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CRíTICA teatro

Espasmos de corrección

Carlos GIL

Lo políticamente correcto utilizado como campo de experimentación le da al gran creador belga Jan Fabre material para hacer un retrato demoledor de la vieja Europa, de la sociedad occidental. Su cinismo, su consumismo, su paternalismo que enmascara brotes y actitudes xenófobas, la violencia latente como estructura donde se sustenta muchas de las apariencias y de los dogmas sociales y políticos que encierran una visión del mundo y del individuo encorsetado en unas formas obsoletas y represoras.

Todo este mensaje político se deduce del propio discurso artístico, en una de esas muestras en donde la forma es la expresión del fondo, sin rupturas, y en el que el equipo actoral utiliza su cuerpo como elemento fundacional, para moverse, cantar, masturbarse, amarse o bailar desaforadamente. Unos cuerpos que aparecen ataviados con vestuarios reconocibles pero con un fusil a la espalda, en una imagen que preside las dos horas de excitante arte escénico, de teatro elevado a la categoría de expresión actual, universal, una auténtica orgía de significados y significantes ordenados para provocar el placer y la reflexión. Yo diría que la adscripción.

Es un golpe de puño en la mesa, un «¡basta ya!» Y se agradecen estos atrevimientos estéticos y estos gritos tan acertados para despertar a la adocenada sociedad. Y adquiere mayor valor cuando la crítica alcanza al propio artista, al arte como decoración y entretenimiento banal. Una gran obra imprescindible.

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