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Crónica | Elecciones presidenciales

Sondeos a pie de urna desde la trastienda de Irán

La pequeña localidad baluche de Iranshahr, en el extremo sudeste de Irán, acudió a las urnas totalmente ajena a la euforia que ha sacudido al resto de la República Islámica.

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Karlos ZURUTUZA

Para cuando se abren los colegios electorales la temperatura ronda ya los 40 grados en Iranshar. Un aire caliente hace crujir las hojas resecas de los polvorientos palmerales, lo que recuerda insistentemente la latitud a la que nos encontramos. A casi 2.000 kilómetros de distancia de Teherán en dirección sudeste, Iranshahr es conocida por registrar, a menudo, las máximas de temperatura más altas del país. Por eso, y por la violencia que sacude a esta inhóspita región: Sistán y Baluchistán.

No resulta extraño, por lo tanto, que esta ciudad de 150.000 habitantes, la mayoría de etnia baluche, haya vivido prácticamente ajena a la catarsis electoral que ha agitado a las principales ciudades del centro del país durante la campaña electoral. Pero sí que es cierto que muchos aquí votaron ayer por primera vez, como Gouli, una profesora de primaria que ronda la treintena, y que se decantó por Mousavi para «perder de vista a Ahmadinejad».

«En Iranshahr no tenemos ni un solo cine, ni un teatro, ni siquiera una biblioteca, pero Teherán destina billones a financiar organizaciones chiítas de todo tipo: a la milicia de Al-Mahdi en Irak, a los sirios, a los paquistaníes...¡Me alegro de que Hizbulah haya perdido las elecciones en Líbano!», afirma esta docente local. Y es que, además de tener una lengua y cultura propias, los baluches son de confesión musulmana suní; una combinación ciertamente desafortunada en una sociedad controlada por los farsis chiíes.

Es precisamente la cuestión nacional lo que animó a Mehran a acercarse al mismo colegio electoral. Su «x» fue para el también reformista Karroubi: «Es el único de los cuatro candidatos que ha mencionado el tema de los derechos humanos de las minorías nacionales del país», explica este vendedor fruta, en referencia a las declaraciones realizadas en un mitin.

Como la gran mayoría en esta zona, Mehran viste un shalwar kamiz, ese atuendo compuesto por una camisa holgada hasta la rodilla y un pantalón bombacho que se utiliza desde aquí hasta la India. Las mujeres baluches también lucen sus coloridos vestidos de motivos tribales que, por supuesto, quedan parcialmente ocultos bajo el negro chador. Tras una lengua que comparten cerca de 20 millones de personas en todo el mundo, la vestimenta es, quizás, el principal rasgo de identidad de este pueblo, cuyo territorio está hoy dividido por las fronteras de Irán, Pakistán y Afganistán.

Más razones

Los hay también con motivaciones quizás más prosaicas para acudir a las urnas, pero no por ello menos válidas. Arzalan, de 27 años, es un desempleado más en Iranshahr, como seis de cada diez de sus habitantes.

«He venido a votar sólo por el sello», indica el joven mostrando una cartilla roja que tiene todo iraní y sobre la que se estampa un sello por cada cita electo- ral. «Si te falta alguno no tienes ninguna opción de encontrar empleo», asegura Arzalan, que viste un shalwar kamiz caqui. Con la colección completa de sellos o sin ella, su sola condición de baluche, de «no farsi», le veta ya automáticamente para cualquier puesto en la Administración pública. «Ni siquiera puedo soñar con ser policía de tráfico...», añade el joven con una resignada sonrisa.

«Aquí todo funciona así, por pura coacción», se queja Kabir, que aparece justo detrás. «Teherán muestra todos los años a la multitud que se congrega en Zahedan (la capital del Baluchistán bajo control iraní) para celebrar el día de la Independencia por televisión. Para conseguir quórum van a la universidad y amenazan a los estudiantes con ponerles tres faltas de asistencia si no acuden a la farsa». Otra «x» para Mousavi.

«Con el shah sólo teníamos un problema, que era el nacional, pero desde el 79 tenemos otro más: el de la religión», apunta Hamid, uno de los escasísimos médicos de etnia baluche. «Es una dictadura chií en la que sus dirigentes se creen con derecho a todo. Sin ir más lejos, la semana pasada un mulá local de 65 años se casó con una niña de 14. ¿Qué clase de padres pueden hacer eso a una hija? ¿Qué clase de sistema permite que suceda tal cosa?», se pregunta Hamid, que también ha votado a Mousavi.

Pero, ¿vota alguien por Ahmadinejad en Iranshahr? «Sólo los militares, los policías y los funcionarios acuartelados aquí; todos farsis, por supuesto», aclara el médico baluche. «Y ésos también», añade señalando al presidente de mesa, que a las 20.00 da por concluida la votación.

 

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