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El digno brote de aquel hojalatero de Ezkaroze

César Cruchaga abrió a GARA las puertas de su casa, situada en la Txantrea, zona de Iruñea donde residió hasta los seis años. «Siempre me ha gustado vivir en un barrio, sentir el contacto con la gente», indica. Un deportista de élite de los que ya no quedan.

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Natxo MATXIN

Cuentan quienes mejor le conocieron que Carmelo Cruchaga, de profesión hojalatero, era un hombre honrado y trabajador. Acostumbrado a aguantar los rigores climáticos del valle de Zaraitzu que le vio nacer, se afanaba en su quehacer diario arreglando enseres de cocina en Ezkaroze, donde fue a casarse, todo ello para darle lo mejor a su familia y labrarle un futuro más halagüeño a su único hijo.

José Luis, que así se llama, probó fortuna en la capital, como otros muchos a los que su pueblo no les daba una salida laboral. Guiado por el esfuerzo y la honestidad inculcada por su progenitor, fue abriéndose camino hasta asentarse y crear una familia.

Y así transmitió esas mismas cualidades a su primogénito, de nombre César, a quien, por esas cosas del destino, el porvenir le iba a estar ligado a una esfera de goma cosida con cuero. Le costó a aquel niño de principios de los años ochenta decantarse por cuál iba a ser la modalidad deportiva en la que invertir su tiempo. Le atraía ser portero de balonmano -le llegó a entrenar Zupo Ekisoain- y también sentía pasión por el pedal, pero una prueba con el Iruña acabó por convercerle de que el fútbol era lo suyo, «y, por lo visto, no elegí mal», confiesa.

Su decisión se vio refrendada cuando unos vecinos de escalera le llevaron por primera vez a El Sadar enfundado en una camiseta rojilla con el once, el dorsal de Martín Monreal, quien luego sería el entrenador que más le marcaría en su trayectoria deportiva. «Quiero ser como estos once tíos», pensó al ver a los jugadores encarnados dejarse la piel sobre el campo. Durante los diez años siguientes no se perdió ni una sola cita con su localidad en Graderío Sur.

Con 13 años y un cuerpo de «guindilla» se desenvolvía como extremo derecho. Fue entonces cuando Osasuna puso sus ojos en él. Con dos primaveras más su físico empezó a cambiar, pegó el estirón y ganó en músculo. Eso le hizo incrementar su fuerza y capacidad para el juego aéreo. Con esas cualidades y las dotes de mando por las que ya comenzó a destacar, Martín le reconvirtió a central. «Me gustaba más defender que atacar y en ese puesto me encontraba muy a gusto», confiesa.

El fútbol, un hobby

Pese a que siempre iba adelantado futbolísticamente a la hora de dar el salto en las diferentes categorías, Cruchaga lo tenía claro. «Yo seguía estudiando Ingeniería porque pensaba que con eso me iba a ganar la vida y que el fútbol era un hobby», recuerda. Una reflexión más acorde a la realidad de la que muchos chavales de hoy día aspirantes a deportistas profesionales se hacen. «Los representantes ya te calientan la cabeza con quince años diciéndote que vas a jugar en tal o cual equipo y lo dejan todo por el fútbol, aunque luego las cosas no siempre salen como uno se las imagina», advierte.

Ya se mentalizó incluso de que su destino era acabar la carrera que había iniciado y dedicarse a trabajar en ello cuando el club rojillo le comunicó estando en el Promesas que no contaba con él para la temporada siguiente. En aquel momento, ocurrió algo inesperado. Emisarios del Gavá, una escuadra catalana de Segunda B, que espiaban a un compañero suyo se fijaron en el de Ezkaroze. «No me lo tomé como un paso atrás, sino como mi primera experiencia viviendo fuera. Con la idea de disfrutar y sabiendo que, si lo hacíamos bien, en esa categoría había ojeadores de clubes de Segunda A. Podíamos tener suerte y seguir en esto del fútbol o volvernos para casa, que no pasaba nada», señala con filosofía.

