Mertxe AIZPURUA | Periodista
Jóvenes, con historias del franquismo
Una gran parte de la juventud de hoy nació con el cordón umbilical conectado a internet. Siendo bebés, les acunaron las canciones en CDs, crecieron con la Play Station y, tras madurar con la Wii, se enamoraron o se decepcionaron en amplias salas de chat, lanzaron sus primeros mensajes románticos a través del messenger y obligaron a la industria del calzado a centrarse en los diseños deportivos. La mayoría, compruébenlo, no utiliza ese antiguo artilugio llamado reloj por- que para eso está el móvil y una de sus ventanas al mundo, quizá la más grande, se abre paso entre un bosque de bytes y megabytes, Ips, interfaces y plug-ins. Casi todos ellos, acostumbrados al poder de la imagen, rehuyen la letra impresa aunque resulten auténticos prodigios de velocidad vertiginosa en los teclados mínimos. Las imágenes que recordarán cuando sean viejos serán las de las Torres Gemelas ardiendo o la del atleta Bolt volando sobre la pista de atletismo en Beijing 2008. Pocos tienen una vaga idea de lo que supuso la caída del Muro de Berlín y muchos no podrían hacer un mínimo resumen del franquismo. Escuché hablar de las elecciones que hoy se celebran a uno de estos jóvenes. Se alegraba de que, por fin, su voto entrara en el recuento. Y advertía de que no le vinieran a contar «historias del franquismo», porque desde que él cumplió los 18, habían pasado varias convocatorias electorales, y su opción siempre fue ilegalizada. Si fuera cierto que lo que uno vive de forma diferente modifica también la percepción de la realidad vivida, podríamos pensar que la juventud de ahora nada tiene que ver con la que anteriormente vivieron otros. Y no. Lo único que indica todo lo anterior es que nosotros, simplemente, nos estamos haciendo viejos.