PRADILLA | Beirut

Los augurios de un Líbano islámico dirigido por Irán han sido el principal argumento de la coalición del 14 de Marzo para unas elecciones que se decidirán en las circunscripciones cristianas y que podrían dar un giro al país con la victoria de la coalición entre Hizbulá y los cristianos maronitas de la Corriente Patriótica Libre (CPL), «una alianza política basada en la resistencia contra Israel y en la necesidad de salvar al país de la corrupción en la que ha caído en los últimos años», según aseguró Antoun Khouli, miembro del CPL. Al bloque del 8 de Marzo, la actual oposición, se le suman grupos laicos e izquierdistas como el Partido Social Nacionalista Sirio (PSNS), cristianos como la corriente Marada o panarabistas como la Corriente Popular Nasserista.

Frente a ellos, el 14 de Marzo, una corriente que procede de la alianza antisiria gestada tras la muerte del ex primer ministro Rafic Hariri, y que une a los sunís del Movimiento Futuro (cuya cabeza visible es ahora Saad, hijo del dirigente muerto en atentado) con los cristianos ultraderechistas de Falange y Fuerzas Libanesas.

Aunque este sector, que hasta ahora ha mantenido la mayoría, ha tratado de convertir las elecciones en un referéndum sobre el armamento de la resistencia, en manos de Hizbulá, nadie se toma en serio los llamamientos para que la formación que dirige Hassan Nasrallah cese su defensa armada. En primer lugar, porque «las granjas de Shebaa continúan bajo ocupación israelí y la amenaza de una nueva invasión nunca ha desaparecido», como recuerda Khouli. Y en segundo, porque no existe ningún grupo capaz de hacer frente militarmente a una formación que se ha convertido en el único muro capaz de frenar una posible agresión sionista. «No hay ninguna fuerza con capacidad para intentar desarmar a Hizbulá, es más fuerte que el propio Ejército libanés», explica Hassan Hamdar, sociólogo vinculado al movimiento sindical. No obstante, los falangistas libaneses, inspirados en José Antonio Primo de Rivera y con una estética que en ocasiones recuerda al movimiento fascista español, siguen insistiendo en que «las armas deben de ser entregadas», como señala el ex miembro de sus milicias Joe Tountounji. Una exigencia no entra en la agenda de los chíis ni de sus formaciones aliadas.

«Si gana Hizbulá, Líbano se convertirá en un régimen teocrático y no volverán a celebrarse comicios», asegura este ex combatiente falangista, periodista de profesión y que se muestra orgulloso de haber tomado las armas «para enfrentarse a los palestinos». El fantasma del enfrentamiento entre confesiones ha sido el segundo argumento machaconamente repetido tanto por los grupos del 14 como por las potencias occidentales. Un argumento peligroso en un país que entre 1975 y 1990 se desangró en una guerra civil, y en el que hace menos de un año los enfrentamientos entre facciones se convirtieron en un deja vue en ciudades que todavía no han logrado borrar de sus fachadas las heridas de las diferentes contiendas. «Líbano es un país multiconfesional, es imposible que nadie instaure un régimen ni chíi, ni suní ni maronita», responde Elie Ghassan, miembro del Partido Social Nacionalista Sirio. Una opinión compartida por todo el espectro vinculado a la oposición y que ha sido incluso refrendada por las declaraciones de Hizbulá en las que descartaba la imposición de la ley islámica.

Sistema confesional acordado en 1990

«El confesionalismo ha sido una de las principales armas para generar miedo y captar votos», denuncia Ahmad Dirk, miembro del Partido Comunista. Esta formación, una de las rara avis que no se ha alineado con ninguna de las dos principales corrientes, carece de representación parlamentaria, y ha hecho de la reforma electoral una de sus banderas principales. Porque las elecciones legislativas en Líbano se rigen por un sistema confesional acordado en Tais en 1990, dentro de los pactos que pusieron fin a la guerra civil. Según esta norma, los 128 escaños del Parlamento se dividen, mitad y mitad, entre cristianos y musulmanes.

El primer grupo religioso divide sus asientos entre 34 maronitas, 14 greco-ortodoxos, ocho greco-católicos, cinco armenios ortodoxos, un armenio católico, un evangelista y un representante de las minorías cristianas.

En el campo musulmán, los representantes son para 27 chíis, otros 27 sunís, 8 drusos y dos alauis. Esta partición sectaria también se extiende a los principales cargos del Estado, con un presidente cristiano maronita, un jefe de Gobierno suní y un jefe de la Cámara chií.

