«El cuerpo es la materia prima, y a partir de ahí se desarrollan las ideas»
Performer y premio de las artes 2008
La performer donostiarra Esther Ferrer ha visitado la capital guipuzcoana para impartir un seminario artístico que tenía como objetivo canalizar la enseñanza de una performance y ayudar a cada alumno a buscar su camino en el mundo del arte. La artista desgranó todos los detalles que le unen a esta modalidad, para algunos todavía muy peculiar.
Ariane KAMIO | DONOSTIA
La performance puede ser una gran desconocida para gran parte del público, pero Esther Ferrer la conoce a la perfección, ya que lleva trabajando con ella más de cuarenta años.
¿Qué es una performance?
Definiciones de performance, creo que pueden haber tantas como gente que las hace. Cada uno tiene su propia definición. Como esta pregunta me la hacéis los periodistas, los críticos y los alumnos, me he inventado una definición propia que no quiere decir nada, porque se puede aplicar a muchas otras cosas de la performance. Yo siempre digo que es el arte del tiempo, del espacio y de la presencia. Son tres elementos que para mí, tal y como yo trabajo, son muy importantes. Para mí estos tres elementos son como el ADN de la performance y tienen la ventaja de que son inintercambiables, pues el tiempo y el espacio no los puedes separar, son las dos caras de una misma moneda, y si no hay tiempo ni espacio tampoco existe la presencia. Eso es lo que me interesa y me gusta, por todas las connotaciones que tiene, a pesar de que no tenga nada que ver con las definiciones que otras personas ofrecen de la performance.
¿Existe una pedagogía para enseñarla?
Para mí no hay una pedagogia específica, porque no hay una definición específica, no hay una catalogación específica etc. Yo soy partidaria de que cada maestrillo tenga su librillo. Yo no enseño a hacer performance; es entonces cuando me preguntan el por qué de mis seminarios. Yo doy seminarios para el que ya ha hecho performance, para gente que nunca las ha hecho y para los que están en duda si van a ir por ese camino o van a optar por la pintura, la escultura o cualquier otra disciplina. Yo intento, durante estos días de seminario, que cada uno encuentre la solución que mejor le va. Que analice su trabajo a partir de lo que hemos hecho en el curso, los que no han hecho performance que hagan unos ejercicios que algún día puedan llevarle a hacer una performance y que, al final del curso, sepa claro si la performance le interesa verdaderamente o no. Es importante que sean capaces de conceptualizar su trabajo a través de discusiones y de la palabra, y saber al final por qué lo han hecho, o por qué no -porque les ha dado vergüenza, porque no lo han trabajado, porque no han tenido una idea...-. Se trata de que cada uno se trabaje a sí mismo.
¿Tiene lugar la vergüenza en una performance?
Sí, pero depende de la personalidad de cada uno. Durante el seminario, un alumno me dijo que su ejercicio debería de haberlo hecho desnudo, pero no lo hizo por vergüenza. Habrá mucha gente que le de vergüenza, pero a mí no me da. Para eso es mejor que se dediquen a otra cosa.
¿Cómo imparte sus seminarios?
Es muy práctico. Desde el primer día hacen ejercicios. La teoría se la inventan los alumnos a partir de las discusiones. La teoría surge a través de lo que estamos discutiendo. Yo nunca digo que una clase va a ser teórica y la siguiente práctica, en absoluto.
¿Es ése el camino para que cada uno encuentre su performance?
Sí. Lo que yo intento transmitirles es que «nosotros lo inventamos, inventadlo vosotros también». Resulta mucho más fácil inventar cuando no existe que cuando existe, porque estás atrapado por la historia y por las cosas. Es más difícil olvidar. Siempre les cuento la anécdota de John Cage, que dirigió un curso de música, y preguntó si había alguien que nunca había estudiadio música. All Hanson levantó la mano y el respondió: «Estupendo, así no tienes nada que olvidar». Cuando viene al curso alguien que no sabe qué es una performance es algo maravilloso porque esto le da una libertad enorme; otros que han estudiadio en una escuela de bellas artes y se han aproximado a esta disciplina tienen miedo a ser ridículos. El que viene virgen se puede llenar de lo que sea. Por eso nunca hago una selección. Cuando hago un seminario, los quince primeros que llegan son los que participarán en él, vengan de donde vengan. No necesito un curriculum vitae ni nada. Luego les pregunto las razones por las que vienen, eso si me interesa, saber cuál es su background.
¿Usted cómo encontró la performance?