Sus planes le salieron a pedir de boca: jugó todos los partidos menos uno y, pese a tener ofertas de otros conjuntos, atendió la llamada de Martín, que acababa de salvar a Osasuna del pozo de la Segunda B, para regresar a su club de siempre. «Le tengo que agradecer todo: nos metió en la cabeza ideas como el compromiso y la responsabilidad. Cuando tengo que marcar a alguien en un corner todavía me acuerdo de los consejos que nos daba», recuerda.

«Tengo muy buenos recuerdos de aquellos años porque era mi oportunidad de agarrarme al fútbol y a Osasuna, al sueño de toda tu vida. Estaba concentradísimo y tuve que sacrificarme en algunas cosas para mantener un nivel alto», rememora. Y el fruto a tanta abnegación llegó con el ascenso, el momento «más feliz» de su vida deportiva, y «los cuatro o cinco años posteriores en Primera, donde me sentía un central fuerte y asegurado en el puesto», afirma.

Final copera y Europa

Paradójicamente, el hecho de coincidir su trayectoria con algunos de los mejores episodios de la historia osasunista no siempre fue motivo de alegría. Así, de ser el jugador que pudo levantar el trofeo de la final copera pasó a ser una de las cabezas de turco de aquel partido tras su jugada con Oliveira. «Lo pasé realmente mal, la gente había dejado de confiar en mí y coincidió que dejé de ser titular. Los meses siguientes a esa final fueron los únicos momentos malos de mi carrera», describe. Tuvo que armarse de paciencia y esperar que regresara su oportunidad. «Aún tuve dos o tres años más a buen nivel, lo que me permitió jugar la UEFA», otro de los torneos de los que guarda un grato recuerdo.

La rodilla le comenzó a fallar, casi a la par que el nivel de la escuadra navarra. «Se puso un listón muy alto con Copa y UEFA, fueron tres años atípicos. Lo normal es que Osasuna esté peleando por mantenerse, como ocurrió en las primeras campañas», aclara. Pero él ya no estará para colaborar desde el vestuario en la consecución de dicho objetivo, aunque sí en la grada «porque estoy más a gusto con la plebe que en el palco».

CARÁCTER

El día de su retirada Cruchaga aprovechó la ocasión para recordar que Osasuna debe mantener su idiosincrasia y carácter, donde los jugadores navarros deben conservar su importante papel.

Azkoien acogió un homenaje repleto de actos a la última de las leyendas rojillas

Peñas, ex compañeros, gente vinculada al mundo del fútbol y deporte, amigos y vecinos de Azkoien en general rindieron tributo a la carrera deportiva de César Cruchaga en una jornada completa y repleta de actos para homenajear al de Ezkaroze en su despedida como jugador profesional. En el acto no participó ningún representante de la junta directiva, aunque sí el secretario técnico, Ángel Martín González, y el delegado del club, Iñaki Ibáñez, mientras que de la actual plantilla sólo estuvo presente Patxi Puñal.

La localidad amaneció engalanada con numerosos motivos rojillos y el campo de hierba artificial acogió la primera de las actividades organizada, con un partidillo amistoso en el que participaron jugadores como Valdo, Antonio López, Corrales, Juanma Ortiz y ex futbolistas, caso de Ziganda y Goikoetxea -el que fuera tándem técnico rojillo antes de ser cesado por Izco-, Alfredo, Yanguas, Aitor Fresán, Eneritz e Iban Pérez, entre otros.

Finalizado el choque, Cruchaga se dirigió hasta el Consistorio en medio de un pasillo humano, desde donde lanzó un cohete, además de recibir diversos recuerdos y galardones de instituciones y organismos relacionados con el deporte rey. Posteriormente, el jugador ofreció su camiseta a la patrona de la localidad, donde tiene su sede la Peña Krutxi, quien se encargó fundamentalmente de la organización de los actos. La jornada festiva terminó con una comida popular que congregó a 450 aficionados, cuyo jolgorio se prolongó por las calles de Azkoien a lo largo de la última hora de la tarde y durante la noche del sábado al domingo. N.M.

 
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