De todos modos, el país se rige actualmente por un Gobierno de unidad nacional, después de los pactos suscritos en Doha (Qatar) que pusieron fin a los enfrentamientos entre comunidades registrados en mayo del pasado año. Y, precisamente, crear un ejecutivo que reúna a todas las sensibilidades ha sido la primera propuesta realizada por Hizbulá en el supuesto de que el 8 de Marzo se haga con la victoria. «Tenemos que contar con todos, somos todos libaneses», asegura Samir, un militante del Partido de Dios junto a una de sus oficinas en la Dahia, los suburbios del sur de Beirut.

Aunque esta línea no la comparten ni siquiera todos los miembros de la misma coalición, ya que en opinión de Antoun Khouli, «se necesita un gobierno fuerte y cohesionado», por lo que, si ganan los aliados de Nasrallah, la actual mayoría «no tiene sitio» en la futura administración.

A pesar de estas ofertas, sacar a pasear las fobias religiosas ha sido una estrategia «que capta votos», según Hassan Hamdar. Sobre todo, teniendo en cuenta que la verdadera disputa electoral se centra en las zonas cristianas, lugares donde se ha extendido un discurso de miedo hacia los chiítas en personas que nunca han pisado los barrios barrios del sur. Pero serán los resultados de las 9 circunscripciones cristianas de las 23 que componen el país las que decanten la balanza hacia los proocidentales o hacia quienes apuestan por mantener la resistencia contra Israel. Lugares como Achrafie, en Beirut, Meten, en el Mont Liban, Sahle, Saida o Al Kura serán el centro de la batalla entre falangistas y Fuerzas Libanesas, por un lado, y el CPL del general Michel Aun, exiliado por su oposición a la presencia siria y ahora aliado de Hizbulá. «Nos reuniríamos hasta con el diablo para combatir a los ocupantes extranjeros», se defiende Antoun Khouli ante las acusaciones de traición de los grupos extremistas cristianos, que tampoco ocultan sus simpatías hacia el Estado sionista que, a pesar de haber ocupado el sur de Líbano durante dos décadas, fue su aliado durante los combates contra los palestinos, donde se produjeron matanzas como la de Sabra y Chatila en 1982.

Precisamente, los palestinos son un sector de la población residente en Líbano que observa las elecciones como algo ajeno. Relegados desde hace 61 años a los campos de refugiados, determinados trabajos (médico, abogado...) están vetados para ellos y el Estado libanés no les ha reconocido ningún derecho político. Su peso demográfico, con cerca de 400.000 personas en un país de apenas 4 millones, es uno de los argumentos utilizados para mantenerlos alejados de la vida administrativa del país, bajo el argumento de que su entrada en la población libanesa rompería el débil equilibrio existente entre las diferentes confesiones. Pero la cuestión palestina no ha sido la única que ha quedado fuera del debate, según denuncian desde sectores izquierdistas como el que representa Hassan Hamdar. «Con más de un 30% de la población por debajo del umbral de la pobreza, ninguna formación ha planteado un debate serio sobre cómo salir de las dificultades económicas que atraviesa el país», afirma este profesor de universidad experto en cuestiones sindicales.

Injerencias extranjeras con forma de reportaje

El reciente reportaje de la revista alemana «Der Spiegel», en el que se aseguraba que el Tribunal Internacional que investiga la muerte de Rafic Hariri podría acusar a Hizbulá de la ejecución del atentado, ha sido considerado como una de las injerencias extranjeras que se han repetido en las últimas semanas. Ni siquiera las facciones ultraderechistas se atreven a dar por buena esta sospecha. «Hay que dejar hablar al tribunal, aunque esta revista es conocida por el cuidado que pone en sus informaciones», aseguró a GARA Nadim Gemayel, nieto de Pierre Gemayel, fundador de la Falange y ahora candidato. Aunque el propio grupo chíi no tardó ni un sólo día en rechazar las aseveraciones de la revista, los aliados del 8 de Marzo han hecho un frente común para cuestionar las intenciones del artículo. «Detrás de este escrito está la mano de Israel, que lleva años intentando que el Tribunal arreste a Nasrallah», denunció Antoun Khoui. El portavoz del Partido Social Nacionalista Sirio, Jamal Fakhoui, dio un paso más y acusó a los herederos de Hariri de «haber explotado su muerte junto a los americanos».

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