Pues de una manera muy simple. Yo vivía en Donostia. José Antonio Sistiaga y yo habíamos trabajado mucho en muchas cosas y creamos un taller de libre expresión infantil con los niños. Un día José Antonio me dijo que unos amigos suyos de Madrid hacían acciones -en aquella época la palabra performance no se empleaba-, eran músicos, necesitaban una chica... Y quedé con ellos en el museo San Telmo. Ese día me encontré con Zaj, con Castillejos, Mendiburu... hicimos lo que teníamos que hacer y, cuando salimos, me dijeron que les interesaba que siguiera trabajando con ellos.
¿En qué consistió aquella acción?
No me acuerdo muy bien porque no hay ninguna imagen de aquello y sólo queda en la memoria. Sí que recuerdo que hicimos una pieza conocida como «El secreto», pero no me acuerdo de otras cosas.
Ya han pasado más de cuarenta años desde aquellos inicios. ¿Habrá habido alguna evolución verdad?
Sí, claro. Como todos, yo cambio con el tiempo, y supongo que mi trabajo también, y hay una cosa evidente que es la cuestión física. Yo por ejemplo, hay performances que ya no las puedo hacer de la misma manera que las hacía antes, es imposible, porque físicamente no puedo. No puedo correr como corría antes, no puedo saltar como saltaba antes... Cuando me interesa y cuando puedo, procuro hacerlo de otra manera, porque siempre hay cambios en las performances. Si puedo hacerla de otra manera la hago y, sino, no la vuelvo a hacer nunca más.
¿Existe performance sin base reivindicativa?
Sí, por supuesto. Yo hago muchas performances en función del arte o cuestionar cosas que son específicamente artísticas, como la última exposición que estoy haciendo ahora en París, que es un cuestionamiento sobre el aspecto del arte.
¿Existe una performance ideal?
Para mi sí. Es ésa acción en la que no necesito nada más que a mí misma, esa es la performance ideal. Si me pongo a pensar en las que he hecho y debería elegir con cuáles me quedo, serían ésas que no necesito nada más que yo misma o cosas completamente insignificantes que existen en las vidas cotidianas de todo el mundo. El cuerpo es la materia prima, y de ahí puedes ir desarrollando la idea, tocando, saltando... haciendo cosas que tu cuerpo te permite. Eso es lo ideal.
En algún artículo suyo se puede leer que en la década de los 60-70 la gente se sentía con derecho a participar en las acciones, convirtiéndose éstas en situaciones violentas.
Yo he vivido situaciones muy violentas en todos los sitios. Por ejemplo, en EEUU. En 1972, en California, hicimos una obra donde se necesitaban unas cintas y tijeras. Cuando acabamos la performance, dejamos las cosas donde estábamos y seguimos haciendo otras piezas. Había una chica que gritaba y decía que eso no lo podía soportar, se ponía muy nerviosa. En un momento, vino donde nosotros, cogió unas cintas que teníamos allí, y empezó a enrollarme como a una momia. En aquel entonces tenía pelo largo y cuando llegó a la cabeza, me hacía mucho daño. Las dijeras también estaban allí y me daba mucho miedo. Yo estaba aterrada. Frente a situaciones así me decanto por la defensa pasiva, porque pienso que alguien va a reaccionar. En este caso, la gente que estaba viéndonos le cogieron a la chica y la sacaron violentamente.
¿Debe existir una barrera entre el performer y el público?
Precisamente lo que intentábamos era eliminar cualquier barrera, que el público se sintiera protagonista y que actuara en consecuencia. Eso no quiere decir que tenga que haber participación. Nunca la he pedido; ni la he pedido, ni la he negado. Cuando estás haciendo algo, estás proyectando tu experiencia vital, tus conocimientos, no se puede evitar. El que tiene sentido del humor, hará cosas divertidas; el que tenga mal humor, proyectará eso y actuará en consecuencia.
¿Tiene sentido una performance sin público?
Partiendo de la base de que tiene que ser una experiencia personal, sí que puede tenerlo. Me acuerdo de una acción que hice con otro compañero en los puentes del Sena, en París, y nosotros no pedimos participar a nadie, la gente nos veía, pero no pedimos un público específico.
¿Y hacerlo en un lugar como un teatro?
Muchas veces las hacemos en teatros porque no hay otro sitio, pero es tu deseo, tu resonsabilidad romper con la jerarquía que existe en el lugar. Si tienes ciertas ideas, puedes destrozar este esquema, por ejemplo, yéndote a la calle, o obligar a la gente a romper el esquema y cambiar el espacio.
A.K.